Carmela Carvajal Briones [Quillota, 17.07.1851 – Santiago, 16.08.1931]. Siendo la menor de cuatro hermanos, murió su madre cuando apenas era una niña de 11 años, razón por la cual tuvo que criarse en Valparaíso, en la casa de José, su hermano mayor, casado con Concepción Chacón, que casualmente era la tía materna de Arturo Prat, nuestro máximo héroe marino.
Como era natural, el contacto entre Carmela y el joven cadete, ambos primos hermanos, no tardó en devenir desde una amistad juvenil hasta un amor cada vez más intenso, que les duraría por toda una vida.
Todo se hizo patente cuando Arturo, que había partido al Perú para llevar a cabo la repatriación de los restos del Padre de la Patria , general Bernardo O’Higgins, a su regreso a Valparaíso le trajo como obsequios para su querida prima un costurero, un abanico, una cruz de plata y un tarjetero de marfil.
Arturo hubiera deseado que el cariño entrañable que atesoraba en su corazón hacia su prima se hubiera mantenido por un buen tiempo en el más severo secreto. Se molestaba cuando alguien hacía alguna mención a esa insólita amistad que, en el lenguaje de hoy, no pasaba de ser un simple “pololeo” en su etapa inicial. Además de su reserva de marino frente a hechos que aún se presentaban como hipotéticos, otra de las razones por las que se alteraba era ante el temor de formalizar una relación para la cual aún distaba de disponer de medios. y por sobre todo, la ausencia temporal de un grado en la marina que le brindara la posibilidad de mantener un matrimonio libre de sobresaltos económicos.
Pero una vez que recibió la esperada noticia de que pronto sería ascendido a capitán de corbeta, se decidió de inmediato a pedir la mano de su amada Carmela, lo que vino a suceder en 1873. En torno a este año, en los primeros meses, existe la única carta de amor de Prat a su novia que ha corrido la suerte de haber llegado al conocimiento del que esto escribe.
Y, estimados lectores, perdonen mi indiscreción, pero no puedo dejar de revelarles una de sus partes, confesándoles que no es tanto por mi ligereza como por el deseo de que ustedes logren percatarse de la intensidad de ese cariño, y en consecuencia, puedan sopesar mejor que nadie el inmenso valor del heroísmo de Prat al llegar el momento de decidir inmolarse ante las balas enemigas y el profundo sufrimiento que debe de haber experimentado Carmela ante la perenne soledad por la trágica muerte de su amado.
Dice así:
–Mi Carmela, mi vida, mi tesoro, te escribo sólo para quitarte todo cuidado respecto de mi salud. Me encuentro bien, la mano se me ha deshinchado y espero estar bueno en un par de días para escribirte más largo, pues tengo mucho que decirte, incluso que te adoro, cada día más y con más vehemencia... No lo hago ahora porque temo empeorarme. Recibe el corazón apasionado de tu Arturo.
El 5 de mayo de 1873 (¡apenas seis años antes del día y hora del mortal sacrificio del novio!) tocaban las campanas nupciales en la iglesia de San Agustín de nuestro puerto de Valparaíso. Se había tendido una alfombra roja, por la que habría de pasar del brazo de su padre la radiante Carmela, que para ese entonces apenas frisaría los 22 años. Lucía alta, esbelta y bella, para encontrarse frente a frente con Arturo, con impecable uniforme marino, mirándola desde su amplia frente con ojos anhelantes, sin pensar que llegaría a ser el gran amor hallado y luego perdido, convirtiendo toda su vida en amarga soledad... Los bendijo el clérigo José Francisco Salas, a las 10.30 horas. Eran ya marido y mujer por el tiempo que en el libro del destino estaba escrito que sería de muy escasa duración.
Los recién casados pasaron su luna de miel en Quillota, desde donde se dirigieron más tarde a las Termas de Cauquenes. Después, el esposo regresó a Valparaíso, para retomar sus deberes navales. Sólo en octubre podría reunirse de nuevo con su mujer. Pero ya para esa fecha, Carmela se encontraba embarazada de su primera hija... Prat estaba feliz. Cuidó la salud de su mujer como un lirio con su flor en capullo,
Prat amaba a Carmela como la compañera ideal que Dios le había deparado para una felicidad tan intensa como breve, porque, al parecer, el Señor, en su sabiduría infinita, sabía lo poco que les iba a durar. Y si bien (algo raro en aquellos tiempos) Arturo le otorgaba a su mujer, sin limitaciones, el manejo de la casa y el presupuesto familiar, él mismo recíprocamente se hacía cargo (en cuanto podía) de todos aquellos menesteres domésticos que se estimaban como de carga obligada para la esposa... Y tiernamente le susurraba al oído: “–A cada momento me parece que te veo rendida de mecer a nuestra hija, sin que a tu lado yo esté para compartir, aunque sea en pequeño, tus trabajos...
El 5 de marzo de 1874 nació Carmela de la Concepción a las 9.35 AM, justo en el momento en que Arturo se hallaba en Santiago cumpliendo una orden de sus superiores... Y papá Prat escribía: –Se me figura que ha de estar muy viva, risueña, juguetona... Anoche soñé con ella y parecía que me conocía y aunque con carita un poco afligida, me echaba los bracitos al cuello...
Lamentablemente la niña heredó una contextura en extremo frágil y enfermiza. Arturo le escribe a Carmela: “Continúa usando la homeopatía para mi hijita y avísame luego que esté sana...” Pero el marino debía ausentarse a cumplir con sus deberes... Y solía lamentarse hablando para sí: –¡Pobre angelito!, ya que no puedo verla, al menos quiero que esté sanita...”
Para mayor aflicción de ambos padres, antes de finalizar el año, Prat debe ser embarcado en el Abtao hacia el centro del país. Después de una larga espera, finalmente llega a Valparaíso el vapor un domingo 13 de diciembre, fecha en que esperanzado le escribe a su Carmela: –Luego pues te voy a ver, como también a mi hijita, que espero que este completamente sana...
Mas la niña había muerto hacía una semana, el día 5. Y Carmela, presintiendo el doloroso desenlace, le había contestado: –Arturo de mi corazón: nuestro querido angelito sigue mal; siento que mi corazón desfallece de dolor y tú no estás para sostenerme... Si te fuera posible venirte, sería mi único consuelo. No desesperes, mi bien, piensa en tu infeliz Carmela.
Todas las esperanzas de sanación quedaron desvanecidas durante el viaje de Prat, al recibir una esquela de pésame, entregada en algún puerto intermedio, firmada por el comandante Juan José Latorre.
Afortunadamente el 11 de septiembre de 1876 retorna una brizna de alegría en la casa de los Prat Carvajal, con el nacimiento de su hija Blanca Estela. Y dos años más tarde, el 29 de diciembre de 1878, Carmela da a luz a Arturo Héctor, el primer hijo varón del matrimonio.
Pero el comienzo de la Guerra del Pacífico, más que inminente, era ya un hecho consumado.... No bien había pasado un mes de declarada, cuando ya Arturo Prat hubo de partir rumbo al norte en busca de la gloria eterna, quedando Carmela nuevamente sola, a cargo de sus dos hijos.
Carmela no supo de la muerte de su esposo hasta la noche del 24 de mayo, fecha en que recibió del almirante Miguel Grau la triste noticia de su heroico deceso sobre la cubierta del Huáscar. El almirante Miguel Grau, capitán del Huáscar, le hizo llegar una carta de condolencias, junto a los objetos personales de Prat, su diario de vida, el uniforme y la espada, revelando así, pese a ser “el enemigo”, la nobleza e hidalguía de su estirpe naval.
Tras haber quedado viuda, decidió irse a vivir a Curimón para alejarse del dolor que le significó la muerte de su amado esposo. En 1881 decidió retornar a su querido Valparaíso...., mas, ese mismo año, su casa sufrió un gran incendio y lo perdió todo, excepto las valiosas reliquias de su difunto esposo que el almirante Grau le había devuelto.
Pero cuando sus hijos, al ingresar a la Universidad , debieron viajar a Santiago, la abnegada madre Carmela Carvajal los acompañó para cuidarlos y atenderlos hasta que le sobrevino la muerte cuando estaba próxima a cumplir los 80 años.
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