miércoles, 29 de febrero de 2012

A Hernán M. Pettorino, mi abuelo y maestro.


      Innumerables son los recuerdos que conservo junto a él, 
desde los primeros recuerdos que tengo de mi infancia hasta los últimos días de su vida.                      
Aún siento con intensidad el inconmensurable amor y cariño que nos entregó a nosotros:“sus queridos nietos”. Recuerdo siempre el inmenso afecto transmitido durante mi niñez, cuando me enseñaba a dibujar y pintar, o cuando recibía mis primeras lecciones de piano a mis 6 años de edad, o cuando con mis primos salíamos a caminar y él nos sacaba fotografías que luego las conservaba como un tesoro.
Me he sentado nuevamente frente al piano y gracias a lo que él me instruyó, mis manos me han permitido escuchar una vez más el Tríptico mistralino…, retorno a mi infancia y mi abuelo se hace presente, junto con los recuerdos más lúcidos de aquellas arduas jornadas de bella música e incalculable sabiduría que recibí directamente de él, mi más grande maestro.
La música de mi abuelo es muy libre y diversa, en ella convergen distintos estilos y géneros desde la música para piano solo y la música de cámara, hasta la música coral y orquestal; además de las diferentes etapas de su vida, desde sus obras de juventud hasta las obras más maduras de su adultez. 
En síntesis, es un mundo artístico a explorar que aún nadie conoce, solamente él. En mi infancia muchas veces tuve la oportunidad de escuchar sus composiciones en el piano y en el teclado, aún así no logré escucharlas todas, pero las que escuché, siempre permanecen vivas en mi interior como los recuerdos más dulces de un niño.
Sus fuentes de inspiración más recurrentes fueron aquellas cosas modestas de la vida, junto con la naturaleza y la poesía en esencia. Su obra está cargada de una gran modestia y espiritualidad; así como también de aquellas profundas y melancólicas melodías, comunes tanto a un Alfonso Leng como a una Violeta Parra; una especial identidad de la música chilena más intima. Creo que el Tríptico mistralino es una obra que logra una perfecta unión entre su indudable sensibilidad artística y musical, en conjunción con la más bella poesía de nuestro país. Gracias a un especial tratamiento melódico conmovedor y naturalmente disonante que acompaña y es fiel a la emocionalidad propia del texto poético, esta obra es un admirable homenaje a Gabriela Mistral.
Infinito es el conocimiento que adquirí de mi abuelo. Nunca me he olvidado de cómo me enseñó el profundo respeto que merece la naturaleza, en aquellas mágicas excursiones que realizábamos en el interior de un bosque en el que todo era posible; cómo me enseñó el inimaginable valor de un libro, cuando cada noche escudriñaba algún polvoriento documento entre sus estantes, el cual poseía una nueva y asombrosa ciencia para mí y que con todo entusiasmo escuchaba recitar el texto a mi abuelo; cómo me enseñó el mundo oculto tras la música, cuando entre cada libro se intercalaba un disco de vinilo con alguna importante obra perdida en los vaivenes de la historia de la música. ¿Cómo olvidarlo? ¿Cómo olvidar sus palabras sobre los misterios del hombre, del espíritu y de los mundos? ¿Cómo olvidar su más sublime visión del arte y la música que hasta hoy en día sigue siendo parte de mí y que jamás dejará de serlo?
     Todo lo que mi abuelo me entregó, hoy es parte de mí sin duda y no dejo de agradecer hasta siempre la suerte de haber nacido como uno de los nietos de Hernán Morales Pettorino.
Lucas Alvarado Morales, Valparaíso, 2009.

Retrato de un profe por un ex alumno [1959-2009]


Hombre bueno y mano dura
exigente y mano amiga,
no conociste fatiga
luchando en la desventura.

Hombre sabio y complaciente,
en silencio y en barullo,
se te vio lleno de orgullo
al ver crecer tu simiente.

Fuiste faro en mi camino
oración y miserere,
ya años te llevó el destino
a cumplir otros deberes,

Hoy recibe el verso fino
de este hijo que te quiere.

Rafael Luttges.Derosas

La tela de Penélope, una clase magistral de Félix Pettorino.

Penélope en el vocalismo criollo.
(tejer y destejer, hacer y deshacer).

(Clase magistral a propósito del lanzamiento de la 4ª edición del “Manual de Fonología Española”, año 2000).


   Antes que nada, una breve historia, aunque algo elaborada, como esas anécdotas o “chascarros” que se cuentan para captar, en la medida de lo posible, el interés de los discípulos que, según la creencia más generalizada, se estiman por lo común (no siempre) muy “ávidos de saber”...

   Vamos al cuento.

   Cómodamente arrellanado en una sala, en su hora de “Lingüística”, hace casi un siglo, allá por entre los años 1902 a 1904, un estudiante como ustedes, le “sacaba apuntes” a un catedrático ginebrino, un tal Saussure, cuando de repente le pareció oír, por lo que decía su célebre profesor, que el lenguaje, entre muchas otras cosas, era algo parecido a “la tela de Penélope”... Así es que en esta parte de la clase, “paró la oreja”.

   Al efecto, el viejo maestro les hizo recordar a sus alumnos el noble afán de esa brava y bella mujer griega abandonada temporalmente por su aventurero cónyuge Ulises... No bien se hubieron esfumado en el horizonte las velas de sus naves, cuando un verdadero enjambre de pretendientes (de su belleza y corona), cuál de todos ellos más ilusionado en que el tal monarca aventurero no regresaría nunca, se aprestaron a acosarla día a día para que contrajera las sagradas nupcias con el que fuera más de su gusto... Y ella, esperanzada (pero de mentira), no tuvo más remedio que prometerles que en cuanto diera remate a la tela que estaba hilando, se casaría con aquel de ellos que resultara ser más galano en el ejercicio del arco. Pero, como además de hermosa, era astuta, deshacía en la noche buena parte del tejido que había hilado durante el día que acababa de extinguirse...

   -¿La tela de Penélope? ¡Cosa más rara! ¿O sea, que el lenguaje, además de asemejarse a un torrente, como me lo enseñó el profe del curso anterior, es como una marea que alternadamente está mojando lo seco y secando lo mojado?- se preguntó para sus adentros nuestro héroe. Y al ratificar con un rotundo la afirmación del maestro, surgió en el interior de su cerebro un grito análogo al del resonante eco del ¡Eureka! de Arquímedes. El sesudo estudiante era nada menos Charles Bally, aprovechado y ¡mateo! como el que más.

  Unos años más tarde se haría, (¡por supuesto, no millonario!), sino muy famoso, cuando a Ferdinando, su estimado y celebérrimo profe ya fallecido, se atrevió a publicarle como un sentido homenaje los apuntitos de la clase (naturalmente que a nombre del gran maestro) con el modesto titulo de “Curso de Lingüística General”, libro que en 1916 (¡en plena Primera Guerra Mundial!) (y como muy pronto lo verán en sus siempre amenas clases de Ciencias de la Comunicación), revolucionó desde sus mismos cimientos a toda la Lingüística del siglo XX...

   ¿Y cómo es aquello de “la tela de Penélope”?- me preguntarán ustedes. Muy simple. Ese oleaje desbordante, que es cualquier lengua, está constantemente cambiando (igual que el tejido de la leyenda), o sea, haciendo y deshaciendo, atando y desatando, y desatando y luego atando hasta ... ¡vaya uno a saber cuándo! (-¡Hasta cuando regrese Ulises! -gritó al fondo un alumno despabilado...).

   Lo importante para el lingüista parece ser que es el mantenerse con habilidad de buen surfista, en la cresta de la ola del lenguaje, y no permitir que ella lo revuelque como a un vulgar novato...Aunque eso suele pasar (suele pasarnos a todos), de chincol a jote, (perdonen: iba a decir de capitán a paje), aún a los más avezados en el arte del surfing lingüístico.

   Para muestra de esta marea idiomática incesante, vayan un par  de botoncillos a título de ejemplo:

   El cambio fonético de la o acentuada del nombre latino móvilem da en el español muéble, (por ser la o acentuada se transforma en ); pero se mantiene la o cuando es inacentuada, como en mobiliario, amoblar, movible, etc. Y el verbo se escinde, su conjugación se parte en dos, de la siguiente manera:

   1)  las formas con tema fuerte, que naturalmente llevan el diptongo : amueblo, amueblas, amuebla, amueblan, etc.; y

    2)  las formas con tema débil, donde la o se conserva por ser átona: amoblamos, amobláis, amoblaremos, amoblábamos, etc.

   Sin embargo..., los usuarios no se quedan para nada conformes con esta partición y, en un segundo momento, resurge la fuerza amalgamadora, y como por arte de birlibirloque, toda la conjugación del verbo amoblar aparece con diptongo: amueblo, amueblas amuebla, amueblamos, amuebláis. amueblan. Y  ya no hay más amoblar, sino únicamente amueblar, amueblando, amueblado, amueblaremos, etc.

   Idéntica “voluntad unificadora” podemos observar en verbos fraccionados, como apretar, que la e se diptonga en ié cuando es tónica: yo aprieto tú aprietas. él aprieta, etc.; pero no al revés, en que la e, siendo átona, se mantiene: apretamos, apretaremos, apretaban, apretases, etc. Pero el vulgo no quiere saber nada con estas divisiones y apreta con e por todas partes, diciendo: yo apreto, tú apretas, él apreta, etc. Así le ocurrió a don Francisco, cuando en la tele ordenaba: ¡Aprete tan pronto como pueda! Más de algún chilenito salió arrancando rumbo a la salida...

  Otro caso: cierto es que hay dos conjugaciones muy distintas: rabiar y sapear: “Este gallo rabia cuando alguien sapea”; y nunca, al revés: “Este gallo rabea cuando alguien sapia”. Pero..., ¿porqué no fusionarlas, aunque sea parcialmente, en las formas con tema fuerte “Este gallo rabea cuando alguien sapea?” O de otro modo, totalmente fundidas: “Este gallo rabiaba cuando alguien sapiaba?”

   Tarea para la casa (si es que en una clase magistral se puede dar una): ¿qué sucede con la conjugación de los verbos cuyo infinitivo termina en –ear y en –iar en nuestra habla popular criolla? ¿Se ensamblan ambas conjugaciones o se mantienen separadas, como suele suceder en el habla más culta?

martes, 28 de febrero de 2012

Un pueta de Pancho Gancho honoriscauseado


AL DOCTOR HONORIS CAUSA.


Mi estimado Profesor
en mi camino hago pausa,
su Doctor Honoris Causa
lo valoro un gran honor.
Mi salud no es esplendor
para poder asistir,
pues ruedas debo vestir
en mi largo tratamiento,
mas me embarga el sentimiento
que a mi pluma hace parir.

Espero que en tiempo pronto
compartamos un café,
junto a estimadas Mercés
del Círculo no redondo.
Mi sentir que cala hondo
pues así quiso el destino,
hoy cruzará su camino
por distinción tan honrosa.
Rafael Lüttges Derosas
A Morales Pettorino. 


La poeta María Teresa Barros canta su primera décima en  la casa de casa Rafa Luche de la Rosa
en loor al “mestro ciruela honoriscauseado”.


Hoy, amigo y profesor
que es Doctor Honoris Causa,
¡canten violines y flautas
por tan merecido honor!
He sentido gran dolor
no haber podido asistir
con otros y aplaudir
por tan gran merecimiento
que mi verso hará sentir.

La gente llegó volando
a compartir un café
con tanto amigo di’ usté.
El tiempo se irá cantando
si lo pasamo versiando
con traguito y mucho trino,
¡trova a lo humano y divino!

Al compartir esta mesa,
Barros María Teresa
¡brinda un vaso de güen vino!


Al Trovador: ¡Honores con Causeo!

Mi bien preciao Trovador:
¿me permitís otra pausa?
Ehte profe  onori- causa,
bien armira tu valor
de acordarte del señol
que t'hizo harto sufril,
(¡pior que rueah vestir,
comu'ehtái  agora, won!),
cuando acudía a tu asiento
pidiendo conocimiento…,
y vos… te queríai morir.

Espero que el tiempo pase
Pa’ que se’amejore voasé
Y nos tomemo’ un café
d’esoh tiempo conversando
mientras vamoh caminando.
como alegre par d' hermano
disfrutando di' un verano
con un final tan re hermoso:
¡ambo dóh honraoh y honrosoh
y el Trovaol güeno y sano!

Paletiá ‘e Ño Feliciano


 Mi dúplica.... 

Que alegría del vivir
fue recibir contrapunto,
cuando el verso está difunto
o tratado de senil.
Y hoy verá que hacer sufrir
hace al idioma que eleve,
y que en mi pluma yo lleve
versos del Arte Mayor.
Cuatro y media, Profesor
lo espero en casa este jueves,
pues vienen a acompañarnos algunas amigas del Círculo, para conversa y café.
Si desea contacte a su ex-alumna Paty Benavente para que así lleguen juntos si desea.
Mis amigas del Círculo de Escritores se sienten honradas de poder compartir con Usté.
Elegí el jueves ya que ese día no tengo que asistir al Hospital Naval a rehabilitación.
Un abrazo



On Fri, 13 May 2011 21:23:32 -0300

"Felix Morales Pettorino" wrote: 

Estimado amigo Luttges:
 Me alegré cuando supe de ti, 
que estabas ya, al menos, 
en una silla de ruedas. 
Pero mi alegría 
 se convirtió en una risa 
de contento cuando en la UPLA leyeron públicamente tus trovas 
recordando
 a este 

anciano homenajeado. 
 Como retribución, aunque sin la sal y pimienta
que tú sabes ponerles
a tus ingeniosas trovas, aquí en el adjunto,
puedes leer la réplica, que va de mi parte,
eso sí que esforzándome mucho
por copiar un poco tus acertadas
 y 
divertidísimas rimas.
Perdona si no me salió tan bien
 como tú sabes hacerlo a maravilla. 
Nuestro libro está terminado y tipeado, pero veo que la UPLA trepida por los gastos de la impresión. El rector Sr. Patricio Sanhueza, que es uno de mis  buenos amigos de muchos años,
me ha asegurado que el libro va a salir por la UPLA de todas 
maneras y me invita a tener paciencia... Y a mí, creo que no me queda otra 
que esperar...  o que hacer, llegado el caso,
una edición reducida por mi cuenta.
Un gran abrazo por tu versaina, 
que a la multitud de gente que acudió
 al acto le gustó de verdad y te aplaudió,
 como muy bien te lo mereces. 
Tu 
ex-profe y hoy yunta: Félix M. Pettorino. 



Alonso de Ercilla y Zúñiga y "La Araucana", epopeya inmortal.

[El autor que se olvidó fuera  incluido en la obra de Félix Pettorino titulada "Chile, tierra de hazañas y glorias", Viña del Mar, 486 pp., editada en enero-febrero del año 2012].

1533-1594 (Madrid, ambas fechas): Alonso de Ercilla y Zúñiga. Gran capitán voluntario en las huestes de los conquistadores españoles, que se embarcó con rumbo a Chile en 1555 aprovechando el viaje de Jerónimo de Alderete M., quien acababa de ser nombrado gobernador de Chile, pero que lamentablemente se vio obligado a regresar a España, su patria, donde falleció víctima de la fiebre amarilla que había contraído en Panamá. En su reemplazo fue nombrado García Hurtado de Mendoza, hijo del virrey del Perú.
Alonso de Ercilla quedó entonces bajo las órdenes del nuevo joven gobernador, a quien secundó en la campaña por el fiordo del golfo Reloncaví.
A su regreso al pueblo de Imperial, en plena zona araucana, tuvo una reyerta con un oficial llamado Juan de Pineda, lo cual fue suficiente para que el joven gobernador Mendoza condenara  a ambos oficiales a ser públicamente degollados. Por tan cruel y extremada medida, don Alonso, como desquite, llegó a llamarlo en su obra inmortal “mozo, capitán acelerado”, ya que, solamente gracias a los buenos oficios de un sacerdote, don García decidió conmutar la pena de muerte por la de destierro, lo que implicó en 1558 el fin de la carrera militar de Ercilla.
         Durante su retorno a España, Don Alonso llevó a Lima notas detalladas de la campaña bélica que había librado contra los mapuches, y tuvo la oportunidad de recoger otras noticias recopiladas por los dos Franciscos (de Aguirre y de Villagra), de modo que pudo terminar de escribir su famosa epopeya en octavas reales titulada La Araucana, la que fue editada en Madrid y en tres partes (1569, 1588 y 1589) y obtuvo de inmediato un éxito resonante.
Un testimonio del favorable efecto que tuvo aquella publicación es la cita que hace el prof. Manuel Montecinos Caro al destacar unos versos de Lope de Vega en la contratapa de su obra Mi amigo, Don Alonso:
Don Alonso Ercilla.
tan ricas Indias en su ingenio tiene,
que desde Chile viene
a enriquecer la musa de Castilla.


Breve reseña de lo que era Chile según “La Araucana.


Fuerza es añadir que Alonso de Ercilla, junto con ser el autor de la primera descripción poética de nuestro Chile, es quien fue el primero en desentrañar el valor bravío e indomable de la gente que moraba en tan bello país.
Chile, fértil provincia y señalada
en la región Antártica famosa,
de remotas regiones respetada
por fuerte, principal y poderosa:
la gente que produce es tan granada,
tan soberbia, gallarda y belicosa,
que no ha sido por rey jamás regida
ni a extranjero dominio sometida.

Es Chile Norte Sur de gran longura,
costa del nuevo Mar del Sur llamado,
tendrá de l’Este a Oeste de angostura
cien millas por lo más ancho tomado:
bajo el Polo Antártico en altura
de veintisiete grados prolongado
hasta el Mar Océano y Chileno
mezclan sus aguas por angosto seno.

Y estos dos mares que pretenden
pasando de sus límites juntarse,
baten las rocas, y sus olas tienden,
mas, esles impedido el allegarse:
por esta parte al fin la tierra hienden
y pueden por aquí comunicarse.
Magallanes, Señor, fue el primer hombre
que, abriendo este camino, le dio nombre.

domingo, 26 de febrero de 2012

En el cumpleaños Nº 18 de Maximiliano Martínez Morales

A mi querido nieto
Maximiliano,

nombre de reyes y emperadores de Occidente, principalmente del Sacro Imperio Romano-germánico, llamados respectivamente Maximiliano I (siglos XV-XVI) y Maximiliano II, ambos de Habsburgo (siglos XVI-XVII), sin contar al sucesor posterior, Maximiliano III, impuesto a la fuerza en el México republicano por el ejército francés a mediados del siglo XIX para colonizar el país, aún bajo cierto peligro de dominio por el imperio español .o por otra gran potencia, como la de los ingleses. Alcanzó a gobernar sólo tres años (1864-1867), pero fue derrotado por el ejército patriota mexicano en el sitio de Querétaro (1867) y casi de inmediato fusilado por los vencedores.
[Te obsequio en tu cumpleaños estos datos elementales para que seas capaz de contestarles satisfactoriamente a los preguntones que deseen saber el real origen de tu nombre, vigente durante el Imperio Romano con el nombre más breve de Maximiano (denotador de ‘grandeza máxima’, que es la que desearon tus padres para ti al ponerte este nombre imperial de Maximiliano].
En tu cumpleaños Nº 18, que te lo deseo lleno de felicidades y, desde luego, con hartos regalos, regalías y regalonerías.
Recibe un abrazo cariñoso de Félix, tu tata materno.

sábado, 25 de febrero de 2012

Datos biográficos del profesor Dr. Félix Morales Pettorino. Seudónimos Christian Delmar y Félix Pettorino.

Nació en Valparaíso en 1923.
Estudió Derecho y Pedagogía en Castellano entre 1943 y 1950.
Títulos: Profesor de Castellano (1949) y abogado (1955).
Catedrático de la Universidad de Chile desde 1952; de la Universidad Católica de Valparaíso entre 1953 y 1988; y actualmente de la UPLA, Universidad de Playa Ancha, continuadora del Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile en Valparaíso fundado en 1948 por un grupo de profesores del Liceo "Eduardo de la Barra" presididos por el entonces ministro de la Corte del Trabajo en Valparaíso, don Óscar Guzmán Escobar.y oficializado dicho Instituto como estatal durante la 2ª presidencia de Carlos Ibáñez del Campo en 1955.
Autor de una treintena de ensayos y libros de su especialidad, sin incluir el Diccionario Ejemplificado de Chilenismos (1963-2010) en 10 volúmenes que abarcan 200 años de léxico chileno en 10 volúmenes con cerca de 12 mil páginas en su totalidad. Autor de la obra histórico-biográfica ilustrada con fotografías en blanco y negro y en diversos otros colores, titulada “Chile, tierra de hazañas y glorias. Los artífices de la paz y los héroes de las batallas”, Ediciones Control + P, Impresiones Digitales, Viña del Mar, 2012, 486 pp.
Autor de tres colecciones de cuentos (en total, poco más de 40: “Piñata y confetti (1996), “Cuentos variopintos (2005), “La tierra en que morimos (2009). Autor de una antología de 23 cuentos, editada digitalmente por Libros en Red, en Buenos Aires, Argentina. Autor de dos cuentos para niños: “Viaje al Antimundo” (1995), 1ª  ed . UPLA, 78 pp. y 2ª ed. digital Libros en Red., Buenos Aires, Argentina, 2012; y “La Caperucita Verde”, 1ª ed. UPLA, con ilustraciones del diseñador Osvaldo Moraga ed. UPLA, 1999, 20 pp. Autor de un libro de poemas, titulado “Violines de Otoño, Sonatas y Sonetos”, la primera edición bajo el nombre de Christian Delmar, 1997, 83 pp.; 2ª ed., con el doble título de Violines de Otoño” [Sonatas y Sonetos] de Christian Delmar; y Violetas de Invierno . [poemas de Marina Inés, esposa del autor]; con ilustraciones de Marc Chagall; impresión Arcus  Ltda., Valpso, año 2010, 142 pp.; y 3ª ed. digital, Ed. Libros en Red, Buenos Aires, Argentina, 2011, bajo el seudónimo de Félix Pettorino; autor de dos novelas: “La crucificada del cerro Cordillera”, 2 ediciones, la 1ª por la ed. Puntángeles de la UPLA en 1995, 185 pp.; y la 2ª corregida y ligeramente aumentada, Imprenta Albatros, de Viña del Mar, 2011; 257 pp.; y “Amor de estudiantes”,  2 ediciones, una con diseño de Osvaldo Moraga G., año 2009 (Valparaíso), 292 pp.; y ed. digital Libros en Red Buenos Aires, en impresión 2011-12); además de obras biográficas de carácter familiar, como "Semblanza de un artista" [pintor, músico y poeta] Nuestro hermano Nancho [Josafat] Con la colaboración de sus hermanos Silvia y Wilfredo, de su cuñado Emilio Matta Chávez, de su hija mayor Pía Morales Contreras y de su nieto Lucas Alvarado Morales, músico de la Orquesta Sinfónica de Chile, Viña del Mar, Impresión Arcas y del texto, UPLA, año 2010, 202 pp.; y de "Bitácora de Nuevo Viaje a la Luna... (de Félix e Inés), Imprenta CLIC, Viña del Mar, Navidad 2009, 153 pp. de circulación privada,  limitada a solo un par de decenas de ejemplares.

Premios obtenidos:
enero de 1971: Premio Anual de la Academia Chilena de la Lengua por la investigación sobre “Los Verbos en –EAR en el Español de Chile”.
noviembre de 1981: Premio Consejo de Rectores de las Universidades Chilenas, mención Gramática, por el “Estudio Preliminar” del Diccionario Ejemplificado de Chilenismos.
mayo de 1983: Premio “Conde de Cartagena” de la Real Academia Española por la culminación del proyecto de dicho Diccionario.
enero de 1984: Diploma de Honor de la Secretaría General de Gobierno por dicho Diccionario.
diciembre de 1987: Premio Especial de la Crítica del Círculo de Críticos de Arte de Valparaíso por el Diccionario.
septiembre de 1995: Primer premio en el Concurso de Cuentos de “El Mercurio de Valparaíso” por “Mujer de poca fe”, editada con posterioridad en “Piñata y Confetti” (año 1996).
Noviembre 2004; Premio Regional al Mérito Cultural 2003 de la Corporación de la 5ª Región.

Distinciones:

(1958-1973). Catedrático electo de la Facultad de Filosofía y Educación de la Universidad de Chile con sede en Santiago.
(1970) Miembro electo de la Academia Chilena de la Lengua en calidad de correspondiente por Valparaíso.
(21.10.2001). Diploma otorgado por “El Centro de Estudios de Lenguas de Tradición Oral (CELTO), “en reconocimiento por el estímulo a los estudios lingüísticos de la lenguas vernáculas de Chile en el 25º aniversario de su fundación”, UPLACED.
(09.2002). Diploma: “Reconocimiento a su importante labor y aporte a la cultura nacional”, UPLACED.
(05.2003). Diploma: “En virtud del invaluable aporte al desarrollo académico de la Universidad y del país en el ámbito de la Lingüística”, UPLACED.
(26.01.2005) Diploma. Distinción “por su valioso aporte al desarrollo cultural en la creación, promoción y divulgación del libro y la lectura”, en relación con el tema "EL Diccionario: Testimonio de la Cultura", otorgada por la Universidad Mayor con sede en Santiago de Chile.
(01.07.05) Postulación al Premio Nacional de Humanidades patrocinado por la UPLA. 
(10.05.2011)) Grado de Doctor Honoris Causa en la Universidad de Playa Ancha.

MI hermano Nancho, músico, pintor y poeta: Félix Pettorino en Responso fúnebre, Parroquia de Viña del Mar, 26.11.07.

Mi hermano Nancho.

Mi hermano Nancho fue siempre conocido como un idealista y un soñador, pero un soñador desde el cual fluían continuamente pinceladas inimaginables y notas divinas de una música inaudita de sugerente textura, donde estaba siempre presente el Hombre, con su constante peregrinación hacia lo eterno y en necesaria armonía con todo lo creado.

Paradojalmente, sin embargo, todo era producto de su insondable soledad. El mundo circundante le era extraño, tanto como que era él realmente un inadaptado permanente dentro de este antro, dicen que “civilizado”, construido sobre la base de la destrucción sistemática de la naturaleza, de la muerte del hermano como único recurso de la sobrevivencia de ciertos egos autoerigidos en semidioses, de la búsqueda enloquecedora del enriquecimiento personal a costa de la miseria de muchos; y del arte, la ciencia y la cultura continuamente prostituidos por el ansia de goces publicitables tan mortales como efímeros.

Por su mente desfilaban a diario, como reencarnados por turno, ciertos héroes muy conocidos en la triste historia espiritual del planeta, como Buda, Confucio, Sócrates, Jesús, San Francisco, Mahatma Gandhi y la madre Teresa de Calcuta. Él disfrutaba con unción la grandeza de los modelos escogidos, pero también experimentaba el sabor amargo de nuestras humanas limitaciones.

Se sabía un hombre de pensamiento, y no de acción, y plasmaba sus meditaciones, no en actividades de orden social o político, sino en producciones de su inagotable talento, por ejemplo, en pinturas sorprendentes, como la de los “Cuatro Elementos” -el Aire, el Agua, la Tierra y el Fuego-, “la Niña de la Estrella”, “El Rayo Quebrado del Progreso”, “la Danza” y muchos otros más que andan vagando por allí y por allá en quién sabe qué manos amigas. También, en la otra lira que sabía pulsar con sinigual maestría, la Música con mayúscula, está su “Tríptico Mistralino” donde palpita el corazón de nuestra Gabriela inigualable, el acendrado apego a la tierra que lo vio nacer, la búsqueda incesante de las raíces andinas que han dado nacimiento a nuestro arte popular, afán este dialogado constantemente con unos jóvenes músicos que posteriormente pasarían a ser los exitosos “Jaivas”, en el tema navideño titulado “La Pascua Campesina” y en tantas otras producciones artísticas que mi pobre memoria y la necesaria brevedad de mis palabras me impiden mencionar.

Y antes que la Ecología, aterrorizada por los desmanes del hombre “civilizado” naciera en el planeta, ahí estaba nuestro querido hermano Nancho arrojando al aire sus panfletos sobre el triste destino que nos espera si seguimos en esta ciega aventura de dilapidar los bienes naturales que Dios nos legó, como si fuera más importante la comodidad que brinda la tecnología, cada día más sofisticada, que el agua cristalina de las fuentes, las bestias de la sabana, el verde aire de nuestros bosques y la vida no solo nuestra, sino que de todos los seres humanos que están naciendo hoy y que deberán venir, por mandato divino, en los siglos venideros...

Nuestro hemano luchó así de modo constante y persistente, por décadas, en pro de la Belleza y de la felicidad del hombre en armónico trato con su ambiente natural. No perseguía otra cosa que llegara alguna vez, como llovido del cielo, el bien espiritual de todos, por puro altruismo soñador, sin importar ganancias ni beneficios, quebrantos ni sacrificios.

En la búsqueda incansable de todos estos altísimos valores, creció, vivió y murió humilde, modesto, silencioso y solitario, sin otra esperanza que algún día lograra adentrarse en el corazón del hombre el fuego de la solidaridad por la naturaleza y por sus semejantes (que son la misma cosa), y ese amor con mayúscula con que a Dios lo golpeteamos continuamente, por lo menos en las letras de las oraciones y de los cantos religiosos, que mientras no dejen de ser solo palabras, no servirán de mucho...

Él amó entrañablemente a su familia. En ella se destacan, en primerísimo lugar, su mujer y sus hijas, todas con nombres simbólicos nacidos de extraños designios por su comunicación con lo Eterno. Violeta –nombre de su mujer- bella flor, más admirable aún por la humildad que hay tras el suave matiz oscuro que fluye de su  exiguo tamaño; Pía- la piedad hacia el Buen Dios y tambien la piedad por nosotros, los humanos; Edenia, el Paraíso Perdido y siempre Esperado; y Estrella, las infinitas maravillas del Universo, el mejor regalo del Altísimo.

¿Y él? –me preguntarán ustedes. Él recreó su segundo y tercer nombre (José Pío), y lo cambió circunstancialmente por el de Josafat, nombre del Valle del Juicio Final, erigiéndose así como el  mudo testigo del la sentencia final que pesará sobre nosotros por lo que hicimos y por lo dejamos de hacer en nuestras vidas...

 Allá nos veremos, querido hermano Nancho. Sólo nos llevas a todos por una delantera a veces menor de la que imaginamos...

¡Feliciaes 'e parte' 'e Ño Feliciano Petto y endehpué... orino.

¡Feliciaes pa' la Chivita Veca!

[Hoy, 4 de abril de 2008,
ya que se cumplen 160 años justitos
del nacimiento 'e nuestro héroe máusimo,
Arturo Prat Chacón, que vio la lus
el mesmo 4 de abril de 1848 en San Agustín de Puñual (Ninhue)
y, pol suelte, naa má que la mitá
'e too eso,
Misiá Silvia Morales Pettorino,
el mesmito 4 de abril de 1928,  en Chuquicamata,
¡lógico!:¡con caeza ‘e cobre
que mata y requetemata,
como tenía que sel!
Pero ambo a dó: ¡bien requete chilenitos,
con el faol de Dio!].
Y agora biene la segunda pata y final:

A la Dama Omenajiá,
sin sota caída ni pelos en la sopa:

Aquí va el “envío’, a modo de salutación y homenaje,
del pueta populal porteño, Ño Feliciano,
‘e la mesma camá (manque argo más viejón
que la macanúa cumpleañera recién mentá:

¡Qué familia más contenta,
Chivi, Emilio y los dos Pecos!:
la patrona cumple ochenta.
¡me tomo un güen pisco al seco!
Con Prat, el doble es la cuenta.
Trago, torta y embelecos
pa que la “diva”se sienta
tan cargá como un equeco
con amol, salú y pulenta,
sin dejal el menol hueco...
y que se encumbre a los noenta
con su Emilio y sus dos Pecos.
De alegría ya revienta
este crío mayol, “Chivato Veco”
Y... ¡muchazas volteretas
'e añitos, mi güena hermana!

Ño Feliciano. el dechao 'e los puetas
'e la cebolla en rama.

Villa ‘el Mal, al 4 'e los abrile (de la susodicha chiquilla) d’este Año con cara di' Ocho.

viernes, 24 de febrero de 2012

Una amiga llora la muerte de mi Nechia


Querido y buen amigo Félix:
                                      No te puedes imaginar el terrible impacto que fue para mí la triste noticia de ayer en la mañana, cuando una de tus hijas me anunció la partida de nuestra querida Inés. Yo andaba todavía en bata, porque me había despertado tarde, y respondí convencida de que era un llamado de mi hija Ghislaine que me apuraba, porque teníamos hora al otorrino. Fue parecido al impacto que sentí cuando me caí, el 15 de octubre.  No atiné a nada.  Tu hija me dijo que tú estabas allí al lado, y no se me ocurrió hablar contigo, sólo sentía una ola inmensa de angustia y lágrimas que me ahogaban.  Cuando ya reaccioné, ya había cortado el teléfono y corrí a avisarle a Ghislaine la mala noticia.

                Félix, lloré y lloré y no atiné a volver a llamar para hablar contigo, para expresarte toda mi pena, mi soledad, porque las amigas y amigos tan queridos, son un refugio cálido que te desorienta totalmente si de repente te das cuenta que te falta.

            Es que son tantos los recuerdos...  Cierro los ojos y veo a la Inés de los veinte años, con sus lindos y risueños ojos verdes, con sus negras pestañas como abanicos, con su dulzura y bondad. Eramos, con la Toya Soto, un trío de ingenuas lolitas, formadas por nuestros padres con tantos austeros valores, que no sabíamos  enfrentar ese nuevo mundo al que ingresábamos, y al que mirábamos con fascinación y algún temor.

           Ayer en la tarde era el show de fin de año en la Alianza Francesa, del curso de mi pequeña biznieta Valentina, y me costó un gran esfuerzo asistir, porque no podía defraudar a la niña, que deseaba tanto mostrarnos sus habilidades. Antes de salir intenté llamar a tu departamento, aunque suponía, lógicamente, que no contestaría nadie. Llamé muchas veces. Si tu teléfono tiene la tecnología de registro de las llamadas, estará mi número muchas veces.

            Cuando regresé, después de las ocho de la noche, volví a llamar.  Lamentablemente, nunca se me ocurrió antes preguntar a Inés los teléfonos de sus hijos e hijas.  Ni siquiera sé el nombre de los maridos, intenté a través de los números del 107 y del 103 de las compañías de teléfonos, tampoco conseguí nada.  De tu hijo, recuerdo el nombre familiar de "Nono", pero no recuerdo el nombre.  Descubri, finalmente que yo había anotado en un cuaderno de esos "pense-bête" que todos tenemos, los nombres de Magaly, Amy, Manena, Gloria y Patty pero, aunque di esos nombres en Informaciones de Teléfonos, con el apellido Morales Hernández, no pude conseguir ningún teléfono.  A través de El Mercurio, supe que la Misa era a las 12.30  en la Parroquia de Los Carmelitas. En El Mercurio de Santiago no había mingún parte.
   No te pregunto nada sobre los últimos momentos  que nos arrebataron a Inés. Guardo la esperanza de verte, de hablar contigo.  Si tu corazón te lo dice, podremos hablar cuando tú lo decidas.  Sí te digo que este doloroso instante me pilló a mí también muy mal.  Tanto, que por primera vez había hablado con mi hija sobre la necesidad de ver un psiquiatra, porque desde el día de mi accidente, vengo despeñándome en una penosa depresión.
               Gran amigo, tú quedas para mí como una amistad heredada de Inés, porque estoy segura de que has sido siempre tan gentil y bondadoso, tan amistoso y cercano, por ser yo una fiel amiga de Inés, porque yo no tengo ningún mérito especial que me ganara tu bella amistad.
Me siento infinitamente honrada por esa amistad, siento un lazo muy fuerte con tu familia, por el cariño que yo tenía hacia Inés,  la compañerita de los días más felices de mi juventud, cuando todo era para nosotros una promesa de un futuro incógnito pero luminoso.
              Quiero expresarte a ti y a toda tu familia  cuánto comparto el pesar que los aflige, que es también mío, porque yo he perdido ese tesoro irreemplazable que es una amiga como Inés, con quien compartí minutos tan hermosos como las risas, la alegría, los temores e ilusiones de los veinte años.  Y como  siempre ocurre, uno viene a comprender todo lo que una persona significaba para uno, cuando ella se va en el gran viaje hacia Dios.

    No digo de Inés " que en paz descanse,"  porque estoy cierta de que ella ya está entre los ángeles del Señor, y  de que ella vive ahora en la gloria, la paz y la alegría de los bienaventurados.  Ella será una amiga, una hermana, una noble protectora que nos acompañará desde allá hasta el fin del camino.

       Cuídate, tienes la misión ahora de ser la roca firme para tu familia. Para nosotros, tus amigos, eres el árbol cuya sombra siempre nos cobijará.
         Con todo cariño. Gladys Belvderessi


viernes, 17 de febrero de 2012

¡Un móvil, por favor, para el sarcófago! Félix Pettorino


         Abelardo era un modelo de dinamismo. Como varón ya maduro, poseedor de un título universitario que acreditaba sus bien demandadas y útiles capacidades, vivía agitado en medio del tráfago urbano, más que absorto, tan sumido en medio de la barahúnda de los negocios, que su existencia, más que la de un ser racional viviente, era la de un autómata que solo sabía reaccionar con acierto ante los estímulos del mercado. En lo demás solía comportarse como un ser insensible, casi un zombie cerebral, atento mínimamente al consumo de la energía nutricia suficiente para mantenerse activo.

         La familia era para él un fenómeno natural externo, como el vegetar de las plantas, como las nubes, el viento y las lluvias. Algo con lo que había que contar como parte obligada e impuesta por la vida, pero tan accesoria como inevitable en relación con los múltiples y enmarañados trámites a los que de continuo lo apremiaba el azaroso curso de sus complejas operaciones cotidianas.

            Padre de tres varones, todos estudiantes universitarios, cuyas inquietudes apenas vislumbraba, solo se limitaba a financiar mecánicamente sus carreras mediante pagos mensuales automáticos depositados en alguna de las diversas cuentas corrientes que manejaba, dejando a su mujer toda la carga relativa al cuidado y atención de los jóvenes. Se limitaba a sufragar los gastos de casa y de cada uno de sus moradores mediante la provisión suficiente por persona de fondos que se renovaban mes a mes en una de sus numerosas cuentas bancarias.

          Era por lo común el gran ausente dentro de su hogar. Casi siempre los compromisos sociales o financieros lo forzaban a almorzar o cenar afuera. Eran reuniones “inevitables”, donde raramente estaba invitada su esposa. Y cuando tal cosa ocurría, ella se negaba a asistir porque, además de ser tertulias muy engullidas, regadas y aburridas con parlamentos que le parecían interminables, la primera prioridad era, sin lugar a dudas,  la atención de sus retoños.

               A todo esto, las cosas en el matrimonio y en la familia no andaban ni bien ni mal, esto es, la vida entre ellos era "fome", mediocre. Esposa, hijos y nanas ya estaban acostumbrados a su ausencia. Nadie lo echaba de menos. Ni siquiera lo mencionaban en sus conversaciones, donde cuando se hablaba de “Abelardo” o más frecuentemente de  Lalo, era para aludir al mayor de los muchachos.

           Pero la vida del viejo Abelardo (como fácilmente puede apreciarlo nuestro lector), no tenía mucho de nornal. Se trataba de un ser de quien, de alguna manera se puede decir, “vivía” absolutamente al margen de la satisfacción de las necesidades propias de una existencia sana en términos de alimentación, bebida, sexo, tranquilidad y paz  esenciales en todo ser humano adulto biológicamente equilibrado. Y tuvo que pasarle la factura, lo que suele suceder cuando las personas comienzan a trasponer la edad de la decadencia orgánica que, en el caso de quienes viven al estilo de “los Abelardos”, suele oscilar entre los cincuenta o los sesenta años, y a veces, cuando la víctima “se ha pasado de la raya”, en la temprana segunda mitad de la década de los cuarenta.

         Para paliar en parte este peligro, Abelardo, que era hombre organizado y previsor de su salud, no se despegaba de su celular, que era como uno de sus tantos órganos vitales que lograba mantenerlo en contacto con el mundo exterior, y especialmente con los suyos, para cualquiera emergencia que pudiera llegar a presentarse.

         Ese día, un 13 de agosto, iba en su flamante Mercedes, conducido por su chofer, rumbo a a una de sus oficinas, cuando empezó a experimentar un mareo que le hizo perder la noción de donde estaba, a la par de un dolor atenazante en el hombro izquierdo y luego en el pecho, que apenas le permitieron lanzar un ronco y desesperado grito de auxilio. Ante tal situación, su chofer cambió prestamente el rumbo del automóvil para proceder a conducirlo a una clínica que pudiera brindarle los primeros auxilios. Pero el tránsito se hallaba a esa hora demasiado recargado de vehículos y la congestión no le permitió detener el auto para atenderlo, ni menos aún, para llegar a tiempo, a fin de salvarlo de una muerte que se veía inminente.

         El lógico resultado fue que Abelardo llegó al centro de urgencia convertido en un cadáver. Y hubo que enterrarlo al día subsiguiente; pero por premura o distracción, vestido en su terno azul marino con un insignificante objeto de un negro brillante que ninguno de los asistentes fue capaz de advertir, ya que se hallaba guardado en el interior de la chaqueta, "por previsión de robo" mediante un cierre de cremallera. Era el móvil o celular que portaba habitualmente en su galana chaqueta formando parte indispensable de sus tenidas más frecuentes, aun en las de visita.

         Y sucedió lo insólito. Al segundo día de llevado a cabo el solemne funeral, en medio de la tenebrosa oscuridad del  elegante féretro en que yacía su cuerpo, el difunto despertó sobresaltado. Lleno de un pavor irrefrenable, se percató de que se encontraba enclaustrado de por vida en un escalofriante ataúd y que no le era posible vislumbrar alternativa alguna de cómo salir de tan espantosa situación.

         Pero como hombre práctico, era ejecutivo y de soluciones rápidas y eficaces, que le venían a la mente cual si fueran disparos de metralla.

En una de sus excitadas cavilaciones y búsquedas a tentones, atinó a palparse el costado izquierdo del pecho, justo en el lugar del corazón, que era exactamente donde solía guardar su celular… Y a pesar de lo nervioso que estaba, descorrió la cremallera, sumergió temblorosamente la mano derecha  escarbando dentro del bolsillo y logró agarrar, como si fuera una sustanciosa presa, el brillante aparatito negro y una vez con él arriba, ya a la altura del pecho, a duras penas logró marcar el número telefónico de su enorme casona.…. Y…..y, después de varios minutos en que intermitentemente sonaba una y otra vez, como un péndulo, la llamada ..., ¡por fin! apareció la voz de Eloísa, su mujer, quien lo amenazó en el acto con cortar la comunicación si no se identificaba, ya que su voz le parecía la de un extraño...


-¡Soy yo, mujer, el Lalo, tu marido...! -atinó a contestar con un tono tembloroso y  chillón. ¿Acaso no reconoces mi voz? 


La ruda respuesta no se dejó esperar: -¡Esto es una broma macabra! ¡Oye, infeliz: ¡cómo tienes la tupé de tratar de engañarme remedando la voz de mi marido recién muerto? -lo increpó furiosa la "viuda" y le cortó, no sin antes  insultarlo con una serie de gritos y términos muy poco gentiles...


Ante tan imprevista como desafortunada respuesta de su mujer, Abelardo, haciendo un gran esfuerzo para calmarse, marcó el móvil de nuevo y procedió a insistir en el único llamado salvador dirigido a su Eloísa , esforzándose por endulzar la voz y de invocar el nombre de su mujer de un modo tan típicamente exclusivo y familiar, que resultara imposible que ella persistiera en el desconocimiento absoluto de la identidad de su marido.. Carraspeó con fuerza dos o tres veces, afinó la garganta hasta atinar a dirigirle melosamente la palabra, como solía hacerlo otrora (cuando estaban de novios):


"-Eloshita miya, venita de mi corashón, ¿qué le pasha a usté? ¿No  yeconoche  a su oshezno yegalón?" Al otro lado sólo se pudo escuchar en primera instancia el grito aterrador de una mujer: y en segunda, unos lloriqueos lacrimosos que no pudieron menos de llenarlo de una ternura para él apenas recordable, como aquella lejana y lujuriosa vez en que ella le dio ¡por fin! el ansiado sí...Con gran desazón  y temblor irresistible de la voz, pudo darle la mayor sorpresa imaginable: ¡estaba enterrado en uno de los nichos de su mausoleo! Ni aiquiera se había instalado la placa de mármol ni ninguna inscripción, por todo lo cual le imploraba a gritos que acudiera tan pronto como le fuera posible, a auxiliarlo con el propósito de sacarlo de una vez por todas de ese fatídico encierro…

Eloísa, con el rostro bañado en lágrimas, no podía creer lo que estaba oyendo, Pero era la voz inconfundible de su amado esposo (más en otro tiempo “amado” que ahora amante) y sin esperar un segundo, le contestó con voz temblorosa: -¡Estás vivooo, mijitooo! ¡Qué feliz me has hecho, esta vez, amor mío! ¡Te aseguro que en el acto acudiré donde el doctor Villavicencio, tú lo conoces, ese médico vecino más amigo mío que tuyo, porque suele atender a nuestros niños... Y cortó la llamada, antes de que se hiciera más tarde, con el fin de hacer las diligencias necesarias para salvar a su esposo del tremendo trance mortal en que se encontraba.


Antes de media hora, partíó acompañada por el doctor Villavicencio con rumbo al cementerio a fin de socorrerlo tan pronto como la urgencia del caso ameritaba. A todo esto, habiéndose dispersado la noticia a los cuatro vientos, una multitud de personas se agolpó tras Eloísa y el médico, que portaba un descomunal maletín de cuero negro con todos los elementos del caso.

Abelardo, conmovido y esperanzado como estaba, sin poder saber lo que estaba sucediendo afuera, no sabía cómo darle las gracias a su fiel y amorosa Eloísa; al doctor y a todo ese tumulto de gente que podía oír desde el interior del féretro como "lauchitas" chillando y arañando los espesos muros en que se hallaba instalado su nicho. De todos mudos, un sudor frío, a pesar del  estrechísimo y acalorado encierro, le corría sigilosamente por la espalda...El temor mayor que sentía palpitar en las sienes era el que a su móvil se le agotara la batería y lo dejara sin vínculo alguno con el mundo exterior. 


Pero no le quedaba otro remedio que esperar y esperar, en medio de una dificultad cada vez más intensa que le imponía continuar respirando fatigosamente dentro del negro y estrecho espacio que tenía a su alrededor, junto a su siniestro lecho de muerte. Solo se limitó a forcejear por un rato la tapa del ataúd a fin de abrir, aunque fuera un minúsculo intersticio, donde pudiera aspirar a duras penas el escaso aire que flotaba nauseabundo en el interior del sepulcro, tan oscuro como una boca de lobo...

         Los minutos avanzaban con la lentitud de una carreta tirada por bueyes. Así y todo, acostumbrado como estaba a las desazones que solían provocarle las vicisitudes de sus a veces temerarios negocios, decidió darse ánimos invocando al Padre Santo mediante una serie interminable de padrenuestros mentales, que además de tranquilizarlo un poco, le permitieron eludir de algún modo la creciente dificultad de respirar que le estaba ahora negando toda posibilidad de articular aunque fuera un monosílabo de socorro que, por otra parte, sería no solo inútil, sino que mortífero…
.       
         A la media hora de agonía, que le pareció una noche entera de insomne pesadilla, empezó a sentir, tenuemente primero y después de modo cada vez más creciente, unos ruidos metálicos como de cerradura y unas voces angustiosas y cortantes que lo fueron poniendo en un progresivo estado de angustiosa excitación.

 No había pasado apenas un par de interminables minutos, cuando advirtió que una seguidilla de golpes violentos, primero, y luego estrepitosos, estaban seguramente demoliendo la provisoria cubierta maciza del nicho.

         Fue el momento en que su pecho acezante estalló en lágrimas tan abundantes como irrefrenables. Ahí, en ese mismo instante infinitesimal, se produjo en aquella alma que ya se sentía condenada a vegetar prisionera para siempre en las pavorosas tinieblas de la muerte, la repentina consciencia del ser insensible que había llegado a ser en su vida recién pasada: un esposo desenamorado e inflexible y un padre ausente, frío y descariñado con todos sus retoños. Fue como un real auto-juicio final dentro de los escasos minutos que duró la rotura del nicho y la apertura del ataúd y que (como imaginará nuestro fiel lector)  a él le parecieron una eternidad…

   Por fin surgió una luz como un potente rayo esplendoroso caído desde el mismo cielo. En ese precioso instante, lo primero que sintió invadido de emoción sobre su rostro fue la humedad de las lágrimas de Eloísa, su mujer.

         A pesar del desmedrado estado físico en que se encontraba, próximo a un paroxismo aniquilador que podría anunciarle un nuevo tránsito hacia la muerte, alzó lo más que pudo su agobiada testa poblada de canas recientes para besar a su Eloísa con una potencia pasional que nunca antes hubiera podido imaginar que experimentaría...

EPÍLOGO.

Los últimos años de Abelardo y Eloísa (no más de cinco) fueron los más felices de sus vidas. Una blanquísima, tierna y constante luna de miel entre ambos que duró poco más de un lustro. Y la satisfacción de ver a sus tres varoncitos con un cartón profesional en la mano izquierda y, en la derecha, a otras tantas “Eloísas” de un  futuro acaso tanto o más afortunados que los suyos...

Amigo lector o lectora: A propósito de esta historia, permítame un humilde consejo que lo podría ayudar en emergencias aún mucho menores que la que Ud. acaba de leer.


Para no caer en el siniestro riesgo que corrió Abelardo: ¡no se olvide de llevar siempre consigo un móvil o celular. ¡Pero con la batería bien cargada…, por si las moscas…!

Primera página de un diario íntimo de Félix Pettorino.

abril 21 de 1943. Hoy en la tarde, niña hermosa, a eso de las 18,45, te he visto por primera vez en una de las aulas de la Universidad Católica de Santiago. Con dos amigas de tu edad (de seguro compañeras de curso) entrabas y salías de la clase que dictaba el Dr. José María Souviron. Me extrañó que el prestigioso profesor de Literatura Española no prestara atención a los raros movimientos y turbulencias de unas presuntas discípulas presentes en su clase. Era -pensaba yo- como para irritar la proverbial impaciencia de que hacen gala ciertos personajes ungidos por la fama que proporciona la cultura elevada al extremo. Pero no. Creció por igual mi admiración por Souviron y mi curiosidad por ti y un poco menos por tus compañeras de diversiones. Parecían tan confiadas, que descartaban la posibilidad de que el maestro que oficiaba de tribuno ex cathedra se saliera de sus casillas: cuchicheaban y reían por lo bajito, como si estuvieran, no en el claustro universitario de la hoy llamada Pontificia, digna del mayor de los respetos, sino en una amplia sala de charlas donde se podía secretear y “chinchosear” al más regalado gusto, sin otra limitación que la de no perturbar notoriamente el clamor tremolante de las sonoras palabras del profesor. Más que un hombre resignado o tolerante, José María era en verdad un real campeón de oratoria intelectual, sobre todo “literaria” y “humanista”, de esos doctores docentes que saborean tanto lo que predican, que disfrutan con su discurso mucho más que el más atento de sus auditores. Y esa era la clave de su aparente desinterés ante las estridencias de algunas de sus oyentes. En ese instante adiviné que tú ya te habías percatado de ese defectillo del eximio catedrático y creció aún más mi curiosidad y admiración por ti. –¿Y por qué no por las otras? –me preguntarás. La respuesta me la guardo, por ahora, esperando que este bichito, que se revuelca dentro del nido de mi pecho entre la novedad y el embeleso, me haga salir de los labios la verdad de aquello que estoy entre develar o mantener callado para siempre...