domingo, 15 de enero de 2012

Lipo seráfica [De Félix Pettorino]


“–El espejo es el reflejo del alma”¡Debiera serlo, pero en verdad no lo es! Mírome en él... ¿y qué veo? Una anciana en cierne, la piel se me nota ligeramente agrietada, desde la cara hasta la misma planta de los pies, algo regordeta, como una muñeca inflable soplada a medias, desde los mofletes pasando por la papada, los postrados senos, los “rollitos” de la que fue mi cintura avispera hasta las dos “patas de billar” que han llegado a ser mis ya fatigadas piernas. Pero mi alma se mantiene siempre joven, casi adolescente, sedienta del amor más fuerte, tanto humano como divino, diría yo que mi zamarreada “siquis” es “un real ángel en potencia” lastimosamente defraudado por la materialidad que me muestra la luna del espejo... ¡Reverso del alma debiera llamarlo! ¡Bufón, enemigo, traidor, apóstata, perjuro, fementido, delator, acusete, calumniador, falaz, infiel, perjuro, desleal...!, me sobran los epítetos. La escritura con firma de notario con que me asalta a cada instante el espejo es como la confesión del convicto. Desnuda la cruda realidad del delito, renegando de un ego desolado que clama por una juventud perdida para siempre....

¡Espejito de virtud! ¿Cuándo te me mostrarás como lo que yo creo que soy “realmente”? No, por cierto, una beldad venusiana, pero sí (¡por favor!) aunque fuera, lo que yo creo que fui:  una de esas ninfas del bosque que pintaba Boticelli! Un poco rellenita, si se quiere, pero al menos agraciada, admisible, aceptable, nunca fea, lo que se dice fea, pero sí mínimamente tolerable, pasable, “hermoseable”. Siento la urgencia de unas pinceladas de arte..., que sea de efectos más bien plásticos que pictóricos como diría un cirujano de la talla de un Chamosa , de un Terren, de un Pitanguy...

He oído hablar de un cirujano plástico de origen hindú que hace celestiales maravillas con los cuerpos más grotescos. El mío dista un poco -creo yo- de estar en ese caso, pero no le haría nada de mal agrandar un poco los ojos algo “achinados” que tengo (revelan mi oscuro ancestro mapuche) y algo que no es aborigen, sino del “camino recorrido”, ¡las ojeras, las profundas, amoratadas y rugosas ojeras! Y, como si fuera poco, mi nariz de “pico de loro”, abrujada, sin ninguna capacidad de embrujo, y luego la mueca labial de U al revés, con ese dejo obstinado de desprecio que distancia a la gente. ¿Y la papada? ¡Debiera ser arrojada de un solo tajo al tacho de los desperdicios!

Mas hay que seguir inexorable, implacablemente, hacia las intimidades de abajo: arrugas, caídas en senos, rollos, lonjas de carne y abdomen que es preciso recortar, alisar estrechar, reducir y alzar hacia aquel cielo de las mocedades de antaño.

¡Hay tanto detalle repelente que eliminar! Por arriba, por abajo y por los costados. Como para pedir socorro a gritos. ¡Cirujanos plásticos, esteticistas, liposuccionadores, venid todos a mí! ¿Dónde estáis? ¿Qué os habéis hecho? Os espero con los brazos abiertos. Creo que podré compensaros como correponde por vuestra nunca igualada pericia. No importa el caudal, que más que monto, tendría que ser un montón de billetes gordos. No importa. Con tal de que me retornéis a una juventud más que perdida, a una mocedad que nunca tuve, porque nunca fui lo que se pudiera llamar pasable..., diría mejor “potable”. Claro que, así y todo, no soy ahora ni la sombra de esa muchachita anodina, apenas capaz de sacar un requiebro procaz, vulgo “piropo”, albañilero alguna vez (¿o acaso dos?) a lo largo de la presunta etapa de mi mayor glamour adolescente, que apenas conocí a través de aislados incidentes erotizantes que por grotescos mejor no los traigo a cuento...

Pero...¿qué estoy diciendo? ¿En qué locura me he metido? ¡No me estoy percatando de que soy un proyecto preprogramado de carroña! ¿Acaso he olvidado que los humanos somos eso, criaturas, o mejor, bestias elaboradas con materia orgánica, caduca, putrescible, destinada a ser arrojada a la más deleznable fosa de desperdicios?. Es cuestión de horrorizarse con los retazos de cuerpos después de las batallas o los depósitos de restos humanos en morgues y hospitales...Porque (debo reconocerlo) al final todo, hasta lo más bello y exquisito es solo una apariencia fugaz: que irremediablemente se reduce a carroña, a purulencia, a putrefacción, a excremento, y luego, por fin, solo a polvo, a ceniza fétida, alérgena, desdeñable, anodina... Por algo el poeta Lalo Anguita se atrevió con esa oda grotesca a su “Venus en el pudridero”...

¡Ya lo veo! Es la maldición bíblica que nos hizo “mortales”, dejando el sueño de la ansiada perennidad como un triste consuelo mítico para fabular a todas las princesas encantadas, heroinas, ninfas y divas engendradas por ilusos utopistas a lo largo de la fementida historia del género humano.

Los anhelos de perfección física son así una muestra de esa irrisoria fantasía de sobrevivencia que se halla tenaz y dolorosamente engarfiada en lo más recóndito de nuestras entrañas, como un lastimoso ideal quijotesco, irrealizable y demencial. Una ensoñación que más temprano que tarde se transmutará en pesadilla... ¿De qué me servirá “embellecerme”, a pesar de lo factible que es hoy tanto para mujeres como para hombres? –me pregunto una y otra vez. ¿Qué beneficio realmente “perdurable” me reportará?  Sé muy bien que tarde o temprano no solo retornaré al calamitoso estado en que actualmente me veo ante el espejo, sino que me veré peor, cada día más añosa y decrépita, hasta acabar como acabó la vida de esa Venus en el pudridero del poeta... Y de una loca felicidad fácil caeré finalmente en el peor de los desalientos. Mi muerte será como un infierno anticipado...

Sin embargo..., “e pur si muove”, lo dijo Galileo, hay algo en mi interior que me mueve de modo irresistible, arrastrada acaso por el hambre evolutiva de este planeta porfiadamente giratorio en que me hallo aposentada por la pizca de tiempo que me resta de existencia... Algo me dice que debiera actuar pronto, antes que sea demasiado tarde, antes que mis carnes lleguen a arrastrarse por el suelo. Es una tentación similar a la que debe haber tenido Eva en el Paraíso: no conforme con lo que soy, quiero la felicidad “now”, ¡ahora!, aunque sea a costa de rebelarme con lo que ha hecho de mí la Naturaleza, o peor, mi Dios inclemente, condenándome a una sumisión sin condiciones, a costa de malograr mis posibilidades de felicidad personal. Y me sublevo como Luzbel. aún cuando disto mucho de haber poseído la belleza que ese Ángel Malo y Tonto desperdició con su Non serviam! Lo cual quiere decir que yo soy mil veces más necia y debo abandonar en este momento y en el acto la desatinada idea de estetizar mi humanidad rompiendo con las leyes naturales y divinas... ¡Qué contradicción, Dios mío! ¿En qué telarañas de argumentaciones chapuceras, de sofismas aparentemenete racionales me estoy metiendo?

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Argumentaciones chapuceras, engañosos sofismas. Eso era mi idea antes de… Ultrih, el hechicero hindú, después de arduas discusiones metafísicas, ganó la pelea, como tenía que ser, no había ninguna otra alternativa… El argumento decisivo fue el que preconizó Buda, el Sidharta Gutama: la supresión del sufrimiento humano mediante la abolición del deseo: Ahora ya no aspiro a nada, ya que me he convertido en una “real” dama, la más radiantemente bella que jamás imaginé que podría llegar a ser algún día…  ¡Y, aunque ni yo misma me lo crea, ¡bella entre las bellas!  ¡No tengo cómo retribuir la sabiduría  esteticista, la hábil destreza manual, el toque mágico exactísimo, en fin, la maestría quirúrgica de Ultrih Glamm, nombre que imagino es el de fantasía de mi ilustre sanador hindú… La operación no duró más de cinco horas, empezó como a las 10 de noche, de hoy, día martes 13 de diciembre, ya me hallo preparada para pasar las navidades más portentosas, con el mejor regalo que he recibido en mi vida: un  glamoroso presente y futuro de beldad garantizado de por vida,  previo pago de un millón de euros, ya que mi Ultrih no recibe dólares, ni menos aún, nuestras más que dudosas monedillas sudaqueras…

Me miro mi cuerpo, terso como el de una criatura recién salida del vientre de su madre, me tanteo el rostro, suave y de nariz bien perfilada, algo roma, labios gruesos golosos, apetecibles de ser besados por los “príncipes azules” que acudirán por montones, sonrisas provistas de un par de hoyuelos simétricos a cada lado de las mejillas…Ni hablar del alzado busto y de mis onduladas caderas de alabastro, ¡Cómo desearía que pronto, lo más urgentemente que fuese posible, me trajeran un espejo  para mirarme de cuerpo entero! ¡Mi felicidad llegará de seguro a un clímax semiorgásmico!

Sin embargo,¡he esperado tanto tiempo! Y a pesar de mis reiteradas demandas, el anhelado espejo no aparece…(Me parece sentir a ratos que que he olvidado el consejo de Sidharta: la ansiedad me está conduciendo insensiblemente a cierta incipiente angustia…


Estoy sintiendo un rodar de ruedas por el pasillo principal, que conduce a mi habitación. ¡Es, sin lugar a dudas, “el espejo de virtud”, la luna de plata resplandeciente de mis ensueños juveniles!  Su insifrible andar, sin embargo, me parece demasiado lento, como el de una neonata tortuguita que avanzara desganada rumbo a un destino cualquiera.

Los minutos se alargan demasiado, como si por el anormal impulso de un poder desconocido, la faz luminosa de la gran luna especular los fuera trocando en horas…

Y sigo esperando la entrada triunfal del ignoto artefacto en las puertas entornadas de mi habitación de postoperada.

¡Al fin llegó! Y ahí está, frente a frente a mi figura enteramente desnuda, con mi rostro deslumbrante de esperanza, los senos turgentes como copos alzados hacia el cielo, la cintura avispeña, las caderas balanceantes, el pubis levemente enlomado, las piernas esculpidas en alabastro… Así imagino que mis ojos te verán dentro de poco…

Pero…, hay, hay ..algo extraño…Sin quererlo, experimento un vahído acompañado de un temblor invencible, que tiende a elevarme hasta el mismo cielo de esta, mi pequeña celda del dolor ajeno.

-¡La luna del espejo está en blanco, no parece “realmente” capaz de devolver la imagen primorosa que Ultrih, el facultativo oriental, esculpió en mi desolado cuerpo con tan místico afán!

Y tan solo me asalta una pregunta: ¿Por qué puedo tocarme y no verme, ni siquiera en el espejo…? ¿Estoy muerta acaso?

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