domingo, 15 de enero de 2012

El Cuchepo [Félix Pettorino]

No hay como un día bonito. Pasa la gente. Oigo, sin quererlo, sus taconeos intermitentes. Y algo más lejanos, sus siempre pintorescos fragmentos de cháchara. Es divertido. Y cada cual con su estilo de pasear: unos con tranco metálico, como de soldados en marcha; otros arrastrando las suelas de los zapatos, tal si quisieran barrer el piso con ellas; otros silbando o tarareando canciones de moda; otros bisbiseando secretos, guardando silencio o riendo a carcajadas... A veces corren, trastabillan y hasta se tropiezan conmigo. Y lanzan al aire palabrotas y gritos destemplados. Son como los desahogos de su vivir agitado, entre el ruido atronador de los motores, los bocinazos y las humaredas azules de los escapes que dejan lagrimeando los ojos.

Por suerte, yo estoy bastante más abajo y me libro un poco, aunque no de la postura a que estoy obligado durante todo el tiempo. Es algo incómodo, pero, en el fondo, consolador y ameno. Y, en todo caso, inevitable. Porque, ¿qué sería de mí sin toda esta bulliciosa y alegre concurrencia? Ellos son mi público y, a la vez, mi espectáculo. En este punto, yo disfruto más que cualquier actor de fama...

         Llevo más de dos horas sentado en mi carrito y han caído algo más de unas 20 monedas de cien pesos, digamos que 24, o sea, unas 12 por hora.. Estadísticamente hablando, como dice mi Tutor, el “hecho” (caída de una moneda de cien pesos) se produce, al menos en esta temporada de primavera, en que la gente anda más alegre y optimista, más o menos cada 5 minutos, de modo que en una hora caen $1.200.- y en las 10 horas diarias, 120 monedas de a cien, estos es, $12.000.-, doce  luquitas, lo suficiente para poder subsistir mi Tutor y yo.... Y como se trata de un mínimo, a veces sobra algo de plata, pero eso tampoco importa mucho, mi Tutor lo sabe muy bien, porque a mí me basta con sobrevivir sano... y dice que la Ley Estadística me lo tiene asegurado, bendito sea Dios! ¡Y bienvenida también la gente que pasa! Ellos son mi principal apoyo y sustento. ¿Qué haría yo sin ellos? Y aunque no me den nada, sus voces, sus risas, sus gestos, sus pasos... son mil razones más que suficientes para continuar existiendo. Porque yo me siento a mis anchas rodeado de tanto ruido y movimiento. Es el complemento que a mí me falta. Doy gracias al Señor, que me mantiene inactivo y destinado sólo a disfrutar del deleite de sentir a mi alrededor este mundo suyo, tan lleno de agitación y de colorido y, a la vez, tan hermosamente complicado!

         Lo único que desentona un poco es que de tarde en tarde me molesta es uno que otro insecto, moscas, y especialmente pulgas, que va como dispersando a su paso esta multitud transeúnte. Y yo, como estoy cortado y apegado al suelo, no puedo impedir que se me metan en el cuerpo, o mejor dicho, en lo que resta de él...

         ¡Clic! ¡Clic! ¡Dios lo bendiga, caballero! Cayeron 2 monedas más. El día va con algún “retraso estadístico”, como dice mi Tutor, pero más temprano que tarde se van a reponer las cifras para llegar a su nivel normal. Es la Ley de los Números, el maná de Dios que rige el Universo. Mi Tutor me ha contado que la Ley descubrió un físico famoso, Max “Plancton” creo que se llamaba, aunque, claro, existía mucho antes que él, o sea, desde la misma creación del mundo. El nombre del sabio es, a lo mejor, un apodo, y el descubrimiento tendría algo que ver con el mar, pienso yo, porque existe ahí también una estricta regulación matemática, por ser, el promedio de olas por hora o de peces por kilómetro cuadrado... Los paseantes, allá arriba, bien podrían equivaler a las oleadas del océano, y los clics, peces de distintas layas y tamaños que van cayendo en mi jarro de latón.

A mí me basta sentir el tintineo de la moneda al topar con el metal y una mirada de reojo, para saber al tiro qué pez ha caído. Es un movimiento corto y rápido, que no puedo evitar, un puro efecto de la curiosidad no más, ya que no me puedo gastar toda la plata que llueve desde allá arriba, como si viniera del mismo cielo. ¡Si mis brazos no alcanzan a llegar ni a la altura de los codos siquiera...!, jo, jo, cómo diablos podría comprar yo cualquier cosa, aunque fuera un pan, ni menos con los pies, que uno lo tengo amputado desde más arriba de la rodilla y el otro hecho un ovillo con la otra pierna, atrofiada de nacimiento... Por eso necesito tanto a mi gente paseandera y, desde luego, a mi Tutor. Despuesito de Dios no más está él, porque me cuida, me limpia, me lava, me trae y me lleva, me da de comer, me sirve agüita, tiene una confianza total en mí, no podía ser de otra manera, si no puedo ni levantarme, menos gastar un miserable peso de la plata que cae, no hay ninguna posibilidad que yo pueda hacer eso...

         Pero él es generoso conmigo, me da lo que necesito... Eso sí que no puedo “andar” (¡qué palabra!) bien vestido. Me “perjudicaría” dice mi Tutor solemnemente y con razón. ¿Y para qué iba yo a “andar” bien chatreado? No tengo vanidad. La gente me mira siempre igual, a veces lanzan un gritito consternado o una tosecita reprimida, no creo que eso podría cambiar con un terno nuevo. Lo que es a mí, me importan maní las miradas por feas que sean, estoy acostumbrado desde que era cabro chico, porque no me acuerdo de si alguna vez en la vida estuve con todas las presas de mi cuerpo en su lugar debido.

         Y la gente curiosa es la que más se compadece y ayuda, puede ser con una pura mirada de solidaridad, o hasta con una que otra moneda que golpea en las paredes del tarro con una resonancia vanidosa algo más fuerte que las demás, como cantando: “-¡Aquí estoy yooó!” y son casi siempre 100 ó 500 pesacotes de un viaje, que me saludan con un cliqueteo querendón. Otras veces, algunos se inclinan con suavidad, como arrodillándose, y echan a volar por breve trecho y a modo de saludo, un papel ajado que suele ser un billetito de 1.000 ó hasta de 5.000 piticlines. Con eso se salvan, según las estadísticas de mi Tutor, casi un día entero o algo así como cuatro días completos... ¡Bendito sean ellos, mis bullangueros, conversadores, sonrientes y generosos paseantes! Ellos, gracias a que el Buen Dios los protege, son la razón de ser de mi existencia: ¡me alimentan, me mantienen y hasta me divierten! ¡Qué triste sería para mí la vida sin ellos, en la fría sala de  un hospicio! Una condena a cárcel perpetua, a muerte en vida...! Un candidato a regidor quería eso cuando prometía “limpiar” la ciudad de vagos y mendigos para convertirla en una “Urbe Turística”, según lo proclamaba a los cuatro vientos el slogan de su campaña; pero el Señor no se olvidó de mí, el tal candidato no salió elegido, y aquí estoy yo, tan campante, mirando cómo se desplaza el calzado multiplicado de mi gentío amigo...

         De vez en cuando, aparece un perrillo a olorosarme, extrañado seguramente de mi pequeñez, pero yo no le hago ningún caso, sé que será algo pacífico y pasajero y con frecuencia ventajoso para la estadística. La gente que tiene canes es humanitaria. Al bajar la cabeza para llamar al orden al quiltro que se ha detenido, fijan la vista ¡siempre compasiva! en mí y, después de la consabida sonrisa, esta vez con un dejo (al parecer) de afecto -¿cariño? o ¿compasión?, para el caso es lo mismo- se embrollan enteros hurgando en los bolsillos, bolsos o carteras para encontrar el maná consolador que habrá de dejar las cosas con una estadística mejorada. ¡Benditos perrillos falderos, vengan todos a mí, los quiero como si fueran mis mejores camaradas!

         Acabo de captar un ¡clic! de los fuertes retumbando en mi jarro. ¡Es un piticlín de 500! ¡Dios la bendiga, buena señora! ¡Ya está salvada la mañana!




II

         -¡Aló...! ¿Está la Pía?

         -Con ella hablay, Jime...

         -¡Me reconociste al tiro, asquerosa!

         -Sí, por la voz, pus, tonta. Tenís un sonsonete pa’hablar bien típico, te diré...

         -Esa cuestión me pasa todo el tiempo, galla. Y no puro contigo no más.

         -Bueno, gansófila... ¿Y pa’ qué me llamabay?

         -Mira, galla. Es pa’ avisarte que me va a ser imposible ir al brillo de mañana sábado... Tengo una tarea de Lenguaje más o menos cototuda pa’l lunes...

         -¡Salta pa’ l lao, tonta chaplina! No te cleo, dijo el chino.

         -¡Puchas, si es cierto! ¿Con qué fin te iba yo a hacer lesa? ¡No seay así, galla, cómo te diré, tan desconfiá que eréi con toa la giente!

         -¿Ónde la viste, weona? -De pura matea te vay a perder un cotelé pulento de lo más que hay... Y pa’ que sepay, no quiero sacarte pica, van a venir los cabros de la Católica, esos que son mandaos hacer pa’ revolverla. ¿Qué no sabís que la Pily se va a poner las argollas con ese gallo pintoso de Ingeniería con que pololea hacen como dos años ...?  Imagínate que el mino ese ya se recibió de ingeniero y gana cualquier billete como ejecutivo de una fábrica de helados de las más grandes que hay en Santiago... ¿cachay, gansa?

         -¿Y qué querís que le haga yo, pus, galla? Si no llevo la tarea el lunes, me voy a sacar otro rojo en la libreta...

         -¡Na’ que ver, pus, cabra weona! Yo ya llevo tres patos y ni me arrugo... ¿cachay?

         -Es que yo quiero dentrar a la Universiá el próximo año... y el promedio de nota  pa’ la Pe-ese-ú vale algo así como un 30%, pa’ que sepay.

         -Güeno, pus, galla. Obligá a creerte. ¿Cuál es el problema?

         -Ahora que me lo preguntay tan así, de sopetón, no hallo cómo contártelo pa’ que me creay...

         -Suelta la pepa, no más, gansa weona... ¡A ver si la famosa tarea es tan cotota como vos decís! Soy toa oídos...

         -Es que a la vieja de Lenguaje se le ha puesto que le entreguemos a los lisiados que piden limosna en la calle un pergamino redactado por cada galla del curso acompañado por un clavel rojo pa’ l ojal, el Día del Minusválido, que se celebra la próxima semana... ¿Qué te parece, gansófila? ¡Si es de lo más que hay!

         -¡Puchas, no seáy tan weoncita, lola aturdía! Pa’ salir del apuro, le ponís cualquiera weá, pué ... ¡y listo! Despué de too es una simple tarea pa’ la casa, con bajo coeficiente, y esa pobre giente no sabe ni leer...

         -No, pus, Pía, no seay así, tan al lote... A mí me tocó un gallo cortado que se pone en Estado, entre Huérfanos y Agustinas, es un pobre hombre chiquitito, casi un enano diría yo, zunco de las dos mano, que se arrastra como culebrón por las baldosas cuando no lo chantan arriba de un carrito... Le dicen “El Cuchepo” al pobre tipo... Y yo no pueo ser tan fría, tan ... ¿cómo te diré?, tan mala con el mendigo ese, que me llega a dar “cosa” cuando lo veo... Al contrario, debería escribirle algo que valiera la pena. ¿O no, decís tú, galla?

         -Bueno. Jime. Creo que a pesar de lo weona que eréi, poís tener razón. Pero no es algo pa’ morirse. Y pa’ que veay que soy tu amiga, te voy a ofrecer una solución de lo más chori, siempre que vengay al carrete del sábado, acuérdate que es con su poco de tragullo tipo vinolio o chelas, así que tenís que traer algo güeno pa’l mastique o algún trago fuerte, como pisco sour, que le pidái a tus viejos...

         -De acuerdo pus, cabra, pero... ¡al grano, dijo el ciruja!

         -Déjame contarte... En el zaperoco del sábado te voy a presentar al Petete, un rucio flacuchento con cara de pantruca que estudia Farmacia, el tonto es tirao con honda pa’ los verso ... Hasta guitarrea y le pega a las payaúras. Le contarís lo de tu tarea... ¡y niún problema, pus, galla!

         -¿Será bueno pa’ la poesía lírica el tal Petete?

         -¡Qué no lo va a ser! ¡Si hasta sacó premio en el concurso literario de la Semana Novata. Creo que fue una mención honrosa. Ven no más, galla, al carrete del sábado y no te vay a arrepentir.

         -¿Y si fallara?

         -¡Puchas, gansa, que soy masoca! Debís saber que el Petete es piérdetiuna pa’ las fiestoca... Además, te paso el dato que es el hermano de la Pily...

         -Ya, pus, galla, gracias, no me queda otra que confiar en ti y en mi buena suerte... ¡Estoy más aponchá! ¡Si vieras tú lo maniá que he sío siempre pa’ la custión esa de la Literatura...!

         -¡Listo, cabra! Y por favorcito, no me vayái a faltar, porque te afusilo...!

         -¡Imposible, pus, galla! ¿No vis que ahora estoy puro dependiendo de ti y de tu amigo, el Petete?

         -¡Listo!

         -¡Gracias de nuevo! ¡Chau!

III

         No puedo creerlo. Yo, que me creía todo un hombre, estoy llorando de la pura emoción. Nunca, en la vida, me había pasado una cosa igual... Siempre pena, pena y compasión, pero nunca cariño, un cariño de verdad! ¡Y qué linda y qué tierna era la lolita que me ... me puso este gran clavel rojo en la solapa, justo al lado del corazón y, como si fuera poco, me dio un beso suavecito en cada mejilla y luego me leyó con su voz tan entonada una poesía inventada por ella misma:

         “Mi hombrecito baldado –tú estás más cerca de Dios
         que tus robustos hermanos – vivientes bajo el sol.
         Sufres ajenos pecados – con dulce resignación.
         Me duele tu triste estado – como si lo estuviera yo
         En tu cuerpo lastimado – y con lágrimas de amor,
         Siento que unos centavos – no calmarán tu dolor.
         No desesperes, baldado – no te tengas compasión:
         eres un príncipe encantado – que aguarda su redención.
         ¡Y serás mi bienamado – cuando te redima Dios!

         ¡Me han llegado al alma estos versos! ¡Señor, mi Dios, qué bondadoso eres conmigo! ¡Hasta me mandas un ángel bueno que me trae la promesa de que me va a querer para siempre, en tu paraíso!

No hay comentarios:

Publicar un comentario