lunes, 17 de septiembre de 2012

Alberto Blest Gana, el primer gran novelista chileno. Por Félix Pettorino..


Alberto Blest Gana [Santiago, 04.05.1830 – París, 09.11.1920]. De familia acomodada, poco se sabe de este gran novelista a causa de que la mayor parte de su vida estuvo fuera de Chile, Además, poco antes de morir, dado su carácter reservado, quemó toda su documentación privada. Ingresó a la Academia Militar, suponemos que después de haber hecho su educación de primer y segundo grado. Más tarde viajó a Francia, donde profundizó sus conocimientos de Ingeniería militar. A su regreso a mediados del siglo, fue llamado por la Academia ya citada para ejercer la cátedra de Topografía, y tuvo la oportunidad en 1852 de levantar con la ayuda de sus alumnos, el plano de la ciudad de Santiago. En 1866, durante la presidencia de Pérez, fue designado ministro embajador de Chile en Estados Unidos; luego, en 1868, en Londres; y en 1869, en París. Con notable visión de futuro y apoyado por los respectivos gobiernos, utilizó estas misiones diplomáticas para adquirir armamento para su país en las vísperas del conflicto armado con Perú y Bolivia, que se iniciaría en 1879.
            Alberto Blest Gana fue, en realidad, el fundador de la novela en Chile. Empezó con una suerte de trabajos preparatorios, meros sondeos, a través de obras costumbristas teñidas de cierto romanticismo, como Una escena social (1853), Engaños y desengaños (1855), El primer amor (1858) y La aritmética en el amor (1858), para proseguir con relatos más maduros, muy bien estudiados y bastante complejos, con cierto trasfondo costumbrista de carácter histórico, donde se vislumbra de algún modo el macizo influjo del realismo de Balzac. Dichos relatos son sus verdaderas obras maestras, como Martín Rivas (1862); El ideal de un calavera (1863), Durante la Reconquista (1879), Los trasplantados (1904), apodo que -junto con el aún más despectivo de rastacueros, se daba a aquella gente de clase media que, gracias a su talento y al dinero ganado con él, podían llegar a emerger  en medio de la flor y nata de una élite aristocrática, tanto en el propio país como en el extranjero, en especial, Europa. Más tarde aparecen El loco estero (1909) y Gladys Fairfield (1912). Buena parte de estas obras fueron escritas en París, donde finalmente falleció, siendo ya casi  un nonagenario.

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