viernes, 11 de mayo de 2012

Acerca de la fundación de Viña del Mar. De Félix Pettorino.

José Francisco Vergara Echevers [10.10.1833 – 15.02.1889]. De familia acomodada, nació en una hacienda que poseían sus padres en Colina, al norte de la capital. En sus estudios se destacó en Matemáticas, por lo que decidió matricularse en la Universidad de Chile hasta titularse de ingeniero en 1866.
No bien empezó a ejercer su profesión cuando le correspondió trabajar como ingeniero auxiliar en dos importantes proyectos: la construcción del ferrocarril de Santiago a Quillota (luego al puerto de Valparaíso), y el túnel de San Pedro. En plena juventud contrajo matrimonio con Mercedes Álvares.
Tanto el ferrocarril como el casamiento aludido fueron decisiones muy importantes en su vida, que, más allá de las consecuencias personales o familiares, llegaron  a tener repercursiones históricas de cierta trascendencia para el futuro de la región. Pues, a raíz de ello, brotó en el emprendedor ingeniero la idea de tomar en arrendamiento la hacienda llamada “Viña del Mar” (hoy ciudad de ese nombre), de la cual al poco tiempo llegó a convertirse en copropietario, gracias al matrimonio con su arrendadora, Dª Mercedes Álvares, con quien tuvo dos hijos: Blanca y Salvador.
En 1874, tuvo la idea de fundar la ciudad que hoy conocemos, para lo cual, disponiendo de la parte más plana y baja de la hacienda, de la que era codueño con su esposa, comenzó a confeccionar un plano, trazando plazas y delineando calles, con el propósito de poner en venta los sitios para su ulterior edificación. Paralelamente hizo construir un hotel para los santiaguinos o gente del interior, que decidieran veranear a orillas del mar. De este modo -como ya debe haberlo intuido nuestro atento lector- el ingeniero Vergara, aprovechando además el paso del ferrocarril rumbo a Valparaíso, inició la fundación de la ciudad de Viña del Mar.
Pero, además, Vergara era un hombre de gran diligencia y habilidad para los negocios. Y al mismo tiempo desplegó una admirable capacidad para repartirse en los más diversos menesteres, pues llegó a destacarse como político y orador. Era lo que hoy pudiera llamarse un “hombre múltiple”, gran hacedor de las tareas útiles más disímiles, por poco importantes que en un principio pudieran parecer.
En 1868 se incorporó al Club de la Reforma. Después de viajar por Europa, fue electo diputado por Ancud, hacia 1877. Además, declarada en 1879 la Guerra del Pacífico, fue oficial de primera línea como para brillar con luces propias en las campañas de Tarapacá y de Tacna. Tanta fue su eficiencia como militar, que el gobierno llegó a nombrarlo en el cargo de Ministro de Guerra y Marina en Campaña, de modo que a partir del 15 de julio de 1880, tomó parte activa en la organización de la Campaña de Lima y en 1881 llegó a combatir con el éxito ya conocido en las batallas de Chorrillos y Miraflores.
Una vez finalizada su participación tan relevante en la Guerra del Pacífico, fue nombrado ministro del Interior del gobierno de Domingo Santa María (1881-1886); pero en 1882, prefirió ejercer la política activa, siendo elegido con una gran mayoría como senador por Coquimbo. Famoso fue el debate que Vergara inició en el senado, a propósito de la lectura de un telegrama de José Manuel Balmaceda, donde quedaba al descubierto la intervención electoral del gobierno.
Y a tanto llegó su fama, que al poco tiempo fue proclamado por el partido Radical como candidato a la presidencia en la Convención Nacional, Liberal y Radical que se reunió expresamente para ello en 1886. El diario La Libertad Electoral fue el portavoz de su candidatura. Sin embargo, renunció a continuar con la campaña, ya que su oponente, José Manuel Balmaceda, contaba con la poderosa protección oficialista y la mayoría de los votos, y él carecía, por su posición ideológica, del apoyo del Partido Conservador.
Francisco Antonio Encina, uno de nuestros historiadores más  perspicaces para definir el carácter de sus personajes, decía de Vergara lo siguiente: “La nota más desconcertante de la personalidad de Vergara es la conciliación de algunas características que siempre andan divorciadas, aún en los cerebros mejor dotados. Su amplitud mental era sencillamente asombrosa, sus aptitudes recorrían una gama que iba desde el hábil hombre de negocios hasta el estratega, desde el matemático hasta el escritor de poderoso temperamento literario, desde la más delicada sensibilidad hasta el más impetuoso empuje de la voluntad. Y la suya era una amplitud cerebral auténtica, la antítesis del charlatán”.
Retirado definitivamente de los afanes y azares de la política, pasó sus últimos años en su hermosa mansión, que aún se conserva como verdadera reliquia histórica, en medio de los bellos prados, arboledas y jardines de la Quinta Vergara de “su ciudad” de Viña del Mar.

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