sábado, 28 de enero de 2012

Amores de estudiantes, flores de una vida son.

Nuestro amor de estudiantes.
(1945-2006)
I

Declaración de amor.

Fecha primitiva de redacción: Stgo., 03.11.45.
Fecha de entrega: 05.11.45.
Fecha del sí: 07.11.45.

A Inés:

                   Eres pura y frágil, como una virgen gótica, como una flor prematuramente pálida.
         Tus pétalos, tus suaves manos, me rozan al pasar y tu sombra blanca vierte sobre mi alma una tranquilidad perfumada y una dulzura desconocida.
                   Te deshojas mansamente. Tus palabras se deslizan cristalinas en mis oídos, en mi corazón y en todo mi ser. Y cada una de sus notas radiantes es para mí como un arrullo o un ensueño. Una lluviecita tenue que besa desde lejos mi frente y mis labios.
                   Algunas veces, cuando estoy triste, me detengo a mirar tus cabellos, siempre tan negros, sedosos y brillantes. Ese místico velo de azabache que ciñe tu rostro en un recogimiento casi religioso, en una mansedumbre que parece monacal. El viento de la tarde juega una y otra vez con él, indiferente a tu ausencia insondable y a mi obstinada melancolía.
                   Un rudo estremecimiento recorre mi cuerpo cuando creo adivinar que tus ojos negros me están mirando (así me lo parecen, aunque sé que tienen unos límpidos visos verdosos).
                   Es que me veo tan imperfecto y vulnerable ante la tersura diamantina de tu alma. De tu alma pura como el cielo más puro, frágil, como tu cuerpo frágil.
                   Quisiera poder alcanzarla entre la densa bruma de mis pensamientos  amargos.
                   Quisiera poder respirar el vaho de azahares que se oculta bajo el rosa de tus labios florecidos. Beber tu ternura.
                   ¿Por qué sólo el aire que besa el rocío del alba tiene ese privilegio?
                   ¿Por qué las brisas del atardecer pueden mecer a su gusto tus sedosos cabellos?
                   ¿Por qué el ventarrón del crepúsculo puede besar impunemente tus labios con la humedad de sus dedos?
                   ¿Por qué el céfiro de la noche puede palpar tu sombra y estrecharte con su suavidad de fantasías?
                   La voz se me ahoga en la garganta. Tú perteneces a Dios, a las manos de Dios, a las cosas de Dios. Él te ama, te desea y te tiene.
                   ¿Y cómo podría yo merecer  amarte? ¿Cómo podrían mis pobres brazos arrullar tus silencios, peinar esas hebras de negra seda, rodear tu sombra blanca y abrazarte, si fuese posible, hasta la Eternidad?
                   ¿Podría alguien amarte como Dios te ama?
                   Sé que tienes a tu alrededor muchos seres, amigos y queridos. Pero tú estás más allá de ellos. Tú tienes a la Eternidad. Y la Eternidad te tiene por amiga.
                   Por eso, frente a ti me siento indigno, infantil, indefenso... ¿Cómo podría yo amarte con un amor correspondido?
                   La voz se me ahoga en la garganta...: ¿cómo podría yo amarte?
                   Y ... sin embargo ..., ¡Ah, nooó! Iba a decir algo. Algo tan  anhelado como imposible,
                   Es que a ti te aman las flores de todas las edades.
                   Te ama también el viento. Y el sol, y la lluvia, y las nubes, y el mar.
                   Te ama, por sobre todo, Dios.
                   Porque tú perteneces a Dios, a las manos de Dios, al corazón de Dios, que es donde siempre tan cerca te siento.
                   Es que Él te ama tanto... Porque eres pura y frágil, como una virgen gótica, como una flor prematuramente pálida.
                   Y  yo ..., yo no podría, no merecería amarte ..., aunque... TE AMO: Félix.
II

El día en que comenzó el pololeo.

Siete de noviembre a las once
del año cuarenta y cinco.
dos estudiantes de entonces,
como si fuera un domingo,
en cuanto suenan los bronces,
en la calle están de un brinco.

Él le ha escrito un poema
de amor divino y humano,
¿le interesa a ella el tema?
¿o le habrá escrito en vano?
Para él es un dilema:
casi le coge una mano,
mas ella sonríe serena
y él se queda pensando...

Las palabras ¡ay! se quedan
trabadas en la garganta.

Soñando hasta esa altura,
el Diablo esgrime la cola
y echa a la Bruja Bermuda
que trae unas raras bolas.
Les cuenta historias oscuras...
Mas ellos en otra onda,
cargados a la ternura,
la dejan hablando sola
y con fría galanura
no le dan la menor bola.

El sí...seo de la brisa
anticipa la respuesta,
vuela al aire una sonrisa,
palpita el son de una fiesta.

Es solo el sueño de un beso
cuando las manos se tocan,
y de él, el embeleso
cuando ¡Sí! dice la boca,
como musitando un rezo.
La mente se vuelve loca
saboreando todo eso.
¡El corazón se desboca!

Que mucho dure este trato
que hago hoy de quererte”
contestó él en el acto.
¡Ojalá tengamos suerte!

Van más de sesenta años
y el AMOR se ve tan fuerte,
que seguimos pololeando
¡hasta el día de la muerte!

Viña del Mar, 7 de noviembre de 2006.

Y también por esos años de comienzos del siglo XXI, me atreví a resumir en este breve poemilla la bella historia de lo que fue nuestro amor como alumnos de Pedagogía, el más feliz episodio que alguna vez pude siquiera imaginar que viviría algún día:

III

Breve historia en verso de aquel amor de estudiantes


Hoy ha nacido un amor de los grandes
en la vieja casona de Alameda.
caricias y besos se dan sin veda
Félix Morales y la Inés Hernández.

Todos saben que es pasión que se expande,
es “química pura” a ojos vistas.
¿Digo  quiénes son los protagonistas?
Pues ... ¡Félix Morales y la Inés Hernández!

Los dos vuelan más allá de los Andes
sentados muy juntos en las clases de Piga
sin oír palabra de lo que el profe diga:
¡Son Félix Morales y la Inés Hernández!

Forman bella pareja de estudiantes:
él, cabro mateo, ella, lola mimosa.
Gozarán por siempre un idilio de rosas
el  tal Félix Morales y la Inés Hernández.

Cuando ya tengan sus siete hijos grandes
y se queden muy solos en su viejo nido,
igual seguirán amantes y unidos
ño Félix Morales y ña Inés Hernández.


Y cuando llegue ese día que Dios mande

que cada quien deje su ropaje humano,
verán cómo hacia Él y de la mano
van Félix Morales y la Inés Hernández.


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