viernes, 31 de agosto de 2012

Félix Pettorino y Rafael Luttges rinden homenaje a la autora de Papelucho.


Ester Huneeus de Claro (Marcela Paz) [Santiago 1902 – Santiago, 11.06.1985). Hija de una familia acomodada de la capital, muy prolífica (8 hijos). En su condición de mujer de aquella época, como era costumbre, no concurrió a ninguna escuela ni liceo, sino que fue formada domésticamente, con una educación básicamente hogareña, en que, además de las labores de casa y de cierto baño superficial de cultura europea, estaba obligada a iniciarse en un arte hogareño, incluido privilegiadamente el piano. Ya adolescente y a guisa de complemento, realizó algunas incursiones esporádicas en la Escuela de Bellas Artes, pero su acendrado afán por la lectura y su vocación creativa en lo literario, no la abandonó nunca.
            Mantuvo siempre una gran identificación personal con la niñez, nunca dejó de sentirse “como una niña de verdad”, siguiendo un consejo de Jesús. Testimonio de ello es su primera colección de cuentos, titulada “Soy colorina”, publicada en 1934, donde junto con el dominio estético de la pluma, surge el profundo dominio sicológico que posee respecto de ese  mundo de fantasía que caracteriza a la infancia.
Pero fue en 1947 cuando apareció el primer exponente de la obra que la llevaría a la inmortalidad en la mente y el corazón de los niños chilenos. Papelucho, obra fundada en el imaginario diario íntimo de un muchachito de 9 años, que hechiza por igual a chicos y a grandes a través de la espontánea fantasía y del inocente gracejo, libre de prejuicios de los niños de esa edad. El éxito logrado con esta primera publicación estimuló a la escritora a escribir la continuación, con Papelucho casi huérfano (1951), Papelucho historiador (1955), Papelucho detective (1957), Papelucho en la clínica (1958), Papelucho perdido (1960), Papelucho y mi hermana Ji (1964), Papelucho Misionero (1966), Papelucho y el marciano (1968), Papelucho y mi hermano hippie (1971), Papelucho en vacaciones (1971), Papelucho ¿soy dixleso? (1974). Demás está decir, que el éxito de estas obritas infantiles fue tan grande que, aparte de que hasta hoy se leen en escuelas y colegios, han sido traducidas a varios idiomas, empezando por el inglés.
Según la propia autora, escribió las aventuras de Papelucho porque estaba convencida de que a los niños hay que educarlos entreteniéndolos y divirtiéndolos, teniendo presente lo mucho que había sufrido de niña leyendo historias tan tristes como David Copperfield u Oliver Twist de Charles Dickens.
Por todo aquello, Marcela Paz se hizo más que acreedora a ganar para sí el Premio Nacional de Literatura que por unanimidad se le concedió en 1982.

A MARCELA PAZ

De familia acomodada
pero educada en su hogar,
la hacen pronto incursionar
y en las letras destacada.

Escribió para los niños
Colorina y Papelucho,
ese chico algo flacucho
y que hasta hoy nos hace guiños,

Fue esta novela aliñada
en una mente de ensueños
la que la hace bien horneada

y la alaban con empeño
la crítica deslumbrada
y los niños con sus sueños.

domingo, 26 de agosto de 2012

Jorge Edwards Valdés, gran escritor chileno contemporáneo. Por Félix Pettorino.


Jorge Edwards Valdés [Santiago 21.07.31]. Se educó en el Colegio San Ignacio de los jesuitas. Una vez terminadas con mucho éxito sus Humanidades y después de haber recibido el título de Bachiller en Letras, ingresó a la Universidad de Chile para iniciar sus estudios de Derecho y logró titularse de abogado en 1958. Su vocación, además de la literatura y el periodismo y más allá del ejercicio de su profesión de abogado, era, sin embargo, la diplomacia, y en tal mérito  fue enviado por el gobierno chileno en 1959 a la Universidad de Princeton (Estados Unidos) a estudiar Ciencias Políticas.
            Tuvo la oportunidad de demostrar su probada capacidad para la diplomacia en el cargo de secretario de la Embajada de Chile en París, que desempeñó hasta 1967, año en que fue designado de Jefe del Departamento de Europa Oriental en el Ministerio de Asuntos Exteriores.
            Sin embargo, el hecho de ser un brillante diplomático muy celoso de sus obligaciones y responsabilidades, no le impidió dedicarse a la literatura creativa, que era la mayor vocación de su vida, de modo que  durante los años en que ejercía su ministerio diplomático, se entregó, en sus escasos ratos de “ocio helénico”, si así pudiéramos llamarlo, a escribir diversos libros de índole narrativa, como los cuentos El patio, Gente de la ciudad y Las máscaras, además de la novela El peso de la noche.
            Su primera misión diplomática en París le permitió trabar amistad con grandes novelistas latinoamericanos, entre ellos, Mario Vargas Llosa, Gabriel García Márquez y Julio Cortázar. Posteriormente, dados sus méritos como notable escritor chileno, fue incorporado al llamado “boom” latinoamericano.
            Durante el gobierno del presidente Salvador Allende Gossens y en virtud de su relevante personalidad como representante de nuestra democracia, fue designado embajador de Chile en la Cuba de Fidel Castro, cargo que pudo desempeñar sólo durante tres meses, dadas las fuertes discrepancias que “por la fuerza de la razón” manifestó oralmente y por escrito con el gobierno cubano a causa de las manifestaciones dictatoriales de dicho gobierno.
            Como don Jorge Edwards es, por formación y convicción un hombre franco y valiente, no tuvo el menor empacho en escribir un libro en que cuenta con lujo de detalles la dura experiencia que debió afrontar en Cuba. Y así lo hizo, el año 1973, en cuanto llegó a Chile, con la edición de su nueva obra Persona non grata (que define la condición en que debió abandonar la isla caribeña). El libro, que fue un verdadero “best seller”, es en la forma y en el fondo una severa crítica contra el estalinismo y el régimen socialista cubano y, desató, en consecuencia, una gran polémica entre los partidarios del presidente Allende y del castrismo y el resto de los ciudadanos, no solo en Cuba y en Chile, sino en el resto de Latinoamérica y del mundo en general.
            A su regreso de Cuba, Edwards fue enviado como secretario de la embajada a París, donde permaneció sin problemas bajo las órdenes de Pablo Neruda. Tanto fue así, que tras el golpe de estado del 11 de setiembre de 1973, Edwards abandonó la carrera diplomática, exiliándose en Barcelona donde fue contratado por la editorial Seix Barral y entró por fin a cultivar su “hobby” preferido: la literatura y el periodismo.
            Durante el año 1978, una vez retornado a Chile, se convirtió en uno de los fundadores y presidente del Comité de Defensa de la Libertad de Expresión.  Y una vez restablecida la democracia, el presidente don Eduardo Frei Ruiz-Tagle lo designó embajador de Chile ante la Unesco, cargo que desempeñó entre 1994 y 1996.

            Guiándome ahora por Internet, Wikipedia, gracias a los servicios del buscador Google, señalo a continuación las obras literarias o periodísticas, ensayos y biografías y los premios concedidos meritoriamente a nuestro biografiado:

Novelas:

§                     El peso de la noche (1965), sobre la decadencia de una familia de clase media.
§                     Persona non grata (1973), sobre sus experiencias como embajador chileno en Cuba.
§                     Los convidados de piedra (1978), ambientada en el golpe de estado de 1973.
§                     El museo de cera (1981), alegoría política de carácter crítico.
§                     La mujer imaginaria (1985), sobre la liberación de una artista de clase alta en la mediana edad.
§                     El anfitrión (1988), una recreación moderna del mito de Fausto.
§                     El origen del mundo (1996), una reflexión sobre los celos, ambientada en París.
§                     El sueño de la historia (2000).
§                     El inútil de la familia (2004).
§                     La casa de Dostoievsky(2008).

Cuentos:

§                     El patio (1952).
§                     Gente de la ciudad  (1961).
§                     Las máscaras (1967).
§                     Temas y variaciones (1969).
§                     Fantasmas de carne y hueso (1993).

Labor periodística:

            Colaborador asiduo en diversos diarios, fuera de su Chile natal, en Latinoamérica (La Nación de Buenos Aires) o en Europa (Le Monde, El País o Il Corriere de la Sera). Actualmente, en Chile, en el diario La Segunda. Gran parte de su obra periodística se ha publicado en dos libros:
§                     El whisky de los poetas (1997)
§                     Diálogos en un tejado (2003).
Ensayos y biografías:
§                     Desde la cola del dragón (1973), por la que obtuvo el Premio de Ensayo Mundo en 1977.
§                     Adiós, poeta (1990), una biografía personal de Pablo Neruda.
§                     Machado de Assis (2002), acerca del escritor brasileño Joaquim Maria Machado de Assis.

Premios:

Académico de número en 1979 en la Academia Chilena de la Lengua.
Premio Cervantes, la distinción más importante de la lengua castellana (2000).
Orden al mérito Gabriela Mistral (2000).
La nacionalidad española por gracia (12 de marzo del 2010) concedida por el Gobierno de España.

Jotabeche, el primer y gran periodista que tuvo Chile. Por Félix Pettorino.

José Joaquín Vallejo Borkoski (Jotabeche) [Copiapó, 19.08.1811 – Totoralillo (Copiapó), 27.09.1858]. Jotabeche es, sin duda, el primero de nuestros pioneros, no solo en el periodismo, sino en la minería y la política. Hijo de  un artesano en confección de obras de plata y de una dama mestiza de polaco con chilena, quiso figurar en su vida pública como un ciudadano neto ciento por ciento útil , razón por la cual se dio el trabajo de cambiar el apellido materno por el de Borcosque, que aún se puede leer en algunas de nuestras guías telefónicas,
En 1819 sobrevino uno de esos grandes terremotos que asolan de tiempo en tiempo a nuestro accidentado territorio. Lo malo del caso fue que “se ensañó” con la provincia de Atacama y, sobre todo con Copiapó, que quedó semidestruido. Nuestro Joaquín tuvo que ser enviado a La Serena, ciudad que había resultado notoriamente menos dañada, donde por mandato de su padre quedó al cuidado de don Juan José Espejo, quien lo matriculó en el Liceo. Como era un alumno inteligente y empeñoso, al finalizar sus estudios fue designado algo así como inspector o profesor interino, cargo que le sirvió de maravillas para auxiliar a sus padres que se hallaban en duros quebrantos económicos. Y cuando en 1828 fue temporalmente suprimido el Liceo de La Serena, Vallejo fue enviado con una beca a ejercer en el Liceo de Chile de la capital, que a la sazón era regentado por el intelectual liberal español José Joaquín de Mora, quien fue el encargado por el gobierno de dar forma a la Constitución de 1828, con una parca vigencia de solo cinco años. En esas aulas Vallejo tuvo la suerte de ser condiscípulo de otros  varios futuros escritores, políticos y periodistas destacados, como José Victorino Lastarria, y entabló amistades “para toda la vida” con personajes tan preclaros en su tiempo, como don Manuel Antonio Tocornal y Antonio García Reyes. Todos terminarían por formar parte de la prestigiosa generación romántica de 1842.
Pero, mucho antes que aquello ocurriera, pasaron en Chile algunos acontecimientos graves. Hubo una época de gran intanquilidad y desorden político que ha sido conocida como el período de la Anarquía, que se desata después de la renuncia de don Ramón Freire, en 1827, al final de su segundo gobierno. Sobreviene entonces una breve guerra civil entre pelucones (conservadores) y pipiolos (liberales) que culmina en 1830 con la Batalla de Lircay, en que son derrotados los liberales. Con ello, se acabó el Liceo de Chile y Mora fue expulsado del país rumbo a Bolivia y se inicia el período portalianao con el presidente Joaquín Prieto a la cabeza.
En esa época el joven Vallejo contaba apenas con unos 20 años. Fue enviado en 1832 a trabajar como inspector al Instituto Nacional, y dado que disfrutaba de algún tiempo libre, se matriculó en Derecho, pero no le fue posible terminar la carrera por falta de recursos. Y al pobre Joaquín no le quedó más remedio que emplearse como dependiente de una tienda.
 Por fin, en 1835, consigue dejar su ocupación de ayudante de tendero para convertirse en secretario de la Intendencia de Maule. Curiosamente, el cargo le fue ofrecido, según cuenta el propio Jotabeche, por el presidente Prieto, que pertenecía al partido de los pelucones. Y surge aquí un interesante episodio que refleja la pasta de que estaban hechos nuestros viejos próceres. Vallejo le advirtió al mandatario que él era, en realidad, un opositor a su gobierno conservador, pero el presidente le replicó con una frase como esta: "–Este gobierno no repara en banderías,  sino en la honradez y la calidad de la gente”.
            A todo esto, cuando todo hacía suponer que las cosas andarian “sobre ruedas”, sucedió un episodio tan banal como lamentable: la enemistad, rayana en el odio, que Domingo Urrutia, el señor intendente, llegó a sentir contra su secrecretario. ¿Razones? La vida disipada de “tenorio empedernido” que mantenía Vallejo con las señoritas (algunas no tanto) que laboraban como campesinas en la región del Maule, especialmente en Cauquenes; y el haberse separado de su jefe para lucrar con algunos negocios a costa de él. No se sabe si la cosa empezó por el “escandaloso modus vivendi” del jovencito o por discrepancias derivadas de las operaciones comerciales, el caso es que a raíz  de las diatribas satíricas que en 1836 Vallejo escribió en la prensa de aquel tiempo en contra de su jefe, este, valiéndose de que su contrincante, en  su calidad de “cívico”, estaba subordinado al régimen militar, dictó la consabida orden de prisión. No hay que ser adivino para sostener que nuestro héroe tenía todas las de perder frente a un intendente que gozaba de poderes omnímodos. Y, en efecto, no solo fue encarcelado, sino engrillado, y en un cepo. Cuenta la historia que llegó a tal extremo la odiosidad  del señor intendente contra el prisionero, que, con el fin de atormentarlo, mandó matar al perro que le servía de compañía en la celda. Además, le impuso ayunos, lo incomunicaba continuamente y, lo más doloroso para Jotabeche: le correteaba a las mujeres que se escabullían hacia el interior de la cárcel a fin brindarle un mínimo de consuelo con su compañía. Pero Vallejo, además de tozudo, era valiente y desafiante, (como suele serlo el roto chileno en desgracia) y comentaba con su acostumbrada sorna: “...cuando oían el ruido del martillo al remacharme los grillos, honraron ellas mi desgracia con sus lágrimas. Estaban como unas veinte cerca de mi prisión, sentadas en un corredor, desde donde, a presencia de Urrutia, me hacían mil manifestaciones de sus apreciables sentimientos por lo que me estaba pasando".
Como es obvio suponerlo, el proceso finalizó con la absolución del reo, pero el intendente encontró la manera de retenerlo en la cárcel durante el mayor tiempo posible. A Vallejo no le quedó otra alternativa que recurrir a su habitual astucia y se fugó con rumbo a Santiago el 31 de agosto de 1840. Allí aguardó el tiempo necesario para leer el fallo absolutorio de la corte marcial.
En 1843 logró ser elegido regidor por Copiapó, su ciudad natal. Su posición política, a pesar de las firmes convicciones que sustentaba en torno a la libertad y a la democracia, fueron toda la vida de una absoluta independencia. Por eso mismo, sus contemporáneos solían sentirse desorientados por las decisiones de Vallejo, que consideraban excesivamente personalistas. Hubo sin embargo ocasión para calurosos discursos regionalistas en contra del odioso centralismo, impuesto hasta el día de hoy por Santiago. Y ese regionalismo, manifestado una y otra vez, en encendidos discursos, fue, entre otros muy diversos factores, una de las causas más potentes que le permitieron acceder con gran facilidad a las representaciones ciudadanas de  diputado por Vallenar y Huasco (1849-1852). Después repetiría la victoria por el distrito de Cauquenes, en 1852 hasta 1855.
Pudo entregarse entonces de lleno a escribir sus artículos y cuadros de costumbres que, publicados por la prensa provinciana y santiaguina, se hicieron muy populares entre los lectores chilenos, siendo ampliamente celebrado por su humor escéptico y por la aguda capacidad de penetración que lucía en los temas sociales y en diversas situaciones cotidianas de su época, que en el fondo no difieren mucho de la actual... Reveló, en calidad de actor y testigo de primera línea, el frenesí minero de Copiapó, especialmnte tras el afortunado descubrimiento del gran yacimiento de plata de Chañarcillo (V.). Entonces comenzó a firmarse como Jotabeche, supuestamente usando las iniciales de un vecino de su pueblo, famoso por su amenidad y gracia, llamado Juan Bautista Chaigneau.
Su estilo ha sido comparado con Mariano José de Larra, notable periodista español de la época, a quien Vallejo admiraba abiertamente y leía a diario. El mismo Jotabeche confesaba en sus cartas la gran admiración que sentía por los artículos periodísticos de Larra: “Rara vez me duermo sin leer algunas de sus preciosas producciones", escribió a un amigo. Ello le valió el encomiástico apodo de “el Larra chileno”.
En 1845 había fundado en su ciudad natal el periódicoEl Copiapino”. En él comenzó a tratar con su gracejo satírico tan peculiar, temas relativos a la vida provinciana, a anécdotas locales y sobre todo a las aventuras y vicisitudes de la dura vida de los mineros. Denuncia, además,  algunos vicios observables en la vida cotidiana, tanto social como política.
Solía ridiculizar el clima social y político de la capital, y estaba muy lejos de compartir los discursos recargados de ideologismo, literatura barata y elogios exuberantes, sea a las personas o al país considerado como una abstracción. Para él los políticos de Santiago estaban aquejados de lo que él llamaba  "tontedad". Entre sus artículos de cierto interés pueden citarse: Un provinciano en Santiago, El provinciano renegado, Los cangalleros, El carnaval, La cuaresma, Algo sobre los tontos, Los descubridores del mineral de Chañarcillo, Los chismosos, El último jefe español de Arauco.
Logró reunir una fortuna apreciable gracias a sus bien estudiadas actividades mineras y a las acciones del Ferrocarril Copiapó-Caldera que logró adquirir a tiempo.
En 1854, aquejado por una grave enfermedad pulmonar, pasó hasta Argentina en busca de asistencia profesional y medicinas, pero en vista del fracaso de su intento, se vio obligado a regresar a Chile, donde al poco tiempo falleció.

Ingratitud extrañamente premiada con misericordia. Por Félix Pettorino.

Desmerecimiento.


Sin tener cuerpo, te instalaron huesos;
sin golpear puertas, te entregaron ojos;
cobraste, sin rogar, de Dios el beso:
¡y aún son ciegos tus crepúsculos rojos!

Sin pedirlo, te dieron un alma,
el don de sentir y un lapso de vida.
¿Pesares? Tienes a Dios que te calma:
¡y aún está ciega tu senda perdida!

Quizás qué sed te abrasará mañana
cuando, ajeno al bien que te prodiga,
tengas cielos sin luz y sin campanas

y un huerto yermo, sin mies y sin espigas.
¿Qué don te ha dado Dios, criatura humana
para que, sin merecerlo, Él te bendiga?

El chileno de las mil aventuras dentro y fuera de Chile. Por Félix Pettorino con Rafael Luttges.

Vicente Pérez Rosales [Santiago, 05.04.1807 – Santiago, 06.09.1886]. Pocos patricios chilenos han tenido una vida tan llena de azarosos incidentes y aventuras como nuestro biografiado. Ya, al poco tiempo de nacer tuvo que sufrir la deportación o prisión de algunos de sus ascendientes inmediatos, todos los cuales formaban parte del frente de los patriotas. Fue después del desastre de Rancagua, 1º y 2 de octubre de 1814, cuando solo contaba 7 años. Su abuelo Juan Enrique Rosales y su tía Rosario fueron deportados por Osorio a Juan Fernández, donde hubieron de refugiarse en una caverna. Su madre no corrió mejor suerte, ya que fue encarcelada por el temido capitán San Bruno. Pero el exilio y la cárcel no duraron demasiado. Durante este período llamado de “Reconquista”, los patriotas lograron vencer a los realistas en Chacabuco (12.02.1817), lo que permitió reunir de nuevo a la familia, a raíz de lo cual los Rosales, celebrando la victoria, congregaron en su casa a patriotas tan conspicuos como O’Higgins y San Martín y a otros tantos visitantes del bando independentista. Mas, luego sobrevino, aunque solo circunstancialmente, la derrota de Cancha Rayada, por lo que al clan no le quedó otro recurso que asilarse en la vecina ciudad argentina de Mendoza. Ahí fue donde nuestro muchachito de solo 14 años hubo de presenciar, el 04.04.1821, el fusilamiento de los hermanos Carrera. Afianzada ya la independencia, Vicente fue encargado por sus mayores a lord Spencer, comandante de la fragata inglesa Ower-Glendower, a fin de que el jovencito pudiera seguir la carrera de la marina; pero a raíz de la rebeldía del adolescente por el maltrato recibido durante la navegación, el capitán Spencer lo abandonó a su suerte en el puerto de Río de Janeiro. En 1823, gracias a la intercesión de Mary Graham, Vicente pudo regresar a Chile; pero dos años más tarde, el joven de 18 años, siempre inquieto y sediento de aventuras, decidió levar anclas rumbo a Europa. Ya en París ingresó al colegio que matenía un presbítero español y tuvo la oportunidad de ganarse la confianza y la cordial amistad del dramaturgo español Leandro Fernández de Moratín. Pero su permanencia en Francia no duró mucho tiempo, ya que en 1830 se embarcó en una nave que tuvo la desgracia de naufragar en las cercanías de las islas Malvinas, donde permaneció por breve tiempo, después del cual resolvió regresar a Chile para ejercer sus múltiples actividades: actor de teatro, dibujante y pintor, yerbatero, comerciante, ganadero, minero y, como si fuera poco, destilador de aguardiente. En 1848, como a muchos otros chilenos, lo embrujó la fiebre del oro de California, hasta donde se dirigió en compañía de parientes y amigos. Pero, dado el fracaso de aquel proyecto, decidió abrir un negocio en San Francisco. Nuevamente lo persiguió la mala suerte, esta vez una epidemia, por lo cual se vio forzado a actuar de yerbatero, de enfermero y hasta de sepulturero. Sin intimidarse ante tanto contratiempo, en 1849 abrió de nuevo una tienda en San Francisco, la cual, a poco andar, resultó consumida por las llamas, por lo cual al poco feliz aventurero no le quedó más recurso que retornar a su patria, a ver si le cambiaba la suerte. Y así fue, ya que a poco de llegar fue encargado como agente de colonización por el ministro Varas a fin de radicar a los alemanes en la zona de Valdivia, de modo que, gracias a una tan eficiente como ímproba labor, logró inaugurar la colonia de Puerto Montt el 18 de febrero de 1853. Y ya en setiembre de ese mismo año viajó a Hamburgo en su calidad oficial de cónsul de Chile y agente de colonización. Y con el propósito de generar interés por venir a instalarse a Chile, se dedicó a recorrer gran parte de Alemania, lo cual fue también  aprovechado por él para trabar amistad con los más conocidos científicos alemanes de la época. Entre tanto, publicó algunas obras, como el Ensayo sobre Chile y el Manual del ganadero chileno; pero sin lugar a dudas el más leído hasta hoy ha sido “Recuerdos del pasado”, en el que relata con mucha amenidad sus numerosos percances y aventuras. En diciembre de 1859 regresó a su patria y no bien pisó tierra cuando el gobierno lo nombró intendente de Concepción. En 1861 y 1881 fue elegido primero diputado y más tarde senador por Llanquihue.

A VICENTE PEREZ ROSALES

Una vida de aventuras
y azarosos incidentes,
 en países diferentes
parte de su vida dura.

Dibujante y yerbatero
cuando es el teatro, actor,
minero también pintor
más rebelde y pendenciero.

A esta tierra retornado
su encargo: colonizar
hacer nuestro sur poblado

por Valdivia al comenzar,
con tanto alemán forjado
allá en su tierra natal. 

sábado, 25 de agosto de 2012

Dios mío: déjame morir vencido por Tu amor misericordioso, Félix Pettorino

Vencido por Tu amor...

Tantos modos de vivir que nos acosan
sin saber elegir el más certero,
inútil huir del destino artero
si el Buen Dios ha dispuesto otra cosa.

Tantos modos de morir que nos esperan
sin poder escoger el menos triste,
inútil huir del dolor si naciste
bajo la dura condición de que otros mueran.

Señor: castiga en vida mis falencias,
permite soportar mi pobre suerte,
déjame beber en el caudal de Tu clemencia

abandonado a Tu perdón y piedad tan fuerte,
y para siempre gozar de Tu presencia,
vencido por Tu Amor, pido mi muerte.

Fernando Cuadra, uno de los grandes dramaturgos chilenos. De Félix Pettorino.


1927: Fernando Cuadra [Rancagua, 25.11.1927]. Lo conocí en 1945, cuando él era apenas un novel estudiante en el Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile en Santiago. Era un muchachito fino, más bien pequeño y bastante delgado que, a despecho de su aparente corta edad, simulada por la  menudencia de su cuerpo de niño, bastaba oírlo hablar para que uno se diera cuenta de que estaba en presencia de una personalidad madura, fuertemente idealista y plena de proyectos espirituales e intelectuales de insólita trayectoria para quienes ingenuamente nos considerábamos aún bastante “aterrizados” en las actualidades mundanales. Cuando ingresó a mi pieza del pensionado (todavía lo recuerdo), traía como un regalo para el alma  un fajo enrollado de hojas sueltas con los productos dramático-literarios de su  mente juvenil, bocetos de una tragedia griega original de él, con lo que estimé una osadía de quien era apenas un bisoño estudiante de primer año que venía supuestamente a consultar algo... Pero el contenido de su trabajo  me dejó realmente impresionado... Y yo (¡necio de mí!), viendo que se trataba de algo que estaba bastante alejado de mis zozobras lingüísticas, traté de desentenderme del tema, sin dejar, eso sí, de sentirme admirado por la calidad de su trabajo y de fantasear sobre el hecho bien real de que acababa de estar en presencia de uno de aquellos jóvenes universitarios de un futuro más que promisorio... Pero urgido (como siempre) por el tiempo, facilité la despedida, manteniendo siempre mi fascinación por los tesoros que aquel muchachito desconocido me acababa de mostrar...
En honor a la verdad, jamás he olvidado aquellos instantes de deleite poético-filosófico que su breve permanencia en mi habitación de estudiante me hizo experimentar. Años más tarde, cuando él ya era un alumno de un curso más avanzado y yo, un “cuasi” estudiante  en vías de despedirme de las tan amadas aulas de Mariano Latorre, Rodolfo Oroz y Claudio Rosales, lo divisé muy afanado trajinando dentro de un baúl, entre títeres o marionetas, preparando un acto del CADIP (sigla del Conjunto Artístico del Instituto Pedagógico fundado en 1934 por Pedro de la Barra) y no me atreví a interrumpir sus entusiastas ajetreos. Y a pesar de que nuestras vidas se habían bifurcado sin remedio por senderos similares, pero disímiles, retornó a mi espíritu el recuerdo de aquel primer encuentro y se renovó en mí la espontánea admiración por su  persona y por su talento. Al darme cuenta de que Cuadra tendría que haber reincidido una y mil veces en el mismo afán, me percaté de que se trataba de un hombre certero, auténtico y de gran futuro.
En efecto: sé desde hace tiempo que mi ex compañero Fernando Cuadra es hoy un dramaturgo hecho y derecho, cuya creatividad y calidad artística de real profundidad, como lo sostienen sus críticos,  “ofrece las más diversas facetas temáticas: la poético-simbólica, la histórico-costumbrista y la de crítica social”. Y “es autor de clásicos como “Las Murallas de Jericó” y “La Familia de Marta Mardones”, montajes adaptados por decenas de compañías en todo Chile, aspectos del proceso creativo que implica el desarrollo de un texto teatral”. Y no puedo menos que volverlo a admirar por advertir cómo aquel gran talento dramático suyo ha ido creciendo, creciendo hasta el consagrado artista chileno que es hoy.
 Entre sus obras más exitosas se hallan: Cinco lagartos (1943), Las Medeas (1948), (Premio Concurso Anual de Obras Teatrales, del Teatro Experimental de la Universidad de Chile), Las murallas de Jericó (1950), (Premio Concurso Anual de Obras Teatrales, del mismo Teatro Experimental), Elisa (1953), La desconocida (1954), La vuelta al hogar (1956), Doña Tierra (1957), El Diablo está en Machalí (1958), Rancagua 1814 (1960), La niña en la palomera (1968), Chilean love (1975) y La familia de Marta Mardones (1976). En esta somera lista merece especial mención, La niña en la palomera (1968), obra que reproduce con gran dramatismo no exento de reflexión, un episodio real, fundado en el secuestro de que fue víctima una adolescente en Santiago, que en su momento causó gran expectación, drama que se hizo acreedor a los Premios Municipal de Santiago y Gabriela Mistral (2009) y Primavera (2010).
Entre otros premios que ha obtenido a lo largo de su dilatada trayectoria, se encuentran, además, los siguientes: Carlos Cariola, de la Sociedad de Autores Teatrales; Cincuentenario de la Sociedad de Autores Teatrales de Chile; Pedro de Oña, de la Municipalidad de Ñuñoa; de la Universidad de Concepción y de CRAV (Compañía Refinería de Azúcar de Viña del Mar); etc..
Cuadra, como alma noble dotada de profundos sentimientos, nunca ha perdido las añoranzas que constantemente le demanda Rancagua, su ciudad natal.  Para él la ida a la “Capital  del Reino” ha sido el producto de una necesidad derivada del “centralismo” que nos agobia, pues es prácticamente el único centro poblado de Chile que ofrece todo lo bueno o lo malo que tú necesites para vivir o sobrevivir según tus propios designios. Y confiesa con convicción, no exenta de algún pesar: “Fue Santiago, bella,  pero envenenada ciudad, la que me consumió. Así y todo, Cuadra se ha desempeñado como profesor universitario, miembro de número de la Academia Chilena de Bellas Artes, además de fundador y director del Instituto Profesional de Teatro y La Casa en Santiago, frutos de la pasión de su vida y de la responsabilidad que ha sabido desempeñar siempre con gran hidalguía. Y más allá de todo eso, tal como él mismo se define, es “un guerrillero, un francotirador, un rebelde del teatro”.
Y declara paladinamente: “tuve la opción de estudiar medicina, pero decidí que en vez de curar los cuerpos, me dedicaría a sanar el alma, (...) la incredulidad de una tía que me dijo que eso era una carrera para los pobres. Por ello, cada villana de mis obras lleva el nombre de ella”..
La nobleza de corazón que lo anima en todos sus actos cotidianos y en los instantes en que siente la necesidad de desnudar su espítitu, lo obliga a declarar: que “no he nacido para entregar odio, sino que para entregar amor. Pues bien, yo amo profundamente lo que hago”.
Y, por último una gran verdad que ha sido la luz que ha guiado su aparente frágil existencia: “una vida sin pasión es un ejercicio muy triste. Sin embargo, una vida sin responsabilidad es un ejercicio totalmente equivocado. Esa es la base de mi trabajo. Es lo que les digo a los alumnos que entran a mi instituto, si usted no tiene pasión, no sirve para este reino”...

09-10.07.1882, Gesta heroica de Chile con 77 mártires. Por Félix Pettorino.

Combate de La Concepción.

Franja roja bajo blanco,
una estrella en fondo azul,
el gallardete de Chile
flamea radiando luz.

Ignacio Carrera Pinto,
mozo de gran rectitud,
comanda la Compañía
secundado por Luis Cruz,
Julio Montt y Pérez Canto
de las florestas del sur.
Sexto de Línea lo llaman
en las sierras de Perú,
Chacabuco por enseña
y por divisa la virtud.

Setenta y siete valientes
todos flor de juventud,
entre ellos ocho enfermos.
Cuidan de su salud
tres mujeres valerosas,
una presta a dar a luz.

La tarde se ve serena...
Nadie ha reparado aún
en el polvo rojo que trae
zigzagueando un blanco alud.
Viene la muerte bajando
con su aliento de simún.

Voces de guerra se anuncian
en torno a La Concepción,
tambores ponen espanto
cien leguas alrededor.

Quinientos cholos armados,
mil indios del interior
portan lanzas y fusiles
y la enseña bicolor.
Al mando cabalga severo
el comandante Gastó,
el cerco lo extiende de acero
en torno a La Concepción.

Fieras rezan las proclamas
del comandante Gastó:
“-No habrá clemencia ni tregua
para el guerrero invasor,
que así lo ordenó Cáceres
sin aceptar dilación”.

Sólo consiente la entrega
total y sin dilación:
“-Chilenos, debéis rendiros
a una fuerza superior,
veinte a uno no es batalla
que prestigie al vencedor,
os haremos prisioneros,
prisioneros con honor,
si el Perú da la palabra,
es verdad de corazón,
si no lo hacéis en el acto,
más tarde no habrá perdón”.
Así habló el enviado
del comandante Gastó.

Ignacio Carrera Pinto,
mozo de mucho valer,
no se detiene un instante
en lo que ha de responder:
“-El chileno no se rinde
por su Patria defender:
¡muere junto a la bandera
y cumple con su deber!”

La respuesta es muy altiva
hace a Gastó disponer
que se alisten mil fusiles
y sin demora acometer,
que tan sañuda descarga
gran miedo habrá de traer.

Ya comienza la batalla,
fuego y furor por doquier,
tíñense en sangre los pechos,
vense los cuerpos caer.

Los azules no se arredran,
cada uno vale cien,
disparan entre las brumas
de indios a todo correr,
explotan bombas de luma,
la mecha a medio encender.
Muy caras venden sus vidas,
¡muerden el polvo a sus pies!

No cejan en la contienda,
ven la tarde anochecer
y siguen en la brega
sin dar tregua ni cuartel.
Guerrean toda la noche
del día nueve hasta el diez.

Al alba gimen las aves
en lo alto de un ciprés.

Ha nacido un bello niño
y nadie lo viene a ver,
la madre llora en el lecho
y no lo puede creer:
¡un día de vida espera
al fruto de su querer!
Se asoma a la ventana
y ve el sol amanecer.
La madre contempla al hijo
y no lo puede creer:
¡un solo día de vida
para ese su dulce ser!
El buen padre yace muerto
y no lo podrá conocer.

Gastó reúne a su gente
para la iglesia incendiar.
Lanzan trapos inflamados
cogidos desde un pajar.
¡Ay! por los cuatro costados
arde de pórtico a altar.
Llantos de recién nacido
van muriendo entre el hogar
de llamas que se levantan
y nadie puede apagar...

Afuera sigue la lucha,
es una brega hasta el fin,
las nueve del día llegan,
¡fue abatido el adalid!
El turno le toca a Julio,
luego a Pérez Canto y Luis,
el niño-soldado sabe
conducir muy bien la lid,
pero sólo quedan catorce
y no podrán resistir...

Gastó reúne a su gente
cansada ya de luchar,
merced ofrece a los mozos:
“-Clemencia, por caridad,
si os rendís, con honores
os daré la libertad.
De mi tropa ha muerto un ciento:
¿a qué matar por matar?
Volveos al regimiento,
os lo pido por piedad,
os perdonaré la vida
si esa bandera arribáis.
No es bueno que haya más muertos,
¡rendíos por caridad!”

Pero el novel comandante
a su pabellón es leal,
no se detiene un instante
en lo que ha de contestar:
“-El chileno no se rinde
por su emblema resguardar,
¡brinda la vida por ella
y batalla hasta el final!”

A bayoneta calada
manda a cargar a los diez,
él al frente, a calacuerda,
arrremeten en tropel
y van cayendo uno a uno,
por chileno mueren tres,
hasta no quedar ninguno,
¡lucharon sin dar cuartel!

Silencio de camposanto,
cae la tarde otra vez.

Entra el coronel Del Canto
a la sierra del Perú.
La Concepción tras el humo
no puede verse al trasluz.

Reina un silencio de muerte
en la sierra del Perú.
¡Qué tarde llegaron tropas
a socorrer a Luis Cruz!

¡Setenta y siete chilenos
en la sierra del Perú
yacen muertos por la Patria
en flor de su juventud!

Sólo hay algo que se agita
en lo alto, a contraluz,
y se yergue tremolante
en la sierra del Perú:

Franja roja bajo blanco,
una estrella en el azul,
flameando enhiesto a la tarde
en la torre de la cruz.

¡Es la bandera de Chile
que fulge plena de luz!