viernes, 11 de mayo de 2012

Después de tanta guerra, un padrenuestro. De Félix Pettorino.


I

               La guerra.

Después del dolor de tanta guerra,
un vendaval de horror inyecta hielo en los cuerpos calcinados.
Dicen que ya no quedan caminos por donde desafiar molinos de viento,
cuentan que los caudillos del cerebro sesudo han enmudecido;
que las armas aún calientes se han tomado un forzado descanso
y que, aunque siempre han sabido cumplir un buen trabajo,
sus productos espantan:
la mayor parte de los seres que han gemido y callado bajo ellas
nunca adivinaron lo que les estaba pasando:
(muchos no tenían ninguna injerencia en las batallas)
y los que sobrevivieron niegan el haber sido militantes
alguna vez siquiera. manchar

Dicen que el final podría estar cercano,
que los Altos Mandos ya se retiran a los cuarteles de invierno
a beber el whisky on the rocks
con menudos trocitos de hielo,
dicen que escogidos con recelo desde morgues clandestinas.
Cuentan que en las quimeras del ayer hubo huracanes
que empañaron la geometría colorinche de blasones y banderas
y solemnizaron con ruidos del averno el festín de alborotados combates:
Fuego a cuerpo,
Cuerpo a hierro,
Gas a cuerpo.

Y que las voces de mando se hundieron con el huracán en el fondo de algún cráter,
luego cesaron los gritos con su eco de alaridos.
Y que hay aún mudos combatientes apuntando sin asunto
  con el índice sin uña desde el hondor de las trincheras.

Dicen que ya no hay más vigilias agobiantes
Y que el olvido día a día ya rubrica cicatrices,
 lágrima por lágrima, neurona por neurona.

Cuentan que ha ido quedando atrás la profunda ciénaga donde danzó la Muerte,
que solo quedan cuellos cercenados por la rítmica metralla
bajo vistosos cortinajes de vapor ardiente;
que ya se va deshilachando por el aire
el espantable esplendor del napalm
y que el vivísimo colorido de los gases ecocidas,
envueltos en tubos de regalo para héroes anónimos,
son hoy solo sombras de carbón de tanto ser cremados
en el altar de furibundas patrias ya olvidadas.


Pero no todo ha sido llanto y crujir de huesos lacerados
Dicen que circula un severo bando disponiendo estrangular
el odio de tanto ideólogo bien intencionado,
prolija tarea encargada a los esbirros más sañudos.
Y que se hace urgente extirpar de raíz
a tanta astuta y ocasional consigna,
por la que subieron al trono los granujillas de turno,
gracias a un golpecito de suerte o a un vago clamor de multitudes,
masivo o casi unánime.
temporal, en todo caso,
por lo cual al fin cada alma es culpable
en algún grado, sin marca ni registro.
Un calmante casi
para todos los cobardes.

II

La paz ilusoria.

La hora 24 ya es historia soterrada
y la 25 está llegando
ansiosa de paz, para echar denso estiércol
sobre tantos actos
que por repelentes es mejor ocultar
bajo alfombras de tupida hierba
y empezar de nuevo.


Entró promisoria de paz, con solapado silencio
 y adecuada amnesia
para quienes se sintieran propensos a otorgar absolución
por sus propias faltas.

La hora 25 acaba de clavar su pesada lanza contra el piso.
Muchos sostienen que sería bueno perdonar sin olvidar;
o menos objetable acaso: olvidar sin perdonar
y empezar de nuevo.

Una nube de predicadores revolotea graznando consignas:
No hay mejor alivio que la alegría light por receta.
El estrés de la muerte se espanta con la droga y las afroditas sin ropa.
Para eso están los fabricantes de éxtasis y orgasmos
administrados por prolijos folletos
que aseguran varios quilates de placer barato
y cero efectos secundarios.
Y hay disponibles para ti millones de jeringas,
drogas, polvos y pastillas,
e infinidad de cuerpos suaves, ondulantes y sabrosos
que apartan de la mente
tanto espectro grotesco, doloroso o malsano
grabado a fuego por las torturas de las guerras.

Para las penas del infierno no hay nada mejor
que los actos del glamour y el sex-appeal,
con una pizca de Diosa Blanca
Según aseguran, no le hacen mal a nadie,
dispensan sensaciones inefables de goce momentáneo
que borran de la escena
tanto cadáver malhumorado, corrupto o maltrecho.

No saben quizás que la alegría light suele llamar al sueño eterno a gritos.
Porque la muerte no solo se solaza con la guerra,
también olfatea como bestia famélica
a los que tratan de bucear bajo el denso mar de las delicias,
les hace experimentar a fuego lento
cuán desolador es vivir entre deleite y pesadilla.
Y con punzada de acero,
en un improvisado camastro sanitario,
o en las agobiantes penumbras de una orgía,
arremete
contra tanta distraída criatura que ignora su destino
y no alcanzó
a hacerse cargo de su propia muerte.
Resultó ser solo un oscuro pececillo
cogido bajo el filudo brillo que oculta la carnada.


III


Plegaria.

No queda más que acudir al último refugio,
clamar hasta donde nacen las estrellas,
inundar con un grito las constelaciones más lejanas
y musitar hacia adentro
con uncida devoción:

Padre Nuestro, que estando en todas partes,
estás también dentro de mí,
por tu bien ganado prestigio
de Señor de lo Imposible,
en medio de mi larga agonía,
desde estas frías tinieblas de lo humano,
yo quisiera invocarte.

Te imploro
un Pronunciamiento Celestial:

Que decretes
la libertad vigilada
para todos los hombres
y hagas de nosotros
unas bestias nobles,
como el caracol, el perro faldero, la mariposa o la paloma
y nos dispenses con tu amor inacabable
la discapacidad más absoluta
para soñar utopías, quimeras, rebeldías o irrisorios caprichos.
Bien sabes que somos gente cegatona y libertina
y no podemos ver más allá de las pestañas,
por eso el mundo anduvo como anduvo,
dejando tanto muerto y baldado en el camino.

Es, Señor, una emergencia,
sitúa acá tu Reino,
si es posible sin demonios ni anatemas,
ni aún para los más recalcitrantes,
y que se haga de aquí en adelante,
tu Santa Voluntad.
Ten presente
las tragedias
de nuestra gente.
¡Te lo imploramos!

Y, por lo que más quieras,
no permitas que se haga carne o fruto
nuestra torcida voluntad.
Da paso a aquella gran ola de santa pasión
con que por única vez inmolaste a tu Hijo por nosotros
e intentaste darnos
un singular ejemplo doloroso
de efectos sólo parciales,
como ya quedó escrito.

Y que no siga creciendo tanta miseria,
del alma.

Perdónanos, Señor,
por lo que le hicimos a tu Hijo Amado
y por lo que les hemos seguido haciendo a estos remiendos suyos,
que son nuestros hermanos.



Por suerte eres clemente.
Así y todo te lo suplico,
reverente.

Y no sé si me excedo en mi plegaria,
ya que confío tanto en tu Bondad Infinita:
Por lo que más quieras:
¡no nos dejes caer
y tropezar tantas veces en la misma piedra!

Y líbranos, compasivo,
de la inminente condena
apocalíptica:
Amén.

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