miércoles, 25 de enero de 2012

El duelo y el bálsamo.



I.- El duelo.
(Félix Pettorino)

Miro una vieja fotografía. Ajada, amarillenta, pero todavía llena de vida. Más que mirarla, la contemplo extasiado. Es ella a los 18. Siento una tenaz opresión en el pecho. Me quebranto de dolor al sentir el impacto de su alegría de vivir, sus almendrados ojos verdes llenos de luz, su típica sonrisa con un halo de perennidad. Con el corazón oprimido por la ansiedad a que me somete la consciencia de este persistente abandono, rompo a llorar como una criatura y me sumerjo en un pozo de angustia y desaliento al revivir aquel momento radiante de juventud, tan merecidamente feliz, reflejado en una fotografía de un pasado lejano irremediablemente muerto. Y pienso en la fugacidad del tiempo, en el mínimo trocito de vida que somos en medio de este Universo ilimitado... Y se me asoma al alma, como el aleteo de un pájaro, este consuelo absurdo: “Ella no era así en sus últimos días... ¡No fue eso lo que perdí! Porque cuando ella se me fue, la llama flameante de su juventud, aunque yo no quisiera darme cuenta, ya estaba extinguida sin remedio...”

Una fuerza desconocida me lleva a transportar su figura sesenta años más tarde, en el aciago ocaso de su hermosura deslumbrante, como la lúgubre reencarnación de su fulgor juvenil, en una ancianita de ojos sorprendidos por el desgaste inclemente de los 20.000 días presionando minuto a minuto sobre su doliente cuerpecillo. Insensiblemente, el divino regalo de la vida se lo fue arrebatando lentamente una fuerza desconocida devorándolo con aquella carcoma silenciosa que pesa como ominosa maldición sobre todo ser viviente... Y no puedo dejar de proferir un inútil alarido de desconsuelo: ¡Ella, mi gran amor, en sus últimos dias, ya no era ella! La imagen verdadera, oculta tras esa fotografía envejecida por el sol de tantos decenios no fue lo que perdí! Antes de morir, ya se había extraviado para siempre dentro de ella el último vestigio de toda  su portentosa belleza embriagadora...

De pronto percibo espantado que hay algo de falso en ese clamor de loco desahogo. Y en un rapto de lucidez, siento que hay alguien en mi interior que me advierte con dureza: -¡El espíritu! Recuerda, insensato: ¡el espíritu! ¿No estaba ese fulgor celestial todavía pleno de lozanía juvenil dentro de su doliente cuerpecillo de anciana? ¿No sentías de continuo, pese al cruel paso del tiempo, sus balsámicas caricias, sus voces, sus besos llenos de ternura y de amor incontenible? ¿No era su misma presencia, sus mismos labios, los mismos dulces efluvios de aquella pasión arrolladora de los primeros días? Eres injusto con ella, cruel contigo mismo al pensar así...¿Acaso pudiste comprobar, a lo largo de los años, siquiera un leve deterioro en la entrega recíproca? ¿No fue cada vez más intenso el sentimiento, incrementado a cada instante por la inminencia de una separación irreparable?

¡Cuidado, Fulano de Tal o como te llames! Tu corazón se corroe vanamente por el quebranto de una ausencia sin retorno. Aunque sea cierto que el cuerpo de ella fue declinando hasta llegar al total anonadamiento, recuerda que para el espíritu no transcurre un ápice de tiempo, no existe nada material, ni siquiera la nada misma... El corazón de ella está dentro de ti, tan intacto, tan lozano y palpìtante como el primer día en que la conociste y la llegaste a amar con real entrega...

Por eso, cuando vuelvas a observar esa vieja fotografía ajada y descolorida, pero todavía llena de vida, más que mirarla, sigue contemplándola como siempre, enamorado, extático, alucinado... ¡Es ella, aún ahora, como a los 18, lozana, exuberante, plena de juventud!

¡Y es justo ese hermoso cuerpo el que algún día habrá de resucitar radiante de gloria! Porque su alma, su alma blanca como una rosa blanca, se mantiene, como siempre, intacta y vivificante. Tu amada es y seguirá siendo toda para ti como tú lo has sido para ella... Y no llores más. Son los designios de Dios. ¡Nada has perdido!
Viña del Mar,  4 de diciembre de 2006.


II.- El bálsamo.


Nany  (Gladys Belvederessi)

Me conmovió profundamente tu página tan sentida, tan vibrante de dolor, en que gritas tu rebeldía ante lo perdido. No puedes imaginar hasta qué punto te he comprendido, porque yo también he vivido momentos semejantes, y he sentido esa misma angustia en la soledad y el silencio. Pero es que en ciertos momentos uno recorre una nueva comarca del espíritu en una inútil búsqueda del paisaje acogedor que nos dibujaba esa otra alma tan amada en que nos cobijamos por tantos años.

En un instante de rebeldía tú dijiste: la Inés que se fue no era la misma Inés que encontré en mi camino de juventud. Pues, yo te aseguro que era la misma; sólo que, para que la dejaras en libertad de irse, Dios te la disfrazó con su apariencia de ancianita frágil, pero tras ese disfraz piadoso estaba tu misma Nechia de los años verdes, con el mismo amor, con la misma entrega generosa, con la identidad que adquirió al tomar tu nombre y llevarlo con orgullo por la vida.

       No hay que pensar en lo que uno ha perdido, sino recordar con gratitud todo lo que uno recibió y tuvo como su feudo espiritual durante un largo tramo del camino. Entonces uno reconoce que tuvo mucha suerte; que Dios, o el destino, o como quieras llamarlo, lo colmó a uno de bienes invaluables. Tú llegaste a este mundo en una familia valiosa, y junto a Inés fundaste otra familia igualmente valiosa. Si miras hacia atrás, puedes enorgullecerte de todo lo que viviste a su lado, y cómo ella te siguió, te acompañó, te rodeó de un aura de paz, de seguridad, de siembra prometedora. Yo vi a Inés, en esta última etapa en que pude compartir algunos hermosos instantes de amistad con ustedes dos, tan íntegra, tan sana de alma y de espíritu, tan plena de una alegría que emanaba de la paz que da una vida sin tacha y sin reproche, que no sabría decir si esa energía positiva que yo sentía al estar con ustedes provenía de ella o de ti. Era algo que surgía de la unión de ustedes dos.

            Pero uno no puede pretender tenerlo todo siempre. Hay etapas en que uno tiene que aprender a recorrerlas solo: las de la primera juventud y, ahora, las de la etapa final, en que uno tiene que seguir aprendiendo, con otras experiencias (muchas muy dolorosas), como todas las tristes noticias de enfermos y de muertos que me comunicas, en que uno tiene que ir desprendiéndose de muchas ataduras para dedicarse a sacarle lustre al alma. Y saber dar a los que van quedando junto a uno, amor, comprensión, ternura, paz, alegría y sol del alma.

No, tú no has perdido nada. Inés te dejó lo mejor de sí misma: su bella juventud, y eso es lo que debes mantener presente en tu mente y eso es un bien que nadie te puede quitar. Y si recuerdas siempre a Inés joven, tú también te sentirás joven y seguro y en paz.

Conservaré como un valor que me has confiado para que lo guarde, esa página conmovedora que me mandaste en recuerdo de Inés. Gracias por tu confianza, que es amistad y es bondad. También te digo: que las bendiciones del Señor  te acompañen siempre hasta el fin del camino, mi gran amigo:

Santiago,14 de diciembre de 2006

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