lunes, 17 de septiembre de 2012

Toma del Morro de Arica, hazaña sin precedentes históricos. Por Félix Pettorino.


Morro de Arica, cascote
de roca cordillerana
a los pies del horizonte,
escenario de la hazaña
de gallardos batallones,
tu piel ya sorbió la sangre
de atacantes y defensores
que murieron combatiendo
al pie de sus pabellones.

Y el tiempo se llevó la huella
de aquellos heroicos hombres
que trepando por tus flancos
encontraron los honores
de la victoria o la muerte
en sus macizos bastiones.

La Historia nos trae el recuerdo
y evoca tu heroico nombre.

Cuatro mil son los soldados
que lucen los tricolores
del General Baquedano.
Vienen prestos a atacar
¡y sólo hay dos mil peruanos!
A Salvo a parlamentar
lo comisiona en el acto,
que no es bueno derramar
inútil sangre de hermanos.
La nota de Bolognesi
tarda muy poco en llegar:
“-¡Hasta el último cartucho
los aliados lucharán!”

¡Cuán soberbia es la misiva,
del jefe de los peruanos!
Un nuevo emisario envía
el General Baquedano.
Es Elmore, de ingeniería,
buen rastreador de explosivos,
ha descubierto las minas
que protegen el baluarte
por doquier, bien escondidas,
para matar a mansalva
a quien arriesgue su vida
reptando por las escarpas.

Insiste con hidalguía
ante el comando adversario:
“-¡Ríndase, Su Señoría,
por el bien de los peruanos,
que no basta dinamita
para atajar a mis bravos!”

El altivo Bolognesi
no se arredra en su porfía:
“-¡Hasta el último cartucho
luchará mi artillería!”

Baquedano al fin comprende
lo inútil de sus misivas:
“-¡Que se apresten los infantes
y se armen las baterías,
las tropas, ¡en parapeto!”
Nombra a Lagos como guía
y a tres mil metros se ponen
en línea de infantería.

El Morro está bien guardado
con cañones en los fuertes
y los accesos minados:
¡más que osados, son suicidas
los que intenten remontarlo!

Muy pronto la Covadonga,
al recibir los disparos
que vienen desde la cumbre
debe ponerse a resguardo
se repliega mar adentro
y la vanguardia de bravos
aguarda ansiosa la orden
para iniciar el asalto.

Lagos proyecta un avance
que confunde a Bolognesi:
del sur, las tropas de Ugarte
son trasladadas al frente
y una larga brecha se abre
en dirección a la cima
del peñón inexpugnable.

Lagos ordena otro ataque,
el 2 de Línea y el Lautaro
a fuertes del norte parten,
el 4 de Línea al este
y al corazón del combate,
quien pruebe tener más suerte:
con una moneda al aire
el Buin pasa a la reserva
y el 3 se pone adelante...
¡Qué triste se queda el Buin
por haber perdido el lance!
Sólo les resta suplir
si el 3 cae en el avance.

Rasga el alba de la gloria
el sol de un 7 de junio.
En Lomas de Condorillo,
mil quinientos metros justos
del bastión de Bolognesi
cuatro mil chilenos juntos
avanzan en gran silencio
para ubicarse en los puntos
asignados por los jefes.
El afán es sólo uno:
escalar por las laderas
en unos cuantos minutos
y enarbolar labandera
¡arriba, en el morro abrupto!

Con corvos y bayonetas
los del 3 de Línea rompen
los gruesos sacos de arena
que apilados en gran ruma
defienden la ciudadela
y trepan como felinos
hacia la gran fortaleza.

Ya la van a conquistar...,
¡cuando un estruendo se siente!
Es Arias, quien ha mandado
hacer explotar el fuerte
sin importar si un peruano
en el reventón se muere:
cabezas, brazos y piernas
de soldados de ambos frentes
por todos los aires vuelan,
los defensores perecen
deshechos entre las piedras...
No quedan sobrevivientes,
¡ni los rayos del sol quedan!

El Fuerte Este rompe el fuego
haciéndole muchas bajas
al Cuarto Escuadrón chileno;
mas los rotos son muy bravos
y asaltan al descubierto
con bayoneta calada
y corvo en el cuerpo a cuerpo.

La lucha es desenfrenada,
un jefe peruano es muerto
y huyen a la desbandada
sus tropas, dejando el puesto
a merced del atacante,
quien no cae herido, es preso.

Bolognesi ilusionado
aún no entiende su error.
La hueste de Ugarte asoma
con la enseña bicolor
y se enfrenta con Barbosa
que en el flanco norte ataca.
No pueden con tanta tropa,
son partidos por mitad,
¡muchos caen en las fosas
batidos por la metralla,
otros saltan como rocas
despedidos por los aires
al pisar minas traidoras
que ellos mismos instalaron!

El bastión se desmorona,
casi no queda esperanza.
Sólo en la cumbre, la zona
blindada de Cerro Gordo,
con Bolognesi en persona,
Moore, Ugarte y Sáenz Peña,
no creen en la derrota.

Los chilenos que se acercan
vuelan mezclados con losas
que se deprenden del fuerte
cuando las bombas explotan.
Ahí cae San Martín,
el capitán de la tropa,
los soldados sin comando
son muertos a quemarropa,
el furor los enceguece
y un solo grito en las bocas
se oye: -”-¡Al Morro, muchachos!”

La turba se precipita
rumbo al último reducto
saltando o pisando minas.
Nadie obedece las voces
de mando que se les grita
por moderar el ataque
y un torrente de suicidas,
de aullidos y mandobles
trepan con furia la cima
y arrasan con las defensas
que los peruanos tenían
como torreón invencible.
Los que no rinden la vida
deben lanzarse al vacío
con fe y vida perdidas.

Entre el fragor del combate
una bandera se iza:
¡es el emblema de Chile
clavado en Morro de Arica!
Sus tres colores retozan
jugueteando con la brisa.

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