miércoles, 25 de enero de 2012

La dulce muerte de mi madre. [+ 28.11.2006]


(De Amy, la menor de sus hijas))

La muerte…, esa palabra tan lejana en la niñez y que se va acercando lentamente, pero a pasos agigantados, hasta llevarse un poquito de tu vida o toda ella. Nunca se está preparado realmente, pero aparece inexorablemente, sin que la llamen, sin ni siquiera pensarla. Siempre está vigilante, se asoma sigilosa en el momento menos pensado y en aquellos más inesperados. Cuando llega la ocasión, se desplaza suavemente, como una ligera bruma que va envolviendo todo, dejando solo su fría y triste estela.
Hace un tiempo pensé que era mi turno, la sentí tan cerca, soplándome en la nuca, llamándome con  insistencia. Pero aún no era mi momento, logré que pasara de largo sin tocarme y pensé que no la vería por un largo tiempo…Pero, ahí estaba yo, nuevamente frente a ella.
Mi papá nos había llamado a todos, presintiendo el final. Las horas se me hicieron interminables mientras manejaba desde Santiago a Viña, sólo con lo puesto, como una autómata, preguntándome tantas cosas, rogando a Dios que me permitiera estar contigo en estos momentos, que me permitiera cerrar tus ojos por última vez. No supe cómo llegué, estaba muy nerviosa, traté de disimular cuando te abracé, te miré detenidamente, como queriendo retener hasta tu más ínfimo suspiro y, sin embargo, teniendo la certeza más absoluta que a cada momento se te iba un poquito de vida… ¿Cómo retenerte? ¿Cómo volver el tiempo hacia atrás?...Tomaba tu mano y sentía tu gran apego a la vida, tu lucha por permanecer en este mundo, querías permanecer sólo por amor... Amor profundo e inagotable por nosotros, tus hijos, y por tu amado esposo, compañero de tantos momentos maravillosos...
Te hablé de mil cosas, disimulando mi angustia de siquiera pensar en no tenerte nunca más. Estreché tu mano y sentí que nos quedaba poco tiempo para disfrutar juntas…¿Por qué no habré estado más momentos contigo?, ¿Por qué no supe que, aún amándote tanto, no hice lo suficiente?.
Fuimos a la Clínica, te acompañé en la ambulancia, sentías que te faltaba el aire, yo trataba de ayudarte, retaba a todos los que no entendían tu dolor y desesperación…Mientras estábamos en ese lugar me di cuenta que cada vez te iba quedando menos tiempo…Mi papá tomó la valiente decisión de llevarte a casa nuevamente, tal como tú lo hubieras querido.
Llevamos una enfermera para cuidarte; sin embargo, igual nos quedamos, junto a mi papá, Nechia y yo para acompañarte, vigilábamos cada movimiento, cada suspiro…Tenía terror que en algún momento te fueras, me consolaba el sentir tu respiración, aunque ésta se fuera haciendo cada vez más dificultosa y desesperada…En un momento comenzaron tus quejidos, ya no podías más…Pensaba que ya no quería verte así…Mamá, no sigas luchando, estás demasiado cansada, ya es suficiente…camina hacia Dios con tu fe impenetrable, siempre intacta, cuídanos desde allá. Anda tranquila y en paz, te amamos y eso no cambiará jamás, la maldita muerte jamás nos podrá quitar eso.
Tomé tu mano, pero poco a poco se fue haciendo cada vez más fría, primero tus dedos y luego toda la palma…una leve tela comenzó a cubrir tus ojos…¿Era el reflejo de la muerte?¿La estabas mirando ya, mamá? No, no tengas miedo, estaremos acá hasta tu partida, hasta tu último suspiro, no te dejaremos sola.
Con mi hermana comenzamos a rezar, a cantar, a abrazarte, a decirte que tu tarea estaba más que cumplida, que lo hiciste maravillosamente, que eras la mejor mamá del mundo, que podías irte tranquila, que estaríamos bien sin ti…aunque fuera la última mentira piadosa que escucharas.
Comenzaste a despedirte sólo con tu mirada, cada vez más perdida y extasiada. Fue un momento triste y maravilloso…Parecía que mirabas parajes hermosos, llenos de paz. Tu olor, ese olor a seguridad y consuelo, comenzó a estar por toda la habitación, estaba todo el lugar lleno de ti, tu aroma nos envolvía como un gran abrazo que deseaba abarcar todo lo querido, todo lo amado... Mamá, ya no siento el calor de tu mano, tus ojos comienzan a estar fijos al cielo ¿Te encontraste con tu Dios, tu compañía de toda tu vida? Anda, mamá, ve en paz, estaremos bien, siempre permanecerás muy dentro de nosotros. Cerré tus ojos y besé tu frente…Gracias Dios por permitírmelo…
Tu partida fue hermosa, colmada de besos, de caricias, de tiernas y dulces palabras, de profundos abrazos, como queriendo aprovechar hasta el último sitio cálido de tu cuerpo. Te amo, mamá ¿cuántas veces te lo dije?, quizás deberían haber sido más, nunca es suficiente… En estos momentos todo es poco, tan poco, frente al profundo y amargo espacio que dejaste en mi corazón.
Quiero estar sola, hundirme en mi pena profunda y hurgar en mis recuerdos, sacarte de mi corazón y mirarte nuevamente y mil veces más….Pero la enfermera me dice que debemos prepararte….¿Qué? ¿De qué me habla? ¿Qué debo hacer? No, no sé, nunca debí preparar a nadie para su despedida terrenal…¡Qué duros momentos aquellos! Es ahí cuando te enfrentas cara a cara con la muerte, la miras a los ojos, la hueles, la encaras, la miras valiente a los ojos, pero pese a los esfuerzos, te congela por dentro…Sólo puedes actuar por amor…amor a ese cuerpecito de anciana que alojó por tanto tiempo a ese ser tan maravilloso y amado que eras tú... Mientras te preparaba, te besaba, te acariciaba, aún mantenías tu calor, aunque fue desapareciendo poco a poco, como si te fueras apagando... Lloré y lloré sin consuelo, pensando en qué momento sucedió todo esto, en qué momento te fuiste sabiendo que me habías prometido de niña no abandonarme jamás…¿Por qué se hacen promesas sin sentido? No quiero pensar siquiera que no estás…No quiero pensar….Sin embargo, comienzo a sentir tu ausencia…¿Cómo describirla? Es un dolor profundo, una clavada fuerte en el pecho que te perfora y te deja sin aliento, puedes sentir el aire que traspasa tu cuerpo, no eres nada, sólo tienes una pena sin fondo, una pérdida desgarradora que te deja indefensa…te sientes huérfana, vuelves a ser niña, insegura y débil.
Mamá, por favor, desesperadamente quiero sentir por última vez tus abrazos, tus besos, tu alegría, escuchar tus palabras, tu risa, sentir que “vuelvo al útero”, como te decía que era estar junto a ti, junto a tu cálida seguridad …¿Cómo podré seguir viviendo sin todo eso?. ¿Cómo podré….?
¿Por qué la vida sigue, como si nada hubiera pasado? ¿Nadie se da cuenta de tu ausencia? ¿Acaso este maldito mundo no puede parar tan sólo un momento? ¿No se dan cuenta que para mí todo ha cambiado? No puede ser lo mismo…más aún cuando veo el rostro triste y desconsolado de todos los que te amamos. Al menos mi vida ya no será la misma ¿Qué haré con esta pena infinita?... Mamá, sólo espero poder morir así, junto a los que me aman, llena de paz y ternura. Nos dejaste un gran legado de amor y dedicación. Dichoso será el día en que nuestras almas se encuentren y se estrechen nuevamente en un eterno y gran abrazo y en que pueda decir como tú: “vida nada me debes, vida estamos en paz”.  Te amo hasta el cielo, mamá…Hasta que el destino nos junte…


                                                AMY, tu hija inconsolable.

No hay comentarios:

Publicar un comentario