jueves, 6 de septiembre de 2012

¿Quién dijo que los mapuches eran personas vengativas? He aquí un ejemplo histórico de todo lo contrario. Por Félix Pettorino.


Francisco Núñez de Pineda y Bascuñán [Chillán Viejo, 1607 – Concepción, 1682]. Soldado chileno de la época de la Conquista que en 1629, durante una incursión para reducir a los mapuches, en la batalla denominada de Las Cangrejeras fue hecho prisionero por un cacique araucano conocido como Maulicán y mantenido como prisionero durante siete meses, al cabo de los cuales fue liberado y nombrado maestre de campo, donde continuó guerreando en forma mucho más exitosa, ya que se desempeñó valerosamente en Conuco, donde triunfaron los españoles, y posteriormente en el rescate de Boroa.
            Las experiencias vividas entre los indios no fueron tan espantables como él esperaba, sino, al revés, pacíficas y hasta dignas de encomio, por lo cual se entregó a escribir en 1673 la tan conocida crónica de experiencias personales titulada El cautiverio feliz y la razón individual de las guerras dilatadas del reino de Chile, que  -junto con los ejemplos de humanidad que destila el relato- genera una de las más emotivas, sinceras y estimables descripciones, no solo relativas al modo de vivir de los mapuches, sino a su comportamiento justo y mesurado, lo cual implica a la vez una valiosa defensa en favor de sus derechos y del respeto debido a su dignidad como personas.
            “Obra singular en nuestas letras” califican Montes y Orlandi (Historia, p. 41)  la vida privada de libertad de este modesto soldado, ya que “se trata de una sencilla narración, anecdótica en gran parte, de las múltiples vicisitudes que  le suceden a un cautivo. Las referencias al medio ambiente son más descripciones literarias que relaciones objetivas de la naturaleza. La capacidad para captar la belleza del lugar está al servicio de la belleza misma, y no, como en las Crónicas, de un objetivo ajeno a la descripción. (...) No nacen, sin embargo, los episodios narrados de la fantasía creadora del autor, sino de lo que realmente debió observar y vivir. En este sentido el libro constituye un documento insustituible para conocer las costumbres de los indígenas (...) Pineda sabe mostrarnos el interior de sus chozas y el interior de su mente. A tal conocimiento llegó, no solo por haber vivido tanto tiempo la vida misma de los (llamados) bárbaros, sino porque tuvo hacia ellos un verdadero cariño y, así, pudo comunicarse anímicamente con los que durante un tiempo fueron sus enemigos”.
            Y hay, por último, otro detalle  humano que retrata a nuestro héroe “de cuerpo entero”, como pudiéramos llamarlo. Es lo que apuntan los profesores recién citados en la página 40, en lo que se refiere al desenlace de esta historia: “Al fin, el autor (del Cautiverio Feliz) fue rescatado por los españoles a cambio de varios caciques que también habían perdido la libertad. Sabemos que más adelante, Pineda y Bascuñán se casó, tuvo varios hijos, volvió a servir en el ejército y desempeñó algunos cargos administrativos de importancia. Pero nunca tuvo buena situación económica. Por el contrario, a pesar de sus dilatados servicios, pasó épocas en que apenas tenía como vivir. Los bienes heredados de su padre en Chillán se perdieron por las incursiones indígenas y su propietario no alcanzó oportuno auxilio de la Corona”.

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