viernes, 25 de mayo de 2012

El desencanto de un adolescente que creía que el amor prostibulario era fácil y barato de alcanzar. De Félix Pettorino..

El guiño del engaño.

Te sonríe una puerta
junto a las sonrosadas mejillas de una calle,
un ventanuco te guiña su párpado pintarrajeado
entre los cabellos de la lluvia.
Cierras tu paraguas de piel roída
y entras a acogerte bajo paredes floreadas.
Casi en el acto te sientes succionado
por los terciopelos ondulantes de una bata de rosa
y entre retratos familiares de parientes nunca vistos
y brazos colgantes
que desde un patio te saludan presentándose,
mientras agitan al viento plumas y pañuelos de colores,
las soñadas caricias
te cosquillean a destiempo.

Por sólo un instante
te van a amar como crees merecerlo.
Estás contento.

Pero has olvidado
un detalle no banal: es sólo amor de fantasía
en envase desechable,
y debes pagar
por lo que dicen que vale.
La mano se te escapa sobre el pecho.
Exhibes los papeles manoseados
que ameritan tus sudores semanales,
mientras arriándose y ostentando
el señuelo carmesí exige su máxima postura.
Asoma como naipe una liga rosa perfumada
y ondea al aire, haciendo brillar el mármol de tus sueños.

Tembloroso, alargas una mano,
pero hay veda temporal para alcanzarlo.
Alguien te empuja hacia la puerta de salida.
Y en el acto,
retroceden parpadeando los grises dígitos
de tu atrasado reloj de tierra.
Debes irte.

Por las ásperas mejillas de la calle
oyes sonrojado.
Las carcajadas de tus pasos tecleando el pavimento
y las puertas
frustradas, iracundas,
se baten en retirada.

Gotean los últimos lagrimones de la lluvia.

Entre las brumas de una luna negra, viciosa,
un ventanuco se cierra con disimulo,
y te hace su bufonesco guiño de madera.
Ves muecas sin rostro
chanceando y delatándote
tras los muros de tejas despeinadas.

Entonces,
te enjugas la frente
con un trozo de asfalto
y corres, corres,
hasta perderte entre la red chispeante de adoquines
que, compasiva al fin,
te tiende la noche.

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