sábado, 15 de septiembre de 2012

Hernán Rivera Letelier, novelista chileno de humilde origen, pero muy exitoso.

Hernán Rivera Letelier [Talca, 1950]. Por Félix Pettorino.

A pesar de haber nacido en Talca en 1950, fue criado hasta los 11 años en la oficina salitrera Algorta, en el Norte Grande; pero habiendo muerto se madre, tuvo que trasladarse junto a sus hermanos a la ciudad-puerto de Antofagasta, donde, siendo todavía un adolescente, tuvo que ganarse la vida vendiendo diarios o trabajando como mensajero en una empresa minera. Su prematura dedicación a las responsabilidades propias de los adultos le permitieron conocer a fondo la personalidad de los nortinos, en especial de la gente de la pampa, y, desde luego, madurar antes de tiempo.
Cuando ya era algo famoso, los periodistas se atrevieron a preguntarle cómo es que siendo tan pobre y con tan poca educación había podido llegar a hacer una literatura digna de ser leída, Rivera no solo no se ofendió, sino que sonriendo contestó sin chistar “por hambre”, lo que no dejaba de ser “la verdad de la milanesa”... Lo cierto es que no solo el acicate de la necesidad era lo que lo empujaba a trabajar, sino el gusto por leer la prensa, por informarse en detalle de lo que estaba pasando, y por ir asimilando un juicio cada vez más objetivo de los individuos y del entorno que lo rodeaba. Así fue como llegó a conocer a fondo a los nortinos, sobre todo a los pampinos, los hombres que le ponían el hombro, la musculatura y la vida entera a la extracción del salitre, el otrora llamado “oro blanco”; y junto con ello, lograba captar, cada día mejor, sus costumbres, sus dichos, sus actos cuerdos o alocados, sus virtudes y debilidades frente a patrones, capataces y camaradas de lucha, y sobre todo, la parte más grata y llevadera de su vida errante: las sufridas mujeres de la pampa...
En los comienzos, obviamente desorientado acerca del género literario que habría de otorgarle la merecida fama del novelista hecho y derecho que hoy posee, empezó escribiendo poesías y cuentos, alzados sobre las alas de su peculiar talento y de la picardía y del ingenio chilenazos que iban a constituirse en la impronta de sus años de éxito. Es así como se inicia como escritor lanzando al aire Poemas y pomadas (1988); y Cuentos breves y cuescos de brevas (1990), que tuvieron, -como es de suponer-  un éxito no muy estimulante por lo escaso..., pero éxito al fin.
Sin embargo, su carrera de escritor fue bastante más rápida que la de cualquier otro aprendiz, que continuamente demanda años y años de esfuerzo y de estudios, si es que esto último llega a producirse... En Hernán Rivera, no: Hombre de observación y de captación al instante, le bastaba muy escasa meditación y tiempo para escribir un relato cualquiera. Su imaginación desbordaba evocando las experiencias de la vertiginosa existencia que el “Patrón de arriba” había puesto en su espíritu para que lo volcara con la velocidad del rayo sobre el papel y, más tarde, en el redoblado tecleteo de una máquina de escribir o de un computador barato.
La novela que lo lanzó a la fama fue, sin duda, La Reina Isabel cantaba rancheras, la cual fue premiada en 1994 por el Consejo Nacional del Libro y la Lectura. Y es desde aquel feliz momento que sus obras literarias han llegado a disfrutar de la más vasta difusión de la narrativa chilena reciente. Sin ir demasiado lejos, el 2001 es nombrado Caballero de la Orden de las Letras, nada menos que por el Ministerio de Cultura de Francia.
Posteriormente, su estro literario ha brillado con luminosidad envidiable en las siguientes obras: Himno del ángel parado en una pata (1996), premio Consejo Nacional del Libro y la Lectura; Fatamorgana de amor con banda de música (1998), Premio Municipal de Novela; Donde mueren los valientes; (1999), cuentos; Los trenes se van al Purgatorio (2000); Santa María de las flores negras (2002); Canción para caminar sobre las aguas (2004); Romance del duende que me escribe las novelas (2005); El fantasista (2006); Mi nombre es Malarrosa (2008); y La contadora de películas; (2009). Todos estos libros han sido reeditados varias veces en  Chile, Argentina, México y España, y sus traducciones publicadas en Francia, Italia, Alemania, Grecia, Brasil, Portugal y Turquía.
 Solo nos falta mencionar la última gran hazaña de nuestro compatriota: Hace muy poco ha sido galardonado en Madrid con el primer premio en la XIIIª edición del Premio Alfaguara de Novela 2010, dotado con 175.000 dólares por su último libro El arte de la resurrección, presentado con el seudónimo de Manuel Madero y donde participaron 539 concursantes de diversos países: España (194), Méjico (102); Argentina (100), Colombia (34), Estados Unidos ( 25), Ecuador (23), Perú (17) y Chile (14), entre otras naciones de menor número de concursantes. El premio comprende además una bella escultura de Martín Chirino.
El jurado, presidido por Manuel Vicent y compuesto por Soledad Puértolas, Gerardo Herrero, Juan Miguel Salvador, Juan Gabriel Vásquez y Juan González, ha destacado que “ambientada en el desierto de Chile en las primeras décadas del siglo XX, la novela narra las andanzas de un iluminado, el Cristo de Elqui. El Jurado ha valorado el aliento y la fuerza narrativa de la novela, así como la creación de una geografía personal a través del humor, el surrealismo y la tragedia.
El arte de la resurrección se presenta comola historia de la segunda venida de Cristo, durante la primera mitad del siglo XX, a los perdidos territorios de las salitreras chilenas”... Pero se trata de un Cristo tan humano como religioso, que manifiesta, sin pudor alguno, que, como seres humanos vivientes que somos, debemos satisfacer requerimientos espirituales a la vez que orgánicos: la necesidad de cumplir con todos y cada uno de los obvios requerimientos del alma, empezando por amar a Dios, amarnos los unos a los otros; y también (¡obvio!) los del cuerpo, como comer, beber y fornicar...
Vale la pena recordar que bajo el astroso sayal de el Cristo de Elqui, se oculta un tal Domingo Zárate Vera, vagabundo algo más que  trastornado, que de la noche a la mañana ha llegado a imaginarse que él es nada menos que  la reencarnación de Jesucristo, cuya misión principal es la de anunciar, ante la fatal inminencia del fin del mundo, la oración, las buenas y “naturales” acciones y el arrepentimiento de las almas...

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