lunes, 17 de septiembre de 2012

Manuel A. Román, cura autor del primer gran diccionario de chilenismos del siglo XX.

Pbro. Manuel Antonio Román [Doñihue, 1858-Santiago, 1920), Sacerdote, académico, humanista y latinista chileno que escribió biografías y panegíricos de santos, sacerdotes y obispos. En la revista Artes y Letras publicó en 1887-1888 la traducción castellana de la elegía Los tristes de Ovidio, que relata las penas que experimenta el poeta al ser desterrado por el emperador Augusto al Asia Menor a causa, entre otras acusaciones menores relativas a su vida algo disipada, de haber hecho pública su obra  títulada el Ars Amandi. En 1909, con ocasión de la edición de su famoso Diccionario de Chilenismos, recibió la distinción de Miembro correspondiente en Chile de la Real Academia Española. El Boletín de esta última da cuenta de sus trabajos realizados entre los que destaca su ensayo sobre La lengua del Quijote y el Diccionario de Chilenismos. Durante 19 años dirigió la Revista Católica, en la que acogió a los jóvenes eclesiásticos o a los seglares que iniciaban su vida literaria (v. gr.: Gabriela Mistral y Ricardo Latcham, entre otros). Publicó periódicamente (1901-1918) su Diccionario de Chilenismos y de otras voces y locuciones viciosas, en 5 vols. editados en Stgo.: I, 1901-1908: II, 1908-1911, III, 1913;  IV, 1913-1916; y V, 1916-1918. Obra trascendente por lo vasta y criteriosa. El autor, en su coloquial estilo no desprovisto de humor, empieza fantaseando en torno a la reacción que provocará su magna producción lexicográfica: “Tal se me antoja que van a decir algunos, entre admirados y desdeñosos, cuando ven el título de la presente obra: ¿Hasta cuándo -proseguirán- se han de aumentar los Diccionarios de Chilenismos? ¿No basta y sobra ya con el de Zorobabel Rodríguez, el de Camilo Ortúzar, el de Echeverría y Reyes, el de Lenz, y de tantos otros, aunque menos extensos, que han salido a luz? ¿A qué tanto purismo en el lenguaje? Lo natural es hablar y escribir como escriben y hablan todos, si es que nos demos de entender unos con otros; estamos en Chile, y a la chilena hemos de hablar, no a la española o castellana”.
            Y prosigue: “Vamos por partes, aventajados discípulos de Sancho. Bien veo que no se han extinguido, ni nunca se extinguirán, los “prevaricadores del buen lenguaje”, como llamó don Quijote al bueno de su escudero; pero armaos de paciencia y con ella despachad este sencillo prólogo, y si os sobran ganas, seguid después con el Diccionario, que de algún provecho os ha de servir su lectura”.
Se advierte aquí la sabiduría pragmática del maestro que, abandonando el tono autoritario de los lexicógrafos de su tiempo, resalta la utilidad didáctica del Diccionario para descubrir voces y significados, y para despejar dudas en los contenidos o en la corrección de las expresiones que desea consultar en él.
Luego, en el mismo estilo familiar, recuerda el origen de su feliz iniciativa: Y es que habiendo caído en sus manos en 1895 “uno de los primeros ejemplares que llegaron a Chile del Diccionario Manual de Locuciones Viciosas del presbítero chileno Don Camilo Ortúzar”, se sintió tentado a comentarlo y ampliarlo de tal manera que “la humilde hiedra había crecido tanto, que ya no era posible arrimarla al olmo en que se había pensado: era forzoso plantarla en el prado sola y dejarla campar por su respeto”. De ahí a utilizar La Revista Católica, “periódico fundado y dirigido por el clero y simpático para todos los católicos” no hubo más que un paso... Y así lo explica nuestro práctico curita: “Con el fin de hacer más amena y variada su lectura y, a la vez, disponer yo de más tiempo para dar redacción al nuevo material que venía acumulando, resolví principiar la publicación en La Revista Católica, haciendo al mismo tiempo tirada aparte de los pliegos para formar obra separada”. Y termina informando: “Tal es, curioso lector, la historia de este trabajo cuyo primer tomo tienes a la vista. Con estos datos y con el tiempo que ha durado la publicación (alrededor de siete años), podrás explicarte por qué la extensión de los artículos ha venido creciendo con el tiempo”. Acaso ya imaginaba que la duración y extensión de toda su labor iría a durar mucho más, pero nunca tanto: ¡18 años! Y descontando los prólogos: [tomo I, 538 pp.; II,438 pp.; III, 621; IV, 595 pp.; y V., 798 pp.; total 2990 pp.]. ¡Casi 3.000 páginas! Algo inaudito en su tiempo para un simple Diccionario de Chilenismos.

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