lunes, 16 de enero de 2012

El seguro de vida [De Félix Pettorino]

        Eran las 12 menos 7 cuando un hombre, entre calvo y canoso, corpulento, aunque algo cargado de espaldas, fue literalmente vomitado entre los batientes de la gran puerta de cristales esmerilados que daban acceso a la antesala del Agente. Enjugándose la frente con un trapo de seda negro, se abalanzó sobre la mesita que le salió al paso y, sin más preámbulos, solicitó a la secretaria una audiencia urgente con su superior.

        La mujer miró la hora mecánicamente.

        No sé si podrá recibirlo tan pronto, señooor ... ¿Cómo lo anuncio?
        -Dynas. ¡John Dynas!

        Vino luego un nervioso intercambio de voces metálicas ininteligibles, a las que siguió un expectante silencio.

-        Tendrá que esperar un momento, Míster Dimas.

-        ¡ Señooor D - a - i - n - a - s...!, si no es molestia.

-        Como usted diga. ¡Tome asiento, por favor!

        - La música ambiental camuflaba hipócritamente el paso del tiempo. El recién llegado alcanzó a alternar una que otra ojeada a su reloj digital con una fugaz inspección del recinto, en el que, aparte de un gigantesco óleo con las Cuatro Postrimerías, no había nada digno de notarse.
        Iba a detener la vista para deletrear la leyenda que había escrita en apretados caracteres góticos sobre la gran hoja relumbrante de una guadaña, cuando un timbrazo, como aleteo de moscardón, proclamó el acceso al privado del Agente.

        Ahora puede usted pasar, señor D-i-m-a-s,- canturreó la niña desde su rincón con un tonillo entre alegre y jocoso.

        El hombre, enfundado en un grueso sobretodo de piel de camello, se levantó pesadamente, haciendo caso omiso a la nueva deformación de su apellido. Al abandonar el sillón, dejó entrever cierto abultamiento bajo las anchas solapas. Pero desapareció casi instantáneamente, tragado por la puerta automática del estudio.

        Con paso resuelto, se dirigió a una especie de testera moldeada en ébano, tras la cual se asomaba apenas la reluciente calva del ejecutivo. Acto seguido, con estudiada solemnidad, echó mano al pecho, desde donde extrajo un bulto gris brillante de forma rectangular que posó cuidadosamente sobre el mesón.

-        Aquí están t-o-d-o-s los documentos - musitó con gravedad, subrayando el adjetivo, a la vez que se arrellanaba en el sillón giratorio dispuesto para los clientes.
-         
        El Agente, un varón de unos cincuenta años, barbado y de aspecto distinguido, aproximó la mano derecha cabalgada de vellos sobre un punto impreciso en la cubierta de la testera. Al aleteo del moscardón, un hombrecillo en traje talar ingresó al recinto por una de las puertas laterales.

-        ¡Al archivo! - ordenó con voz bronca el Agente y el legajo partió con rumbo desconocido entre las manos temblorosas del ujier.

        - Queremos saber ciertas cosas de usted - advirtió con no disimulada severidad el Agente, mientras se repantigaba a sus anchas en su sitial de terciopelo rojo.

        - Veo que se han lle..., que se han lle...vado mi ducu ... este ... mis documentos - se atrevió a protestar el visitante.

        - ¡Ah, eso era! Recuerde, señor Dynas, que esta es una institución de per - so - nas - subrayó con energía la voz de la testera. - No lo olvide. Valoramos por cierto su aplicación, pero -como es obvio- le otorgamos mayor crédito a los testimonios orales que nos proporcionan nuestros postulantes.

        -¿ Me los devolverá? ...Por favor, seeñor ..., ¡regrésemelos!

        - En cuanto sean incorporados mediante escáner a nuestro computador, no le quepa a usted la menor duda. Ahora háblenos usted con toda clase de pormenores acerca de lo concerniente a su seguro de vida.

        - No veo con qué fin se me pide eso ...

        - Es que sabemos por experiencia que los documentos son documentos y no lo dicen todo. Así es que, prepárese y ... ¡anímese! Cualquiera cosa que nos revele puede resultar decisiva para su seguro de vida...

        - ¿Cómo dice? Lo que requiero de este Consorcio consta en mi solicitud escrita y en los instrumentos adjuntos, señor Agente. Lo demás evidentemente sobra.

-        Esa es  sólo su opinión, señor Dynas.
-         
-        ¿Cómo? ¿Y para qué demonios se me exige tanto papeleo, vamos a ver?
-         
        - No tiene por qué alterarse por ese detalle, señor Dynas. Proceda, por favor, a exponernos, sin nin-gún te-mor, todo cuanto usted crea honestamente que es preciso que se conozca por esta Agencia. Y por si desconfiara, tenga en cuenta que se halla usted protegido por nuestro secreto confesional.

        - La verdad es que no entiendo una palabra. Todo esto es excesivo y absolutamente fuera de lugar...

        - Bien, señor John Dynas. Si Ud. no se resuelve a declarar espontáneamente, me veré obligado a interrogarlo
punto por punto. Será desagradable y fatigoso...

        El visitante palideció.

        - ¿Punto por punto? ¡Qué barbaridad! ¡Y yo sólo estoy pidiendo un simple mejoramiento en mi seguro de vida!
        - De eso se trata justamente, señor. De su se-gu-ri-dad fu-tu-ra, algo nada carente de importancia, ¿no le parece?

        - Lo que sí estoy  entendiendo es que en esta Empresa impera el burocratismo más abusivo. Y no alcanzo a comprender qué demonios se puede perseguir con esta odiosa inquisitoria.

        - No mire en menos este trámite - interrumpió el Agente casi con dulzura. - Tenga presente que, dada la especial naturaleza de este negocio, es su vida futura la que aquí viene a estar en juego...

        - Mire, señor: ¡le notifico que no estoy para bromas de mal gusto ni para perder mi tiempo en adivinanzas! - vociferó el cliente cascando con sus nudillos la testera. Dicho lo cual, se levantó y giró en redondo rumbo a la puerta de salida.

        -¡Aguarde usted! - lo atajó la voz del Agente con firmeza. Dadas las “especiales” condiciones en que se ha desenvuelto su vida, su solicitud exige un estudio bastante más profundo que el del resto de los solicitantes ...

-        Ahora veo ... - retrucó el aludido parándose en seco.
-         
-        - Se trata de un problema de confianza.

-        Y de seguridad para usted, señor Dynas.

        - ¡Soy uno de los clientes más antiguos en esta Compañía! Debieran saber que estoy dispuesto a pagar hasta el último centavo. Además, esos papeles que usted con tanta premura mandó archivar avalan con creces mi solvencia ...

        Lo siento muchísimo, amigo mío, pero las reglas son las reglas. Y antes de castigar a un interesado con un oneroso gravamen, debemos medir todos los riesgos que ha corrido y que deberá correr...

        - Los castigos, eso lo comprendo ...; pero, ¿los riesgos? ¿Cuáles son ellos, se puede saber?

         - No tal vez los que usted piensa. Pero se nos ha informado que su pasado reciente ha sido algo “tormentoso”, por decir lo menos.

        - ¿“Tormentoso? ¿En qué sentido se puede saber?

        - ¡Amigo Dynas! Usted, mejor que nadie, sabe que acaba de ser afectado por un cambio político que ha experimentado su país ...

        - No he perdido mi puesto ni mi grado militar, si es que usted quiere referirse a eso. Y me siento más entero y más seguro que nunca. El único punto conflictivo es la inseguridad económica que ha traído consigo este régimen que osan llamar democrático... Y esa, y no otra, es la razón de mi solicitud de ...

        - No nos vayamos por la tangente, estimado señor. Sabemos que usted actuó como agente ..., digamos de seguridad durante el gobierno anterior. Y lo que el Consejo Superior ha estado considerando es que existen motivos de sobra para que más de algún ente diabólico, de esos que andan muy sueltos por ahí, esté maquinando para atentar una y otra vez contra su integridad física. No pretenda fingir que no se lo imagina. El riesgo es cosa que se ve venir de modo inminente, aun en el caso de que Ud. adoptara ciertas precauciones que le pudieran parecer eficaces ...

        - La vida de un oficial de inteligencia está siempre expuesta al peligro. Más que amedrentado, me siento orgulloso de que sea sí.

        - ¡Pero, señor Dynas! Ese sentimiento suyo no impide que la probabilidad de un grave siniestro exista. Y no hay razón alguna para que usted nos haya estado ocultando durante tanto tiempo esa oscura realidad.

        - Ya está. Lo concedo: esos hipotéticos peligros son algunas de las motivaciones de mi solicitud. Pero le reitero por enésima vez: la más importante, si no la única, es la perspectiva de las deficientes condiciones de tipo macro que se nos vienen encima... ¡Hasta cuándo, señor!

        - Parece que usted no entiende bien cuál es su real situación cuando nos habla de hipotéticos peligros con tanta liviandad.

        - ¿Qué me dice usted...?

        - Hay numerosos elementos negativos incorporados de modo fidedigno en nuestros registros. Usted debe recapacitar y reconocer la verdad antes de que sea demasiado tarde.

        El visitante sonrió con una mueca entre desconfiada y maliciosa. Era evidente que no se había dejado impresionar.

        - No creo, señor, que sea para tanto. Debe saber usted que ya estoy más que habituado a advertencias como la suya. La agradezco, desde luego, y ...

        - Pero su caso es considerablemente más grave de lo que usted imagina, mi estimado señor.

        - Si así la Compañía lo considera, lo acepto. ¿Y todo se resolvería con un recargo adicional de la prima del seguro, no es así? Eso es lo que debiéramos estar discutiendo desde hace un buen rato ...

        La calva del Agente se alzó surcada de arrugas sobre la testera. Luego se inclinó hacia adelante procurando aproximarse al proponente. La voz le salió como un susurro apenas audible:

        - Usted no entiende nada, mi señor. Sepa que en el archivo de nuestro ordenador existen pruebas suficientes para condenarlo a usted en el acto, si esta Compañía Aseguradora pasara a ser una Corte Internacional de Crímenes contra la Humanidad... ¡Confiese! Hágase la idea de que este podría ser un Tribunal Altísimo que, dada su situación, se permite revisar la totalidad de sus antecedentes personales... ¿Qué diría Ud. en ese caso?
        - ¡Hasta cuándo me toma usted el pelo! - chilló demudado y furioso el visitante.- ¡No tiene usted ningún derecho de ...!

- ¿Quiere que le lea? - lo interrumpió, ya colmado, el Agente.

        El hombre miró con recelo hacia la puerta. Le castañeteaban los dientes.

- A ver ..., ¡hágalo!, ¡hágalo! Y, por favor, ¡no me grite!

- Bien. Usted lo ha querido: 17 de octubre de 1973: comisionado oficial en el estadio para someter a ejecución sumaria a ...

- ¡No siga! - vociferó con vehemencia el hombre.-¡Ya adivino lo que debe tener anotado en ese computador del dmonio!

- ¿Reconoce entonces usted que se trata de un gran Coliseo Deportivo rebajado a la triste condición de Centro de Detención y Tortura Masiva de Seres Humanos?

- ¡Basta ya de injurias, desgraciado ...!

        Dynas, fuera de sí, trepó atolondradamente hasta montarse sobre la testera, en demanda del rostro del impertérrito Acusador.

        El Agente esquivó el zarpazo con un suave empujón que retornó al agresor como un guiñapo a su asiento.

        - Sería útil para usted tener la amabilidad de escuchar el cúmulo de pruebas acusatorias que hay registradas aquí, en la Hoja de Vida que ha llevado por años nuestra Institución. Tome en cuenta la paciente resignación de los prisioneros en el estadio...

        - No va a ser necesario, téngalo por seguro. Ya me estoy percatando de la clase de persona que es usted. Y me niego rotundamente a que, por un simple trámite burocrático, se mancille mi honor de soldado de la Patria...

        - Es que aquí no hay Patria ni soldado que valga, señor Dynas. Se le está juzgando a usted como criatura humana que es, y no como soldado.

        - Pues, ¡quédese usted con sus ideas foráneas y con todos sus absurdos antecedentes! No habrá ningún trato, desde luego.

-        Si es eso lo que usted quiere ...

        - ¡Es una desvergüenza! Y las cosas no quedarán así: En el Libro de Reclamos dejaré constancia de mi más enérgica protesta en contra de esta Agencia.

        - ¿Y bien, señor Dynas?

        - ¡Me retiro!

        El Agente lo detuvo con suavidad.

        - Es que usted no puede hacer eso ahora, señor Dynas...

        - ¿Y por qué no, si se puede saber?

        - Muy sencillo: porque usted nunca más podrá salirse de este tormentoso asunto suyo.

        - ¿Cómo es eso?

        - ¿No sabe usted que está en el Infierno desde las 12 menos 7?

No hay comentarios:

Publicar un comentario