sábado, 12 de mayo de 2012

A Miguel Grau, alma de almirante. De Félix Pettorino.

Responso por Miguel Grau.

Grau,
voz de cormorán en vuelo,
estridente grito
de azulejo
en los negros abismos
del mar.

Grau,
tu nombre lúgubre
era anunciado
como temible alarido
por las estepas
de sal.

Grau,
invocación nostálgica
de Atahualpa,
tu rauda nave de hierro
fue esperada
como tormenta
escupiendo fuego
desde el cielo,
tu monitor Huáscar
fue aguardado
como guadaña
de la parca
al acecho.

Grau,
grito desgarrador,
mi amada barca yace rota
en los abismos
del mar
con el horrendo surco
de tu espolón
y guardo imágenes
fatídicas
de tu terror
en el océano.

Grau,
clamor que viene
del silencio:
¿cuántos paladines cayeron
a la conjura
de tu voz?

¡Pero no...!
Era sólo la voz de una quimera,
el grito ahogado que amedrenta.
No podía ser tu voz.
¡Oh, cuánta sangre de Dios
obligó a derramar,
como tantas otras,
esa guerra!
¡Cuánto penoso,
cuánto costoso
heroísmo!
¡cuanta sangre,
preciosa
de nosotros mismos!

Grau,
¡tú no lo hiciste!
tú sólo fuiste
un estridente grito de azulejo
en los negros abismos
del mar,
un mero nombre lúgubre
anunciado
como temible alarido
por las estepas de sal.

Grau,
pero supiste ser también
samaritano
de los vencidos en combate,
fuiste
un gran condestable
del océano,
un noble peruano,
y un cristiano
con alma de almirante.

Grau,
tu nombre hoy me estremece.
Destrozado en tu alto castillo de mando,
yo soy el mástil que tu sangre
humedece
y me lastima tu muerte
como el agudo filo
de un cuchillo,
como hubiese sido
la de un hermano.

Grau,
la gloria te llamó al fin
con la imponente crueldad
con que llama a todos
los escogidos
y debiste morir
para ser inmortal.

Grau,
tú no debiste
matar
ni ser muerto:
¡eras un hermano nuestro!

Almirante Grau,
aún evoco,
entre gemidos de mar,
tu glorioso martirio.

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