domingo, 13 de mayo de 2012

Prefacio del libro ilustrado "Chile, tierra de hazañas y glorias" que Félix M. Pettorino editó a nombre de su universidad (la U. de Playa Ancha, Valparaíso), como un homenaje al Bicentenario de Chile.

Vaya, en primer término, nuestra sincera gratitud por la benévola acogida que tuvieron las dos primeras ediciones de este manojo de poemas históricos, que hoy, como necesario complemento, se empina anteponiéndole una exigida primera  parte, que era lo que se echaba de menos, vale decir, la exaltación en prosa, con algunas gotitas de poesía (los sonetillos de nuestro colaborador Rafael Luttges (*), de tantos y tan notables personajes de nuestra historia de pioneros, damas y varones, que han ido tejiéndola con un hilo de oro, a través de sus actos ejemplares y memorables, haciéndola cada vez más bella, más admirable y más digna de ser conocida y estudiada por todos los chilenos, y en especial por nuestra juventud (y a propósito de la celebración de nuestro Bicentenario).
Su primera finalidad no es tanto la de ensalzar, sino la de mantener vivos en nuestra memoria, más allá de las gestas memorables, a aquellos grandes hombres y mujeres, cuya ejemplar virtud ha sido la de otorgarle a nuestra nación un lugar de privilegio, y de convertirla, dentro de sus humanas limitaciones, en un verdadero paradigma dentro del historial americano. Piénsese por un instante en la gloria secular que en el instante mismo de nuestro nacimiento, nos brindó con toda justicia ese hidalgo español llamado don Alonso de Ercilla y Zúñiga, con su inmortal Araucana.
Cierto es que en el breve prefacio de esta edición, por su necesaria restricción y brevedad, fuerza es dejar sin tratar mucho contenido que nos hable del heroísmo patrio, y no sólo en relación con la denodada defensa, mediante el uso de las armas (¡último recurso!) del suelo que nos vio nacer, sino en el continuo laborar día a día de tanta gente nacida o llegada acá para el engrandecimiento, la felicidad y el porvenir de esta tierra privilegiada.
Es preciso hacer, pues, una advertencia, y es que nuestra lista contiene un grupo selecto de algo más de 200 personas, particularmente chilenos, que a través de los siglos, entregando sus afanes, contribuyeron a construir una Patria tan acogedora, hospitalaria y prestigiosa como la que hoy tenemos. Pero ya que obligadamente hay un límite de espacio, sería impensable tratar de incluirlos a todos. Y aunque no fuera más que una simple enumeración, faltarían las palabras, y más que las palabras, las páginas, para abarcar aunque fuese a la mayoría.
En suma, se sacrificó bastante el número por la variedad: pioneros y creadores, almas grandes de corazón, intelectuales, políticos, historiadores, científicos, artistas en la literatura en prosa o en verso, en el periodismo, en la música clásica o popular, en la pintura, en la escultura, exploradores, mineros, montañistas, atletas, deportistas, nadadores, etc., sin contar los héroes y las hazañas guerreras de la 2ª parte. Se han excluido, en principio, por razones de economía y de espacio, las biografías de los presidentes y de todos aquellos que son demasiado mencionados por los textos escolares o por otros de gran circulación.
Y como ya lo habíamos anunciado en el prefacio anterior del año 1997, “ha sido preciso hablar también en la entrega en cuerpo y alma en pro de los pobres, de los enfermos y de los desvalidos de esta tierra, que significó y significa la vida anónima de tantos chilenos, como el padre Alberto Hurtado, Clotario Blest, o doña Juana Ross de Edwards, para citar sólo unos pocos ejemplos de entre las muchísimas preclaras figuras que se podrían extraer de nuestro pasado más reciente. O en la devoción con que tantos chilenos, y muchos otros extranjeros venidos de tierras lejanas y que han hecho suyo nuestro terruño, se dedicaron a cultivar su espíritu en la investigación y en el estudio de nuestra naturaleza, de nuestra flora y fauna, del ámbito histórico de Chile, de su arte literario, musical, pictórico o escultórico, de su cultura y de su folclore...” Allí están los nombres de Juan de Saavedra, Luis de Valdivia, Diego de Rosales, Félix de Augusta, Andrés Bello, Ignacio Domeyko, Claudio Gay, Raimundo Monvoisin, Thomas Somerscales, Rodolfo Lenz, Rodulfo Philippi, los hermanos Clark, Guillermo Wheelwright, etc., para citar sólo algunos de los que en este instante se me vienen a la memoria”. Y, ¿por qué no decirlo?, hay entre ellos muchos de nuestros compatriotas o extranjeros “aquerenciados” en nuestra tierra, cuya vocación de entrega o servicio los consagró en algún deporte, empresa o aventura con alguna repercusión digna de mención, no solo en nuestra Patria, sino en el cada vez más pequeño mundo en que vivimos.
Por todas partes observamos, en la historia de nuestro pasado y en la propia experiencia del presente, el valor de verdaderos modelos que tienen estas vidas ejemplares para la juventud chilena de ayer, de ahora y de siempre. Ellos merecen también, si no un exaltado poemario, al menos un estudio biográfico o algún efluvio poético de reconocimiento, que destaque su fructífera labor. Que al enaltecer nuestras vidas, vayan irradiando verdadera sed de deber, solidaridad y democracia. Y que la investigación, la experiencia, el conocimiento y la ciencia; el arte, el deporte y la cultura desarrollados por ellos sean los acicates que vayan forjando y amalgamando nuestra idiosincrasia nacional.
Es innegable que lo que somos, y lo que hemos alcanzado a ser como nación, se lo debemos originariamente a los que podríamos llamar nuestros tan preciados “ancestros”, y no tan solo los que llamamos “padres de la Patria”. Se trata de una real multitud de todos aquellos seres privilegiados que han logrado poner su granito de arena, sin que quepa distinguir entre los sufridos indígenas de antaño y de ahora ni entre los esforzados criollos, mestizos o extranjeros de ayer, que han pasado a ser modelo y desafío para los que vivimos ahora disfrutando de lo que ellos lograron hacer o crear.
En nuestro libro, sin pretender una exhaustividad imposible, ocupan en un ordenamiento (que quisiera ser cronológico) la variada gama de aquellos personajes que hemos podido seleccionar como “artífices de la paz”, y a continuación, como segunda parte, como “héroes de las batallas” que han ido surgiendo a lo largo de nuestro devenir histórico, todos los cuales son, en verdad, los verdaderos prototipos en que deberá sostenerse el presente y el futuro de la Nación, a través de la educación, tanto en el hogar como en la escuela, el liceo y la universidad. Creo firmemente que sin este sustancioso alimento de la tradición y el ejemplo de nuestros ancestros difícilmente llegaremos a ser “la gran Nación” a que aspiran en sus escritos y discursos nuestros educadores y políticos de todos los tiempos.
Y así como vibra el nombre de Chile en los “¡Ce-hache-í!” de las justas deportivas y como hacemos ondear y relucir nuestra “porotera” en mástiles y camisetas de atletismo, así debiera ser también la decisión por mantener a toda costa nuestra identidad, honor, austeridad y valores proverbiales como pueblo y como un “buen vecino” sin excepción de todos nuestros hermanos del Continente, ya que buena parte de sus tradiciones, empezando por la lengua con la que nos comunicamos a diario, son también el valioso patrimonio de toda la inmensa comunidad  que constituye nuestra América Hispanoindia.
El autor.
 (*) Lamentablemente. mientras estaba comenzando a preparar este libro, mi ex alumno y amigo, Rafael Luttges (el Viejo Trovador) sufrió un grave accidente al cortarse la cuerda del ascensor que estaba construyendo para su hogar en el barrio Miraflores de Viña de Mar, y solo hemos podido rescatar algo asi como una  treintena de sonetillos que él alcanzó a componer, ya que quedó inconsciente por casi un mes  y aún no ha logrado reponerse del todo. Rogamos a Dios y hacemos fervientes votos  por que tan excelente poeta porteño se reponga pronto y pueda retornar a sus actividades normales de prestigioso escritor de la 5ª Región.
Pero a fines del año 2011 ocurrió el milagro. Después de largos meses de cuidados y sufrimientos en una prestigiosa clínica, por fin pudo Rafael Luttges caminar y hasta escribir su última obra, un hermoso libro en prosa y en verso e ilustrado que cuenta con cerca de 200 páginas, titulado “Relatos mentirosos en el Reyno de Chile”. ¡Bravo por nuestro Viejo Trovador Porteño: ¡que viva muchos años más disfrutando de la vida, del amor y de la poesía…!

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