viernes, 11 de mayo de 2012

Otro sueño tecnológico de Amadeus Wizard. De Félix Pettorino.

El pájaro desalado.

El extravagante título de esta volátil elucubración, nuevo ingenio paradójicamente muy objetivo de nuestro polifacético Amadeus, creo que te puede mover a confusión.
Por una parte, es probable que imagines que el pajarillo de marras es una avecita que no puede volar porque carece de alas, que son los elementos necesarios para alzar el vuelo, o bien, que posee la extraña virtud de volar sin el soporte de las alas, o por último, que las potentes alas de que dispone le permiten el lujo de cruzar “desalado” por los aires, esto es, a una desenfrenada velocidad, como podría ser, por ejemplo, la de un jet a chorro.
Pero en honor a la verdad, digamos que no se trata de ninguna de las tres alternativas recién sugeridas. Al tal pajarillo o aeronave no cabe identificarlos con ninguno de los tres bicharracos que hubieras podido imaginar, porque es un ser  humano viviente, esto es, “alguien” físicamente muy distinto a un ave, de esas que ponen huevos y no siempre son buenos volátiles…
“– ¿Qué podría ser entonces?” –me preguntarás quizás con cierta desazón, mezclada con algún grado de incredulidad o pensando maliciosamente que te estoy tomando el pelo, algo que ni en sueños haría, porque podría correr el riesgo de quedarme sin lectores....
Pero a riesgo de perderte para siempre como lector, te diré que erraste de nuevo si preguntaste “– ¿Qué podría ser entonces?”, como me lo estoy suponiendo. Con los antecedentes que te acabo de dispensar, deberías haber  planteado la pregunta de modo diferente, o sea: “ –¿Quién podría ser entonces?”.
–No me creerás, pero el ave en referencia no es nada menos que una persona, tú mismo, por ejemplo...
“–¡Pero es que yo no soy un ángel, menos un arcángel o un querubín, nunca he tenido alas, que yo sepa, a no ser que alguien me las haya cortado –me contestarás seguramente, siguiendo la supuesta chanza.
“–¡Pues, mi buen amigo: nunca has tenido alas ni las tendrás, aunque te vayas al cielo o llegues a convertirte en un verdadero pájaro desalado...”, te replicaré yo... Y puedo darme el lujo de obsequiarte con la respuesta correcta, ya que por algo gastaste unos cuantos “piticlines” para comprarme este libro y, además, porque estoy bien al tanto de lo que era capaz de  lograr el insuperable ingenio de nuestro mago Amadeus...
Si tienes tu atención y tu memoria bien despiertas, podrás recordar el relato Nº 1 de nuestro soñovisoaudífono, y si consultas brevemente las primeras líneas de esta aventura que hemos emprendido juntos, tropezarás allí con el gorro marca “Morfeo”, acolchado de color negro brillante hecho de material plástico irrompible, que se acomoda sobre un almohadón amarillo relleno con finas plumillas de canarios; y con él debes dormir en este caso, aunque poniendo en juego una ligerísima innovación que consiste en dos plumas de cóndor o de águila incrustadas en sendos agujerillos que, una vez instalados a ambos costados del gorro, te lo debes “encasquetar” hasta las mismas orejas antes de dormir, no sin antes oprimir el botoncillo circular de tono verde-pasto que lleva el tal gorro cerca de la oreja derecha,. a fin de iluminar la pantalla de tu sueño, que te deseo que sea la aventura más radiante que hayas podido disfrutar en tu vida, y que hago votos por que sea tanto o más venturosa, mas no tan breve, como la que tuvo nuestro buen  Amadeus
No bien se hayan pegado como corresponde ambas pestañas, gracias al ineludible imperio del sueño, te verás volando solo (o sola) y a tan descomunal altura, como para divisar abajo, y a gran profundidad, las albas crestas nevadas de nuestra Cordillera de los Andes y podrás también, si así los deseas, descender en círculos sucesivos de cada vez menos extensos diámetros de longitud descendente, hasta llegar a divisar las araucarias, alerces, coihues y pellines de nuestros frondosos bosques nativos, luego también los grandes potreros pardos o verdeantes, poblados de vacunos, caballos u ovejas, los rojizos o verdeantes techos de las casas, las chasquillas pardas que ornamentan los extremos murales de nuestros rústicos ranchos, de sus paredes divisorias y hasta de las pircas más distantes. Divisarás también a lo lejos y muy abajo los caminos recorridos por vehículos que te parecerán de juguete, avanzando lentamente como escarabajos a lo largo de alguna ruta y, después de un descenso de mayor aproximación, podrás entretenerte mirando a la gente caminando o a grupos de chiquillos corriendo de un lado para otro por patios, calles o callejones...
Y cuando planees bajito, hazlo sin ningún temor, no debes inquietarte imaginando que te va a chocar un ave o un avión en vuelo, que vas a “capotar” o que te vas a pegar un cabezazo o un topetón de los grandes contra una rama o, por ejemplo, un “chancacazo” contra la copa o el macizo tronco de un roble o un grueso cable o torres de electricidad… Nada de eso, amigo lector (o amiga lectora): tranquilízate con la certeza de que ningún ser humano, animal, ente fantasmagórico o aviador en  vuelo será capaz de verte ni tú de tocarlo o de chocar contra él, porque el movimiento durante el sueño, (se trata en este caso, de un vuelo netamente “onírico”), es absolutamente impalpable e invisible para cualquier ojo que pudiera haber en el contorno exterior.
De modo que puedes descender hasta tocar tierra en cualquier parte, pasar bajo la lluvia o rozando el mar, lagos, ríos y lagunas sin mojarte ni un pelo, nadar un poco y luego alzar el vuelo como si fueras un ave majestuosa, para ver y palpar estas y otras cosas sorprendentes, como por ejemplo, una locomotora o un tren atestado de carga o de pasajeros, y decidirte a descender sobre alguno de sus carros o vagones para contemplar la naturaleza por el tiempo que  lo desees, montarte por un rato sobre el plumoso cuerpo de un cóndor a cinco mil o más metros de altura y luego salir de aquella posición de jinete aéreo a batir tus brazos como sustitutos de las alas que no posees, y emprender nuevamente un raudo vuelo hacia la cumbre nevada más alta que encuentres y luego partir de nuevo en busca de un villorrio, de un pueblo o de una ciudad, donde podrás instalarte en la terraza de los edificios más altos, coger volantines a la pasada para proceder a reencumbrarlos por un rato, acostarte en el albo y blando algodón de la nubes, hacer piruetas en vertical, hacia arriba o hacia abajo, en círculos o en tirabuzón, sentarte sobre la torre de una iglesia y mezclarte con bandadas de pájaros en vuelo... No te cuento más, porque el resto te lo dejo entregado a tu bien florida imaginación...
No me queda otra cosa que felicitarte por haber elegido tan bello sueño. Sólo te deseo el más feliz de los revoloteos pajariles y el mejor de los aterrizajes... en tu cama por supuesto, si es que, como imagino, has decidido dormir acurrucado en ella…

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