sábado, 7 de enero de 2012

Oda a la mujer [De Félix Pettorino]


         Ese Sabio Filántropo que un día te inventó
para el eterno deleite de todo lo que existe,
gracias a Él pudimos borrar nuestros quistes
con el sello exquisito de vivir por amor,
tanto, oh doncella,  el varón que te hizo madre
como el hijo que en la cumbre del dolor tuviste.
La dulce mirada de ese amor constante
     supo borrar de un golpe tus momentos tristes.
Por eso aún evocas, con unción radiante
el goce fugaz, soberbio y chispeante
que al fecundarlo con pasión viviste.

Y tu descendencia inagotable
ya fue multiplicada por mil fecundas vidas
que, acaso sin imaginarlo,
afrontaron senderos en oleadas sucesivas
surcando los aventurados laberintos
donde pudieron deleitarse
con la imagen de tu diario sacrificio.

Y nunca podrán olvidarte,
ya que el amor en el corazón del hombre
y en el alma de los hijos
por siempre se instaló contigo
irradiando su luz
hacia todas las praderas
    de este planeta de grava y azul,
desgajándose en gránulos de arena
a medida que el amor entre dos
ha ido trocándose en copioso alud.

También, mujer, te aman los espacios celestiales,
la luna, las estrellas, el sol,
los océanos
 y la ensenada de las aguas,
oscilando soñadoras  y expectantes,
parpadeando en silencio
ante el manantial inagotable
de infinitas criaturas alumbradas
en tu matriarcado inacabable.

Te arrullan en cuanto entras en su seno,
te cubren y humedecen
con el fresco bálsamo
de sus ondas mecedoras,
te envuelven con caricias y besos de gigante,
lamen tus labios como mascotas favoritas
y te depositan suavemente
en las orillas;
al despedirse
con el apasionado aletazo de la espuma.

Te ofrendan enjambres de flores.
teñidas con polícroma ternura
llegan hasta ti,
hermanadas una a una,
en perfumados ramilletes
 palpitantes de un místico delirio,
acarician tu rostro
e inundan con aromas de alba miel tus senos
mientras seductoramente,
     unas suaves manos traviesas,
te dispersan los inciensos
del amor encarnado.
Es el alma secreta de un ser galante
invitando al anhelado embeleso
con que tu beldad hechiza al amante,
dando sazón a los besos,
a las caricias incesantes
y  al divino sabor
de un sinfín de apasionados versos.

Reclaman tu codiciado corazón
criaturas de todos los contornos,
atraídas por tus efluvios de amor.

Son aquellas aves que vuelan en torno
al claro regalo del sol:
faisanes, ruiseñores, torcazas, picaflores,
el ligero revoloteo
de avispas, mariposas
y seres entrañables que demandan tus mimos
ardillas, corceles, canes, gacelas, osos
 y mininos.

Cáliz de ambrosías, atraes el néctar de los dioses
que con pasión tu paladar endulzan
tus labios son imanes de besos sin adioses
y los frescos y tenaces zarpazos del viento
 con ansiedad te acosan y rebuscan. 
Llevas del amante el eólico aliento
a donde quiera que vayas.
El muy atrevido
                hasta suele, sin temor al bochorno,
alzar tus faldas volanderas
para que por un segundo
el contorno
seductor de tus piernas
maraville al mundo
encendiendo un sinfín de radiantes primaveras.

                       Una y otra vez
       el brioso soplo de Eolo te  persigue
                    con denodado afán,
de puro juguetón o por tus gracias seducido,
emprende sus carreras de ciclópeo titán
acaso con el fin de bailar un vals contigo,
palpa tus sedosos cabellos al aire
soñando despeinarte hasta convertirte
en la Diosa de los Vendavales
por copiosas praderas, albas playas,
mar airoso, montañas nevadas
frondosas llanuras y desgreñados trigales.

Quisiera a toda hora poder encarnarme
en ese loco y enamorado
ventarrón galopando para ti
       y con la nobleza de un príncipe encantado
seguir, seguir soñando
que a ratos eres rosa, valkiria, sirena
 o la misma bella Helena,
para luego por siglos quererte,
mujer, madre y reina,
más allá de la muerte.

Félix Pettorino

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