sábado, 12 de mayo de 2012

Oda Carlos Condel, el almirante estratega. Félix Pettorino.

Carlos Condell, para celebrarte
habría que encender las calderas
de las viejas barcas
que duermen su letargo de carbón y madera
bajo simas de cristal
en los siete mares,
izar anclas
y partir,
partir,
rumbo a las estrellas.

Con tu pilotaje
podría orillar
cualquier bajo o arrecife,
contemplar las centellas
de cascos y riscos en choque
sin ser rozado siquiera,
podría también
navegar más allá del horizonte,
coger diamantes de coral
y caracolas
con rumores de mar,
y algas en flor
con chasquidos de sol.
Y podría llegar acaso a la negra caverna
donde en el fondo
de la marea
rechina y rezonga
el carcomido casco de tu Covadonga.

Carlos Condell,
por treinta años residente
en los más azules campos de sal y de sol
sobre el planeta,
empuñando el oscilante timón,
al recorrer de norte a sur
el continente,
tu barca nunca se trizó en la roca
ni ardió envuelta en lenguas de fuego
por la eventual descarga
de algún remoto cañón,
ni jamás pudo taladrarla
el hierro artero
de un espolón.

Contigo a bordo,
ella navegó segura
y no hubo
huracán de acero
que pudiera alcanzarla
desde aquella tormentosa tarde
que en Papudo
con Rebolledo
y un puñado de grumetes
la ganaste para Chile
desde la legendaria
Esmeralda.

Carlos Condell,
al evocarte
veo en tus ojos grises
de viejo lobo de mar
la aguda percepción de Ulises
y el temerario arrojo de tu camarada Prat.

Porque fuiste el más audaz comandante:
allá, en las orillas del norte, tu nave princesa
escribió la página inmortal de Punta Gruesa,
rebosaste su bitácora de heroísmo y de gloria,
guiándola siempre airosa,
abriendo el surco mareal de las victorias,
y en un día de epopeyas
que la memoria de Chile
magnifica,
la llevaste hasta el morro de Arica,
allí hiciste rugir hasta el más viejo cañón
animando el trepar incesante
de las tropas chilenas
sobre el vetusto peñón.

Y cuando, por fin,
la venerada bandera
en la cúspide ondeó,
empavesaste palos y vergas
e inundaste su cubierta con nuestra Canción.

Carlos Condell,
surcando oleajes,
calzando espumas en luna llena,
por días y noches sin horas,
subiendo
y bajando
entre aguajes,
desafiando móviles abismos
en esa tu añosa mancarrona
fiel,
bizarra,
vigorosa,
invencible,
olvidado de ti mismo
y de los tuyos,
registe por doquier
el concierto atronador
de los combates navales
hasta cuando Dios dispuso el tiempo
del retiro
y de tu triunfal entrada
en la Historia.

Con hidalguía y mansedumbre
se te vio abandonar
el alto puente de adalid
y retornar a tierra firme
sólo a morir.

Carlos Condell,
para celebrarte
la Patria prende hoy
un fresco manojo de copihues
en tu casaca vacía
de almirante.

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