jueves, 17 de mayo de 2012

Caperucita Verde de Félix Pettorino. 3ª y última parte.

El viejo Jacinto levantó por fin la frente, entre lloroso y asombrado. Parecía un verdadero “carapintada” camuflado entre los matorrales...

- ¡No, Caperucita! ¡Es un armazón grandote, de muchos metros de largo, fabricado con fierros bien gordos y máquinas y ruedas bien re pesadas, que se mueven con una fuerza mayor que la de veinte gigantes juntos! ¿Qué podría hacer el Sr. Lobo, por Feroz que fuera, para destruir a esos inmensos armatostes? ¡Aullar no más, aullar todito el día y toda la noche, que es lo que estuvo haciendo hasta que los hombres del aserradero me lo ubicaron y me lo corretearon a punta de palos y perdigones...

- ¿Y dónde estará ahora, porque yo lo andaba buscando, porque yo quería...? - alcanzó a preguntar Caperucita, cuando en ese mismo momento empezaron a sentirse, cada vez más cerca, unos aullidos desgarradores como los de un perrito atropellado por un camión...

La niña corrió presurosa en dirección a los quejidos para ver de qué se trataba: ¡y era nada menos que Don Lobo Feroz en persona, tiritando y bramando de dolor, de frío y hasta... (¿quién lo iría a imaginar), de miedo! Tenía una magulladura muy fea a la altura de las costillas, como si le hubieran asestado un lanzazo, pero no, era la herida de una bala rasante. De un costado le manaba un hilillo de sangre a medio coagular. Apenas vio a Caperucita, hizo un gran esfuerzo para levantarse lo mejor pudo, pero no le dieron las patitas traseras y se derrumbó con un agudo gruñido de dolor.

A Caperucita le entró mucha pena por el infeliz animal y, olvidándose de todo lo malo que pudo haber sido con ella y su abuelita, se acercó muy solícita a hacerle cariño y consolarlo con sus manitas blancas y suaves como la nieve.

Al experimentar el contacto amoroso con tan dulce niña, el Lobo se acurrucó como un ovillo y sin dejar de gemir un momento, se dejó acariciar ni más ni menos como si fuera Pompón, su mascota regalona... Y comenzó a lamerle las manos con dulzura, en señal de gratitud y sumisión...

En un momento dado hasta se atrevió a abrir su gran hocico para bostezar y pegarse su gran estirón de cabo a rabo, como suelen hacerlo las mascotas regalonas cuando el amo empieza a mimarlas..., pero plantó su gran alarido, porque con los halagos de Caperucita, había llegado a olvidar por un momento todo lo herido y descalabrado que estaba el pobre...

Por suerte, parece que la herida no era tan grave y pronto no más se tranquilizó, porque se dio cuenta que podía caminar, aunque bien despacito y cojeando de una patita...

Y así no más fue como los tres se dieron la media vuelta y, como no les quedaba otra, se dirigieron todo abatidos y apesadumbrados a la casa de la abuelita para contarle con pelos y señales la trágica historia del bosque talado y del sinfín de pajarillos y animales desaparecidos ..., y para reponerse también un poco de sus dolores y sufrimientos...

Caperucita hubiera querido llegar lo más pronto posible a su casa, pero vio que era imposible apurarse más, por el lamentable estado en que se hallaban sus compañeros de viaje. Así es que tuvo que conformarse con avanzar junto a sus dos acompañantes, los tres a paso lento, como arrastrando las extremidades. Ya era casi entrada la noche cuando lograron poner los pies llenos de polvo en el umbral del humilde rancho.

Para qué decir lo preocupada que estaba la viejecita, y más todavía, casi se desmayó de susto cuando vio llegar a su nieta muy campante junto al Lobo Feroz, aunque se anduvo tranquilizando un poco cuando divisó al lado de ambos al señor Guardabosques. Claro que no le duró mucho la tranquilidad cuando se dio cuenta que los tres venían con una cara de acontecimiento que no se la podían, y que hacía ver a las claras que algo muy grave les había pasado...

En cuanto les abrió la puerta, se coló Pompón para afuera meneando su colita  de plumero y sin decir ¡agua va!, porque era muy cariñoso, partió a hacerse amigo del Lobo, demostrándole su simpatía con toda clase de jugarretas que el animal, herido como estaba, tuvo que soportar con resignación.

Los únicos que arrancaron a refugiarse bajo las plumas de la castellana fueron los seis pollitos, mientras la gallina toda engrifada y furibunda, se lanzaba en dirección de la cara del Lobo tratando de picotearlo por donde pillara para defender a sus retoños.., pero viendo que la fiera se limitaba a contemplarla con sus tristes ojos grises, se apaciguó al instante y se alejó muy oronda con toda su prole a picar las migas del pasadizo, que la abuelita (¡tan hacendosa ella, como siempre!) había estado barriendo hacia afuera desde la pequeña mesa redonda del comedor.

Más avisados que los pollitos, los dos zorzales se plantaron de un salto sobre los pelos retorcidos del lomo del señor Lobo y empezaron a limpiarle a picotazo limpio todas las semillas y pajitas que el animal tenía enredadas en medio del pelaje. El Lobo los dejó hacer, porque se sentía muy sucio y estaba acostumbrado a que las aves del bosque lo asearan de ese mismo modo cuando él se acostaba a dormir la siesta.

La única indiferente, que permaneció muy tranquila y satisfecha observando la escena desde la tapa de un viejo baúl de madera, era Saltarina, la cuchita persa. Su mente gatuna parecía estar en otra parte, tal vez en algún ratoncillo que parece que andaba merodeando allá arriba, en el entretecho.

La abuelita casi sufrió otro patatús cuando Caperucita comenzó a contarle con pelos y señales toda la negra historia del bosque talado. No podía creer que de un día para otro hubiera desaparecido el alerzal tan precioso de la hondonada, en donde solían morar tantos animalitos, insectos y pájaros, y no supo hacer otra cosa que mandarse a llorar como una Magdalena tendida sobre el sofá... Caperucita, para confortarla un poco, la mantenía bien abrazada, haciéndole cariño sobre su blanca y lacia cabellera.

-¡Qué vamos a hacer, Virgen Santísima! - clamaba la anciana con desconsuelo. - Gracias al bosque, teníamos fresas gordas y fresquecitas, flores de todas las pintas y colores y tanta otra cosa linda que nos hacía más alegre la vida... Ahora ya no vamos a oír más en la primavera el dulce trinar de los pajarillos, no tendremos el agua pura de la fuente, que se va a secar, porque con la falta de árboles van a escasear las lluvias y, como Caperucita me lo acaba de decir, el agua del estero está llegando sucia y amarillenta con los desechos que el Aserradero ha estado arrojando todo el tiempo sobre su límpido caudal.. Y ni siquiera contaremos con unos cuantos palitos secos de leña para abrigarnos durante el invierno ... ¡Qué hacer, Virgen Santa de los Siete Dolores!

Ño Jacinto, cansado de tanto caminar llorando, se había mantenido como una estatua de palo, sentado muy tieso en el sillón de mimbre. Mas, de pronto, sacando fuerzas de flaqueza, se levantó como pudo y dijo con toda calma:

- No hay otra que rezar de rodillas al Buen Tata Dios unas cuantas plegarias para que haga una de esas maravillas milagrosas que Él no más, con su infinita sabiduría, sabe hacer para los pobres mortales ... Y yo, yo creo que Él es el único que puede convertir ese gran agujero negro, que quedó en lugar del bosque de alerces, en algo verdaderamente bello y bueno para todos nosotros...

Dicho esto, todos, empezando por el señor Guardabosques, Caperucita, la abuelita, y ¡hasta el mismo lobo, contradiciendo su antigua fama de “feroz”!, se mandaron al suelo y se pusieron a hilvanar padrenuestros y avemarías como contratados.

Y pasaron las horas y las horas, hasta que todos los suplicantes se quedaron profundamente dormidos. Entre los ronquidos se escuchaba., de vez en cuando, un retazo perdido de “...bendito es el fruto...”, “...venga a nosotros tu Reino...”, “...líbranos de todo mal...” y cosas parecidas...

Era ya la medianoche cuando se empezaron a formar en el cielo unos espesos nubarrones, negros como el carbón de piedra...; pero nadie despertó. A los pocos minutos principiaron a caer unos goterones que se fueron espesando cada vez más, hasta empezar a desatarse uno de esos vidriosos aguaceros que hacen historia...

Por suerte, la casa de la abuelita estaba en la parte más alta de un pequeño lomaje, así es que con asegurar bien los postigos, colocar bien firmes las trancas de fierro en las puertas y encender algunos trozos de leña seca que quedaban junto al fogón de la chimenea, tuvieron para defenderse por unas buenas semanas de las inclemencias de la cruda estación que se anunciaba como una de los peorcitas que había conocido la más anciana de los contornos, que no era otra que la abuela de Caperucita...

La cosa es que llovió y llovió, y hasta granizó, durante doce semanas seguidas, justos los tres meses en que reina sin contrapeso el señor don Invierno. El agua corría a borbotones por cerros, quebradas y valles. Y al final, se desató una furiosa nevasca que duró otra semana completa. La campiña quedó cubierta de extremo a extremo por una sábana blanquísima y sobre ella empezó a flotar una neblina tan opaca que no permitía divisar ni un dedo  más allá del enrejado del jardín.

Una noche cualquiera, más negra que socavón, un alud gigantesco de rocas, piedras y barro se precipitó por sobre las instalaciones del Aserradero, al que cubrió con su espeso manto. No quedó nada en pie. Todo fue arrastrado, aplastado y sumergido hacia las profundidades de la corteza terrestre, que se abrió como una corola de lodo para recibir todo ese enorme andamiaje de acero. Las pesadas grúas eran fracturadas como palitos de fósforo y los ejes de las grandes poleas, retorcidos como si fueran finos alambritos...

Cuando por fin emergió el bien renombrado Astro Rey en la parte más elevada de las níveas montañas, un majestuoso arcoiris deslumbrante de colores se desplegó por gran parte del firmamento y un calorcillo suavecito empezó a derretir poco a poco los hielos y las nieves...

Ahí sí que ya se pudo asomar la nariz de a poquito hacia afuera y luego darse un breve paseo por los alrededores. El primero en hacerlo, porque era el más fuerte y valiente, fue el señor Guardabosques acompañado de don Lobo y Caperucita...y luego, más atrás, la abuelita, Pompón, Saltarina, la gallina moñuda y sus seis pollitos...? (¿no se me olvidó ninguno? ¡Sí, sí! ¡Ya sé!: ¡los dos zorzales!

Y...¡oh, sorpresa! ¿Qué creen ustedes, pequeños lectorcillos míos, que fue lo que vieron todos sorprendidos y maravillados?

Creo que ya adivinaron: en vez del bosque desaparecido, se extendía desde el Este al Oeste, y en una dimensión tres veces mayor, un inmenso y apacible lago rodeado de una exuberante vegetación por todos sus contornos.

Sus límpidas aguas, producto de las copiosas lluvias, junto con haberse tragado hasta lo más hondo la pesada maquinaria del Aserradero, lucían de trecho en trecho, copos de nieves flotantes, como uno de esos postres de leche nevada, y besaban en suave oleaje las riberas, desde donde empezaban a brotar por miles toda clase de hierbas, arbustos y paragüitas en miniatura... ¡Eran araucarias guagüitas!

- ¡Voy a cuidar estos arbolitos como huesos de santo! - exclamó alborozado el señor Guardabosques.

Pero esto no fue todo. Al poco tiempo, atraídos por la notable belleza y paz del lugar, empezó a emigrar hasta allí una multitud de flamencos rosados , cisnes de cuello negro y otros tantos miles de avecitas de todas las formas, tamaños y colores imaginables, que revoloteaban y nadaban a su regalado gusto por sobre la tersa superficie del lago.

Los zorzales (ahora sí que no nos olvidamos de ellos) estaban felices. Por fin tendrían una verdadera muchedumbre de compañeros y compañeras para juguetear y retozar como Dios manda en medio de ese nuevo paraíso que el Buen Dios les acababa de obsequiar.

La gallina partió en busca de larvas y de pastito para alimentar lo mejor posible a sus seis pollitos y la gata Saltarina se encaramó hasta la parte más alta del tejado para acogerse a una larga y reparadora siesta al calor del tibio sol con que no se cansaba de acariciarla la naciente primavera.

¡Era un verdadero milagro de Dios y de nuestros Ángeles Custodios!

Caperucita y su abuelita no se cansaban de abrazarse una y otra vez de puro contento.

¿Y don Lobo? Pues, se convirtió en un formidable perro guardián, dispuesto a corretear, junto con el señor Guardabosques, a cuanto cazador o leñatero se atreviera a aproximarse por las cercanías de su bien ganado señorío; pero ahora obediente y, sobre todo cariñoso, especialmente con Pompón, su compañero de juegos, y hasta con Saltarina, la cual se le acercaba a veces para dormir al abrigo de su piel...

Sólo le quedó un pequeño defectillo ancestral, que no se le ha podido quitar hasta el día de hoy: no había modo de bañarlo. Le tenía un MIEDO FEROZ al agua helada...



Y caperucín, caperuzado,
verdulín, verdulado,
este cuento se ha acabado.
Y que pase por un zapatito roto
para que alguien quiera contar otro...


FIN










Resumen.



Va al bosque Caperucita
vestida de verde capa,
el Lobo le aúlla y grita:
“-¡Mi guarida fue quemada,
el bosque está hecho astillas,
tengo la piel lastimada!”

¿Salvará mi buena niña
a la bestia maltratada?





Dedicatoria:

A Marina Inés,

dulce abuelita de un bello
ramillete de “Caperucitas Verdes”,
a saber:

Paulina, Ángela, Monserrat,
María Jesús, Paloma, Patricia Andrea,
Belén, María Paz, Natalia,
Gabriela, Valentina y Amelia,

con  el paternal cariño de

El Guardabosques.

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