domingo, 6 de mayo de 2012

¿Quién era ese genio llamado Amadeus Wizard Alegría? Félix Pettorino.

Antecedentes inverosímiles, aunque (según dicen) documentalmente comprobables.

[Del libro de tecno-ficción titulado
"Amadeus, el hacedor de ensueños"
 deFélix Pettorino].

       Amadeus Alegría Alegría [AAA] vio la luz del día como un chico predestinado.
Hijo de un maduro anglosajón extremadamente acaudalado y algo libidinoso que fue por un tiempo pastor suplente de la secta denominada “Los hacedores de milagros” y de Alicia Alegría, una cándida feligresa muy entregada al esoterismo y a otras cosillas chinas e hindúes demasiado complejas para su carácter emocional, surgió de la vulva de su progenitora a los siete meses exactos de su forzamiento (aunque en buena parte tolerado), por obra de aquel pastor que más que de almas en rescate  inmortal parecía ser un verdadero depredador de los cuerpos no muy vigilantes de su pudor, en los que moraban doncellitas entregadas sin remilgos a todo lo que él les pidiera o les exigiera en calidad de “obra de fe y de sacrificio”, como fue el caso.
         Por extraña aunque lógica coincidencia, tanto la concepción como el prematuro nacimiento se produjeron exactamente en el mismo agreste lugar de origen: un roñoso, pero bien acolchonado bongo pesquero, de algo así como de nueve pies de largo, donde el sustituto de pastor solía pasear a sus más bellas discípulas a disfrutar de todo tipo de goces de la naturaleza, en medio de la radiante luminosidad del astro rey y de los pajarillos que a plena luz del día tentaban al amor con sus persistentes y deliciosos trinos… O también, a veces, en medio de una noche sin luna, donde sapos, búhos y otros bicharracos, aterraban a las mozas con sus espantables croares o alaridos, forzando a las incautas a refugiarse en los forzudos y apaciguadores brazos de su mentor religioso.
         Y cosa curiosa, pero no por ello menos significativa: una vez producido el parto, en vez de los esperados berridos de la criatura, todo lo que se le pudo escuchar fue una especie de risita sorda, con ciertos imaginarios visos de ironía, que parecía forzada, y que hasta tuvo el efecto de sonrojar al pastor al remembrar su pasada  infracción a la castidad impuesta por la ley mosaica, notoriamente agravada por el vil aprovechamiento que había ejercido sobre la ingenuidad de aquella mozuela...
Y como buen fariseo que era a fin de cuentas, impulsado por el afán de que no hubiera la menor “rocha” entre la feligresía, bogó con la mayor resolución posible en busca de la otra ribera para abandonar, con el forzado consentimiento de la madre, al recién nacido, el que fue encargado al cuidado temporal de unos feudatarios y medio amigos suyos, personificados en una humilde pareja de campesinos, ya algo ancianos, dedicados por igual a la labranza y a la brujería.
En el hecho, la previsión del pragmático pastor de himeneos tuvo una vigencia aceptable de trece años, lapso propicio para la fuga del pequeño “huachito” con rumbo desconocido, ya que había tomado conocimiento casual de que su verdadera madre vivía en un lugar no muy lejano. Además, la vida en la choza de sus padres putativos, con todas sus miserias, rudezas y privaciones, distaba mucho de parecerse a la de los hogares verdaderos, que su avisada mente de niño abandonado le permitía imaginar y envidiar…
Mas, después de unos cuantos meses de correrías por lugares silvestres, tanto de bosques y florestas como de rancheríos y poblachos, logró informarse por fin del lugar preciso donde moraba la autora de sus días.
Remedando de modo imperfecto una moderna versión del Hijo Pródigo, aunque bastante sesgada por la falta de culpabilidad del rapaz, este arribó, por fin, todo sucio, magullado y harapiento, al ansiado hogar materno, donde sin explicar nada, fue acogido con una ternura incontenible por Alicia, a la sazón mujer ya madura, pero tanto o más bella que durante su tentadora mocedad. La retahíla de grititos, entre los que no faltaron los lagrimones de contento ni los besos y arrumacos por el cuello y por todas partes del rostro del muchachito, se dejaron oír por todo el vecindario…
A los pocos meses de esta feliz acogida, y para mejor fortuna, cuando el chico ya se hallaba matriculado en una escuelita rural, el padre, bien informado por ciertas lenguas vecinales, sintió la corazonada de ir a conocer al fruto de su pecado, con la consciente idea de aprovechar el viajecito para reconquistar al corazón abandonado y solitario de la primorosa Alicia, uno de sus recuerdos favoritos, ya que al unirse de por vida con ella, quedaría ipso facto perdonado del todo y obtendría por añadidura, como justa recompensa, además de una beldad en bandeja, el misericordioso perdón de Quien todo lo sabe.
Se comentaba entre parlas y cuchicheos que el rabino escocés se había hecho cada vez más rico con sus andanzas comerciales y sus vuelos hacia tierras desconocidas… Era razonable pensar entonces que había llegado en su vida (hasta aquel momento no muy edificante que digamos), la deliciosa oportunidad del encuentro con el amor verdadero en un hogar perfecto, con descendencia y todo…
Al trasponer el umbral del rancho en que vivían felices Alicia y el niño Amadeus, fue tan grande la emoción que experimentó el rabino, al ver a su teutoncillo ya adolescente, cuyos cabellos de oro y ojos azules denunciaban su progenie, que sintió de inmediato el irrefrenable impulso de reconocerlo como maravilloso fruto de su deleite, de modo que nuestro pequeño héroe, de AAA pasó a ser AWA (pronunciado como AGUA, con la que fue bautizado en la secta religiosa de su progenitor por decisión de ambos padres y luego inscrito como corresponde en nuestro Registro Civil criollo con el más convincente nombre de Amadeus Wizard Alegría.
         Y  así fue como después de haber arribado el muchacho a ese sucucho convertido en una bestezuela silvestre, con el paso del tiempo llegó a estar dotado de los más extraños poderes de la magia en arte mayor que le habían inculcado primero, de modo incipiente, sus rústicos padres putativos y a renglón seguido, sus progenitores verdaderos, legalizados como tales, que con sus lecciones y consejos lo fueron metamorfoseando paso a paso hasta convertirlo en la reencarnación de aquel “pequeño dios huidobriano” que haciendo eco a aquello de “hacer florecer la rosa en el poema” (como lo exigía don Vicente), se daba maña para crear con su magia los inventos más inverosímiles  que tú, querido amigo lector, podrás llegar a conocer y a disfrutar a tu regalado gusto en este baratísimo volumen, siempre que, pese a todo, conserves algo de tu candor de niño y aunque sea una pizca de interés por los malabares que logran forjar los genios del saber  preternatural y que, a mayor añadidura, te halles en condiciones de añadir unas cuantas gotitas de credulidad a los relatos protagonizados por quien fuera Amadeus Wizard Alegría, que procederé a narrarte en las páginas que siguen.
         Su extraño talento, adicionado con una envidiable dosis de sabiduría lograda por el estudio, se debió también, en buena parte, a que el muchachito, gracias a la substanciosa  fortuna de su padre, (que falleció a los 65 años a causa de una apoplejía fulminante después de una de sus acostumbradas francachelas), tuvo la suerte de sobrepasar sin restricciones la afamada “Cota Mil” de la que con tanto celo nos habla, en son de insólito descubrimiento, nuestro benemérito sacerdote Felipe Berríos, cuando apunta con su dedo acusatorio al entorno desafiantemente predilecto donde en Santiago de Chile se educan, desde la escuelita básica hasta el último peldaño universitario, los privilegiados “jovencitos bien”, la flor y la nata de la palpable y ostentosa riqueza que se muestra provocadoramente en medio de los achaques, escaseces y privaciones de dinero, salud y bienestar a que está por siglos condenada a sufrir la pobretona comunidad chilensis, y en la que, desde luego, no se exime nuestra  vapuleada clase media... (No sé si he logrado interpretar el pensamiento de nuestro crítico “reverendo padre”, pero, de todas maneras, debo asumir con una humildad no exenta de entereza, el trasfondo acusatorio de aquellas palabras  suyas, que son realmente cuasi pontificales).
         Faltaría agregar que la carrera que eligió Amadeus, nuestro genial inventor, fueron las Bellas Artes; eso sí que proyectadas, a cualquier costo, hacia las ciencias más abstractas o complejas, incluidas, por cierto, las Matemáticas, la Física, la Biología, la Astrofísica y la Cosmogonía, con algunos aditamentos de investigaciones síquicas, orientadas hacia el subconsciente y a la práctica del hipnotismo, dirigidas en particular a las experiencias oníricas, tan admirablemente desarrolladas en el Extremo Oriente, notoriamente en la India y la China, a donde nuestro buen Amadeus, sin necesidad de una beca de estímulo ni de inquietud económica alguna, incluso volando en clase ejecutiva hacia los mismos centros ancestrales, donde se dice que “las papas queman”, se entregó en cuerpo y alma, durante algo más de una veintena de años, a estudios e investigaciones de orden psicoanalítico y parasicológico.
         A estas alturas, paciente y estimable y lector, debo hacerte una advertencia para que no te forjes la ilusión de que estás en presencia de inventos que siendo bien reales, parecen ser tan de excepción, que suenan a milagros imposibles...
Debes tener en cuenta que los maravillosos descubrimientos, ingenios e invenciones de Amadeus poseen las mismas virtudes que revelan tener los sueños sobre una almohada y son absolutamente “síquicos”, aunque poseen la rara virtud de ser “vividos” dentro de un ambiente de realidad, como si fueran el producto de la existencia vital más concreta y patente que es dable imaginar para quien los experimenta.
         Los temas han sido extraídos de las anotaciones que en hojas sueltas, sucias, algo ajadas y  amarillentas por el paso del tiempo y el abandono que Amadeus dejó antes de morir en plena madurez, cuando en la región de Atacama se hallaba afanado escalando por el lado chileno el Nevado Tres Cruces a unos 220 metros escasos de la cumbre, esto es, a cerca de 6.000 metros de altura.
Milagrosamente tuve la fortuna de toparme por una mera casualidad con tan valiosa información onírica dentro de una bolsa negra de desperdicios en el antejardín de la mansión en que aún sobrevivía su madre, ya anciana y solitaria, en uno de los numerosos vericuetos arquitectónicos del empingorotado sector de La Dehesa, en la parte oriental de la ciudad de Santiago.
Me había olvidado de informarte que en el momento del hallazgo era yo un recolector de residuos domésticos, de esos cuyo oficio consiste en trasladar en un gran bolsón de plástico amarillo las sobras y desechos de las casas al camión recolector. En otros términos, lo digo no sin cierto embarazo (más bien con “un algo” de orgullo), “yo era un hombre del aseo” (¡no un basurero, por favor!, como solían llamarme algunos deslenguados).
 Pero ahora, merced a este tan casual como afortunado hallazgo, ya no lo soy, porque -¡gracias a Dios!-, como posiblemente te habrás dado cuenta, he subido al menos un peldaño más y me he convertido en escritor.
La numeración de los ensueños de Amadeus (con excepción del primero, intitulado “El soñovisoaudífono”) es en el resto arbitraria. De modo que tú, si además de paciente, eres el amabilísimo y avisado lector que me presumo, tienes mi autorización para leer el remanente en el orden y la cantidad que se te antoje, según sean tus necesidades o intereses personales. Y no me sentiría afectado en absoluto si dejaras de leer más de alguno de los capítulos… o si  limitaras tu lectura a solo un tema  como el único que lograra llamarte la atención... O, por último, hasta toleraría, sin siquiera enojarme un ápice, que te quedaras satisfecho con echarle solo una rápida ojeada a este breve preámbulo.
 Después de todo, ya es para mí suficiente el hecho de que hayas comprado el libro o, al menos, que lo hayas abierto por haber despertado tu curiosidad o por haberte interesado vagamente en su contenido…
         Y, por si acaso lo leyeras en su mayor parte o (¡mejor aún!) en su totalidad: ¡no te entusiasmes en demasía! Durante la lectura, no olvides un segundo de que, después de todo, como dice Calderón de la Barca, que “la vida es sueño” y luego, por boca de Segismundo, que “los sueños, sueños son”...

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