Consuelo.
Me asemejo a la Nada en casi todo:
sólo quitando mi breve existencia,
adelante la muerte, atrás la ausencia,
soy un fuego fatuo que emerge del lodo.
El porvenir es sólo ilusión de memoria
falaz: ¡ningún mortal nos quiso tanto!
Frágil la alegría, fugaz el llanto,
todo pasa: el sol, los amores, la gloria ...
Y me asimilo a Dios en que no habrá nadie,
salvo Él mismo, que sabrá estrecharme
momento a momento, de tanto perdonarme.
Cuando es menester el negro olvido,
¿importa mucho no tener a alguien,
pero ser del Señor siempre querido?
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