viernes, 25 de mayo de 2012

El episodio de nuestra Historia que hasta hoy conmueve al mundo. De Félix Pettorino.

El enigma de un hombre.

Era un hombre del pueblo,
en un país ocupado.
Nació en un establo,
en la aldea más miserable
e ignorada
del planeta.

Desde niño
sólo supo del trabajo humilde,
ayudando a sus padres
junto a un banco carpintero.

Nunca fue a la escuela,
nadie lo instruyó
ni escribió nada que se sepa.
Y así, sin ningún antecedente,
sin estudios previos,
ni currículo escolar siquiera,
a los 30 años, de repente,
salió a los caminos
a encontrarse con la gente
y a comunicar
con paz, pero con firmeza
lo que su joven corazón
le dictaba.

Nunca pisó una universidad
ni una biblioteca, no tuvo maestros
ni mecenas
o, al menos, algún magnate o poderoso
que lo promoviera.

Nadie sabía
cómo podía nutrir la mente
y fortalecer su voluntad
de sabio y de santo,
ni cómo era capaz de vivir de la nada
un hombre así.

No tenía otra credencial
que su presencia.

Prefería los lugares
donde moran las gentes
más pobres y sencillas.
Se rodeó de amistades
con méritos escasos,
que apenas entendían
sus lecciones
de profundidad insondables todavía
para los más doctos.

Eran rudos, ignorantes,
algunos de vida sospechosa,
y todos temerosos
de lo que les pudiera pasar
con tal compañía.
Mas, sin saber por qué,
lo seguían dondequiera.
Era para ellos
“El Maestro del Amor y de la Paz"
en un mundo de amenazas.


Las dignidades del culto,
los letrados y poderosos,
conociéndolo,
o acaso sin saber por qué,
no pudieron soportarlo
por mucho tiempo.
Y conspiraron y decidieron
lo más obvio
para ellos:
un ligero proceso
la prisión, la tortura,
y la muerte más indigna conocida
en ese mundo de barbarie
¡la cruz!
Lo declararon convicto
por alertar al pueblo
con una fe no oficial
ni vigente,
basada en algo
que hasta hoy parece raro:
el amor sin condiciones
al pobre, al anciano, al enfermo,
al perseguido, al proscrito, al extraño,
al malhechor ... ¡y aún al enemigo!
Un imposible
en esa triste tierra tan dividida
de ayer...,
y con mayor razón
en la de ahora.

Imaginando promover
un ejemplar escarmiento
para las generaciones
venideras,
entre reos y verdugos,
entre insultos y azotes,
semidesnudo,
fue clavado y expuesto
en un madero
para la vergüenza y escarnio
de Judea,
el pueblo elegido;
y para el imperio de Roma,
nunca conquistado ni vencido.

Mientras el convicto expiraba,
esbirros y soldados
tiraron a la suerte
en sucios dados
lo único que poseía:
una astrosa túnica
manchada con lodo y de sangre
y unas sandalias viejas.

Sus escasos deudos y seguidores
le dieron furtiva sepultura
en una tumba prestada
por un amigo.

Sus medrosos discípulos,
no más de una docena,
aterrorizados,
lo abandonaron
y no faltó el elegido
que hasta temblando por tres veces
lo negara.

Pasó el tiempo.

¡Y cosa más extraña!:
la triste figura
de este infeliz condenado
ha ido creciendo
sin saber por qué.

Y hoy su fugaz paso por la tierra
es estimado
como lo mejor
que pudo haberle pasado
a esta desventurada humanidad
a través de los siglos.

Ni héroes ni santos,
ni  políticos, estadistas,
ni emperadores, generales,
poetas, filósofos o sabios
han hecho tanto
por cambiar al hombre
en su incierto destino.

Ni las guerras, ni el progreso,
las revoluciones,
libros, inventos,
adelantos de la ciencia,
descubrimientos,
enciclopedias,
televisores,
viajes espaciales,
ordenadores,
internet,
ni todo lo que se ha logrado
sobre la faz del planeta,
puede siquiera compararse
con la huella
imborrable y profunda
que dejó el breve paso
de aquella alma humilde,
solitaria
y sufriente
en el pensamiento
y en el corazón
de la gente.

Jesús,
si aún estás
en alguna parte,
¿podrías por Dios
revelarme:
¿quién eres tú,
realmente?

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