miércoles, 5 de septiembre de 2012

Pedro Prado, uno de los más grandes poetas y novelistas chilenos. Por. F. Pettorino.


Pedro Prado Calvo [Santiago, 08.10.1886 – Viña del Mar, 31.01.1952]. Habiendo fallecido su madre cuando él solo tenía dos años, su padre prefirió que aprendiera las primeras letras en su propia casa, hasta el término de su infancia. Una vez logrado el designio paterno, inició sus estudios primarios y secundarios en el Instituto Nacional. Pero no conforme con eso, su progenitor, aspirando a una preparación más completa para su hijo, lo hizo estudiar extraordinariamente otras disciplinas; Alemán, Contabilidad, Pintura y Música. En 1904 el joven  se incorporó a la Escuela de Ingeniería de la Universidad de Chile donde alcanzó a cursar solamente dos años. A raíz del fallecimiento de su padre en 1905 e imaginando una carrera más vinculada a las bellas artes, cambió sus estudios por los de Arquitectura, donde alcanzó a cursar tres años, sin lograr el título. Es que su afición por la pintura había renacido recordando las clases extraordinarias que había recibido en su hogar desde su preadolescencia, de modo que decidió estudiar aquel arte con el gran maestro Pedro Lira (V.).
Fue casi al iniciarse el segundo decenio del siglo XX cuando se dispuso a viajar, primero rumbo al norte de Chile y luego al sur de Argentina y Chile, donde a su regreso, en las cercanías de San Fernando, tuvo la oportunidad de conocer a la bella niña Adriana Jaramillo Bruce, hija de un hacendado chileno y de una dama de ascendencia escocesa para  casarse poco tiempo después con ella, el 01.01.1910. Ese mismo año, habiendo sido elegido presidente de la Federación de Estudiantes de Chile (FECh), asistió como delegado al Congreso de Estudiantes en Buenos Aires. Poco tiempo después fue uno de los organizadores del grupo de Los Diez, fundado en 1915, inspirado en las propuestas religioso-políticas de León Tolstoi, que ese grupo de artistas e intelectuales adoptaron, gestándose así uno de los más importantes movimientos intelectuales chilenos del siglo XX (que ciertamente no eran sólo 10, porque tal guarismo corrrespondía a la década de su fundación (1910), aunque no faltan aún quienes aseguran que en un comienzo era los X, esto es, ‘los desconocidos’.).
            Pedro Prado era un varón pacífico y de sobria apariencia, amante por sobre todo de la vida de hogar. Para él lo más importante parecía ser el constante afecto a la familia, empezando por los padres. Hablando de ellos, cuando en 1949, le correspondió el honor de recibir el Premio Nacional de Literatura dijo: “Y como mi padre (además de fuerte) era decidido y valiente, le admiraba aún más, porque el valor engrandece. Y como era activo y laborioso, le seguía sin descanso, porque nada embriaga más a los niños que la labor ajena. Y como era justo y tenía la bondad enérgica y segura, sus caricias adquirían una potencia profunda... Tenía dos años apenas cuando mi madre murió. ¿Cómo podría en verdad recordarla? ¿Y cómo podría en verdad olvidarla”. Dedicó, además, a su mujer y a sus hijos su obra maestra Alsino, editada en 1920, con estas palabras inundadas de ternura: “Adriana: te consagro Alsino; antes no tuve nada digno de ti. Lo dedico también a mi hijo Pedro y a sus siete hermanos menores; y perdona si aun lo ofrezco a esta vieja casa de adobes, a los árboles silenciosos que la circundan y a la torre que se eleva sobre las bodegas abandonadas”.
Su poesía se inicia con Flores de cardo, libro publicado en 1908, donde acaba con el molde de la rima, siendo el iniciador del verso libre en su país. En 1912 introdujo en Chile la prosa poética, con La Casa Abandonada, quebrantando así la inveterada tradición de versificar la poesía, que por siglos había encarcelado a los  poetas en la prisión de los versos.
En 1913 prosiguió con la racha de aquella nueva estructura lírica del “versolibrismo” y publicó El Llamado del Mundo, al que siguió, en 1915, Los diez, el claustro, la barca. Ese mismo año apareció su bello poemario Los Pájaros Errantes, reputada por la crítica como la obra poética “maestra” de Pedro Prado, ya que logra combinar armoniosamente el embellecimiento de la realidad natural (característica de la lírica “parnasiana”), con la sugerencia poética que, mediante un ritmo musicalizado, trasciende la realidad observable, propia del simbolismo, al puro estilo de Rimbaud o de Verlaine.... En vista del éxito alcanzado, Pedro Prado prosiguió con creaciones de gran relieve lírico, Las Copas y Karez y Roshanm (1921), sin contar el poema dramático Andróvar editado en 1925.
Pero Prado era, en verdad, un escritor completo, de variada creatividad. Cultivó también la novela, otorgándole al círculo estrecho del criollismo la radiación imaginativa de ensoñaciones que metafísicamente lo trascienden y, a la vez, lo poetizan elevándolo a profundidades inéditas. La primera manifestación de este nuevo estilo es La Reina de Rapa Nui (1914), donde tras la apariencia de una sencilla historia de amor, lleva al lector de la mano por los exóticos caminos del misterioso mundo folclórico en que se desenvuelve la vida de los isleños de Pascua.
Más tarde, en 1920, aparece la figura mítica electrizante de Alsino, estimada como su máxima creación novelesca (que más que novela es una suerte de poema de evocaciones fantásticas), pues habiendo sido escrita en prosa, se halla cargada de un lenguaje poético y simbólico. Aparece protagonizada por un muchachito campesino cuyo único sueño es llegar a volar algún día, como el Ícaro de la leyenda helénica.. Sus ansias son tan irresistibles que el día menos pensado se sube a un árbol e intrépidamente se lanza al aire. El resultado es esperable. El golpe le desfigura la espalda en forma de una horrible joroba, que le va creciendo paulatinamente, hasta transformársele en un par de potentes alas, a raíz de lo cual Alsino, eufórico, abandona su hogar, e igual que los pájaros, se entrega a la vida silvestre y hasta se siente capaz de entonar trinos similares a los de las aves canoras. Abreviando la historia (que no es para contarla en un trabajo como este), es cazado, golpeado y. después, hasta tiernamente amado por una linda doncella, pero él siente la necesidad de seguir en su desenfrenada aventura, de alzar el vuelo y de volar, volar, cada vez más rápido y más alto, hasta que, como resultado de tan alocada pretensión, sobreviene la inevitable caída, que al rozar a gran velocidad la densidad de la atmósfera, lo transforma en una pira ardiendo que termina reduciéndolo a cenizas... (Sin querer, estimado lector, le he contado el final de la historia, que en el fondo, se podía suponer que iba a ser similar a la de Ícaro... Le pido perdón  por haberme dejado llevar por el entusiasmo del relato).
En 1924 publica Un Juez Rural, verdadera novela de corte costumbrista en la que el autor narra la historia de un arquitecto designado como juez en un pueblecillo rústico. Y, no habiendo sido formado como hombre de derecho, debe aplicar un criterio “sanchopancesco” en sus veredictos, aprovechando así el ambiente elemental de la vida campesina y ejerciendo una justicia sabia y obvia, donde sobre la ley es preciso hacer prevalecer el sentido común, que suele conducir al cumplimiento más certero y humano de lo que podría con toda razón llamarse una justicia ideal.
En 1935 fue galardonado con el Premio Academia de Roma, entregado en persona por la embajada de Italia. Ese mismo año recibió el Premio Municipal de Santiago. Además, en 1949 se le otorgó el Premio Nacional de Literatura, para convertirse al año siguiente en miembro de número de la Academia Chilena de la Lengua, en reemplazo del ex primer mandatario, don Arturo Alessandri, que acababa de morir... Sin embargo, no le fue posible incorporarse, ya que falleció antes de asumir.
            He aquí una reseña cronológica abreviada de sus obras literarias, extraída de Internet, gracias al buscador Google.: "Flores de Cardo" (1908); "La Casa Abandonada" (1912); "El Llamado del Mundo" (1913); “La Reina de Rapa Nui” (1914); “Los Diez, El Claustro, La Barca" (1915); “Los Pájaros Errantes" (1915); “Ensayo sobre Arquitectura y Poesía” (1916); “Las Copas” (1919); “Alsino" (1920); “Karez y Roshan” (en colaboración con Antonio Castro Leal) (1923); “Un Juez Rural” (1924); “Androvar”; (1925); “Camino de las Horas” (1934); “Otoño en las Dunas” (1940);  “Esta Bella Ciudad Envenenada” (1945); “No más que una Rosa” (1946); “Las Estancias del Amor”; (1949); y “Viejos Poemas Inéditos (Antología de homenaje), 1949).

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