viernes, 13 de abril de 2012

Caperucita verde De Félix Pettorino. Primera parte. Continuará.


Esteras y esteritas
     para contar peritas,
          esteras y esterones
               para contar perones.

Esta era una vez una lolita ... Pero, ahora que me doy cuenta, creo re fácil que alguno de ustedes, mis pequeños lectores, haya oído hablar alguna vez de ella... Voy a ver si la recuerdan...: Solía vestir una especie de bonete rojo sobre sus lustrosos cabellos negros para protegerlos de las inclemencias del viento, la nieve y la lluvia.

- ¿Será la Caperucita Roja?

-¿No ven? ¡Al tiro adivinaron su nombre! O mejor, el apodo que tenía en el otro cuento.

Como saben, ella vivía en un paraje muy frío en la zona austral del continente, por allá, muy cerca de los renombrados Campos de Araucarias, al sur del mundo, donde la abundancia de agua caída desde el cielo y los montes, hace crecer bosques gigantescos y una gran variedad de flores y frutos silvestres de todas las formas y colores imaginables.

Y ella, para estar más en armonía con el frondoso paisaje que la rodeaba, le había pedido a su buena abuelita que le cosiera una capita y una caperuza que fueran de la misma tonalidad verde con que se vestían los alerces y las araucarias del bosque cercano. Y como la anciana era regaloneadora y harto querendona de su nietecita, no tardó ni una semana en dar por cumplido su deseo. Y el traje, con vestido, capa, caperuza, calcetas y todo, le quedó de maravillas, ya que, como todos ustedes lo saben, la niña era más linda que una flor.

Además, ya se había aburrido de andar todo el tiempo con la misma vestimenta. Pero no es que fuera pretenciosa. Era por otro motivo: quería parecerse, aunque fuera en el color, a ese frondoso mundo vegetal que la envolvía y al cual ella amaba tanto.

Y ser como una pequeña plantita en movimiento al lado de sus “mascotas”, que ella cuidaba y mantenía con el mismo cariño que saben dispensar las mamás: un cachorro blanco y lanudo llamado Pompón; Saltarina, su minina persa, dos zorzales huachos muy cantores y una gallina moñuda con sus seis pollitos, a los cuales solía hablarles de tantas cosas, como por qué el aire transparente se ve azul cuando se transforma en cielo, igual que el agua de los lagos; por qué la nieve y la leche son blancas; la noche sin luna, negra como el carbón; y por qué las nubes se parecen a veces a rebaños de ovejas trotando por el firmamento; y también, si es cierto que los lobos son tan malos como andan diciendo por ahí...

Tocó la buena suerte que cayera en sus manos un libro de poesías donde se hablaba de un santo muy valiente llamado Francisco. Él fue el único de su pueblo que se atrevió a entrar en el bosque para conversar con el Sr. Lobo a fin de aclarar de una vez por todas el asunto ese de su ferocidad, que tenía aterrorizados a todos los aldeanos de la comarca. El caso es que la lectura de una historia tan bonita (y, además, en verso) la llevó a pensar que el Sr. Lobo a lo mejor se portaba tan manso con ella como lo hizo con el padrecito de la poesía...
(Continuará el 13 de mayo de 2012)

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