sábado, 14 de enero de 2012

A mi madre [De Inés Hernández a su amada Carmela]

Amada madre mía,
sé que estás en el cielo,
porque te vi serena
junto a flores y plantas
en la orilla encantada
de lagos celestiales.

¡Dios mío!, ¡qué alegría
porque por fin descansas
de los duros afanes
de tu vida terrena!
Nunca un breve remanso
en tu bregar eterno
por el pan de tus hijos,
sí, dolores y engaños,
sobresaltos y penas,
casi nunca alegrías,
casi siempre pesares.
Nunca pude entregarte
mi ternura escondida,
nunca supe decirte
cuánto, cuánto te quería.
Sufrí mucho por eso
cuando te fuiste callada;
pero ahora que Dios
escuchó mi plegaria,
sé que estás junto a Él,
como siempre devota,
velando por los tuyos,
desde la eternidad.

¡Qué pocos recuerdos
me quedan de ti, tan pocos!
Para probar que exististe:
unas fotos desteñidas,
unos cuadros antiguos
trazados por tus manos.
Nada de tus bellas cartas
desbaratadas por el tiempo.

¡Oh, Dios mío!
¿Por qué no supe
lo mucho que te amaba?
Y aún, a veces,
entendiéndolo,
¿no te lo dije?

(De Nechia , esposa de Félix Pettorino)

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