miércoles, 25 de abril de 2012

Presentación del DECh por Alfredo Matus Olivier, director de la Academia Chilena de la Lengua.

UN DICCIONARIO PARA LA BIBLIOGRAFÍA CLÁSICA CHILENA

Entre las competencias lingüísticas del ser humano está la del denominar (onomázein). No una más entre otras, sino configuradora de todas las demás. Hablar es, antes que nada, denominar, dar nombres. Operación nada sencilla, nada inocente, toda vez que  implica la compleja tarea de enfrentarse al mundo (realidad), ordenarlo, segmentarlo, articularlo humanamente. A este mismo tipo de gestión idiomática pertenece  la delicada faena de rotular un texto, de titularlo.
He aquí un texto lingüístico fundamental, monumento y signo. Y he aquí un título certero: “Nuevo Diccionario de Chilenismos y de otros usos diferenciales del Español de Chile”. Aquí está todo dicho, aquí se delimita rigorosamente un objeto, se segmenta y categoriza una porción de  esta inmensa realidad  en que nos movemos. Tipológicamente (género próximo) es diccionario, repertorio o colección codificada de “actos de habla de respuesta” como diría Lara. Y es nuevo, o renovado, con lo que se inserta en una concepción contemporánea de la lexicografía: no se trata de obra terminal, sino abierta a los pulsos de la historia. Aquí hay movimiento, aquí hay diástole y sístole, aquí hay manifestación del hacerse de la lengua española en su circunstancia chilena. Y es ejemplificado, vale decir, empíricamente fundado en textos auténticos, única obra lexicográfica chilena, hasta ahora, que, de modo estricto y sistemático, respalda todos los usos con material empírico de primera mano. Pero hay más en este título cabal que nos dice, en primerísima instancia, lo que cabe esperar de sus contenidos. Y es que utiliza ese recurso sinonímico de la estructura de equivalencias “y de otros”. Cuando Delia Domínguez llama a uno de sus libros más potentes “La gallina castellana y otros huevos”, la “gallina castellana” queda subsumida en la categoría de los “huevos”. Así también, cuando Manuel Antonio Román rotula su conocido “Diccionario de chilenismos y de otras voces y locuciones viciosas” (1901- 1919), hace transparente, casi de un modo ingenuo, su concepto de chilenismo, el que queda incluido en la categoría de las “voces y locuciones viciosas”. En este “Nuevo Diccionario”, se hace prístina la concepción subyacente de chilenismo, ahora de un modo nada ingenuo, sino teóricamente fundado, en la fórmula “y de otros usos diferenciales del español de Chile”. Significa que se concibe al chilenismo simplemente como un uso diferencial, diatópicamente diferencial, y, de ningún modo, como un “uso exclusivo” del español de Chile. Se sabe la larga discusión teórica a que ha dado lugar el concepto de chilenismo, o de americanismo en general, o simplemente de regionalismo, localismo, en fin,  de esa lexicografía de –ismos, a que se refiere críticamente Lara. Aquí se sale triunfante de la polémica con un concepto operativo que solo se radica en una lexicografía de uso diatópicamente diferencial. Elocuente muestra de auténtica lexicografía realista. “Hemos querido ratificar así -dice el Prefacio- el propósito del DECh que es y ha sido siempre el de presentar la imagen más precisa, diversificada y completa posible del universo léxico- cultural diferencial del Español de Chile..., a fin de que continúen manifestándose a través de sus páginas los aspectos más significativos del estilo de vida y de personalidad del pueblo chileno y del medio físico, biológico, histórico, social y cultural en que ha ido desenvolviendo su existencia como nación desde mediados del siglo XIX hasta la fecha. A partir de esta perspectiva, el DECh “no pretende ser otra cosa que un documento de trabajo dirigido en calidad de propuesta a los estudiosos, a fin de que puedan analizar, cotejar y juzgar los datos investigados con la mayor extensión y objetividad que nos ha sido posible”.
¡Feliz “documento de trabajo”, potente propuesta a los estudiosos es esta, que tenemos que agradecer! Resulta difícil imaginar una actitud más honesta, más sólidamente fundada, más éticamente comprometida con la complejísima realidad del léxico diferencial de una lengua histórica como el español.
Constituye auténticamente un honor el que se me concede: el de trazar algunas palabras de presentación del “Nuevo Diccionario Ejemplificado de Chilenismos y de otros usos diferenciales del Español de Chile” (NDECh), puesto que, sin duda, se trata de una obra señera de la lexicografía diferencial chilena, no una más entre otras, sino la única eminente que ha ocurrido, hasta la fecha, en nuestra historia cultural. Presentarla aquí no constituye más que un acto simbólico, puesto que el DECh y NDECh ya se han entronizado en nuestra historia, desde hace unos seis lustros, como uno de los referentes imprescindibles de la lingüística chilena y de la bibliografía humanística nacional e hispanoamericana. Pocas naciones de Hispanoamérica pueden hacer gala de una obra lexicográfica de tal entidad. En realidad, sólo se me ocurre nombrar a México, con el monumental proyecto de Luis Fernando Lara, que ya ha dado nacimiento a diccionarios de alta calificación científica y se proyecta, por sus innovaciones, como una de las escuelas metalexicográficas más importantes del mundo románico e hispánico. Félix Morales Pettorino ha logrado crear una sólida tradición lexicográfica, con continuidad y proyección histórica, y formar discípulos de alta competencia científica como Óscar Quiroz Mejías, Dora Mayorga Aravena y Patricia Arancibia Manhein, desarrollando, asimismo, una saliente actividad metalexicográfica: baste recordar que el edificio de este diccionario, toda su organización macro y microestructural, se asienta en una sólida base lexicológica, metalingüística, manifestada principalmente en el notable Estudio Preliminar, de Félix Morales Pettorino y Óscar Quiroz Mejías, obra galardonada, en 1981, y publicada por el Consejo de Rectores de las Universidades Chilenas. Este Estudio constituye una auténtica planta lexicográfica, lingüísticamente fundada, y su publicación independiente, en formato de libro, representa una excepción en las prácticas de la lexicografía hispanoamericana. La construcción está sólidamente proyectada y planificada de acuerdo con los principios de las ciencias del lenguaje contemporáneas. En mis cursos de la Escuela de Lexicografía Hispánica, realizados, en Madrid, desde 2002, en el programa de maestría organizado por la Real Academia Española, recomiendo la lectura de este Estudio como un modelo ejemplar de planta. Las complejas decisiones que el lexicógrafo debe asumir en su práctica encuentran, en este trabajo, un paradigma lingüístico y lexicológico de primer orden para el respaldo de su praxis: las páginas relativas a la marcación de los lemas, al complejo asunto de la contrastividad diatópica, a la discusión sobre la pertinencia y el tratamiento de las siglas, de los tecnolectos y gentilicios, me parecen de verdadera entidad.
Se dan, pues, todas las características de lo que se puede llamar, con propiedad, un quehacer académico científico superior: labor lexicográfica significativa y permanente, ya por más de treinta años; concepción metalexicográfica original, formación de discípulos que proyectan el trabajo hacia el futuro. Muy tempranamente, después de haberse producido el gran movimiento metalexicográfico de los años setenta (Josette Rey- Debove, Ladislav Zgusta, Jean y Claude Dubois, más tarde Günther Haensch y Reinhold Werner), que significó una renovación sustancial de la lexicografía y su institucionalización como fundamental disciplina lingüística, en manos de lingüistas y no de ilustres aficionados, ya se habían iniciado los trabajos preliminares del DECh. No puedo olvidar que, ya en 1971, la Academia Chilena de la Lengua otorgó su Premio anual al trabajo de Félix Morales Pettorino, “Los verbos en EAR en el Español de Chile”.
Aplaudo a la Universidad de Playa Ancha, que ha sustentado significativamente esta empresa, que ha sabido comprender que el “objeto diccionario” es algo más que un mero catálogo descriptivo del léxico, simple acumulación de palabras, como en el primer Neruda, arrogante, de la “Oda al diccionario”, cuando el poeta recibía las palabras directamente del Sinaí granítico y despreciaba ese “lomo de buey, pesado cargador, libro espeso”, “tumba, sepulcro, féretro, túmulo, mausoleo”. Esta prestigiosa Casa de Estudios ha comprendido lo que muchos lingüistas todavía no comprenden: el que, en rigor, el diccionario monolingüe se erige como una representación de la realidad social y de una memoria colectiva, que constituye el punto de referencia de todo hablar que quiera tener sentido en la sociedad. Esta naturaleza radicalmente social, en la concepción de Lara, se  basa en la existencia de una memoria colectiva de la lengua y en la institucionalización de la posibilidad que tienen los miembros de la sociedad de preguntar y recibir respuestas acerca del significado de las “palabras”. Concepción poderosamente intuida por el segundo Neruda de la Oda:
                           
                                       preservación
                                       fuego escondido,
                                       plantación de rubíes,
                                       perpetuidad viviente
                                       de la esencia,
                                       granero del idioma.

Este carácter cultural del diccionario lo hace tema de una elaboración que la lingüística debe tomar en cuenta, si lo que pretende es verdaderamente conocer todas las dimensiones del lenguaje, que es lo que corresponde a una auténtica lingüística pragmática. Gracias a la labor de estos pioneros de la nueva lexicografía (y de la metalexicografía), hoy se ve instalada entre las ciencias del lenguaje no sólo como una disciplina legítima, sino nuclear, para la comprensión del modo de comportarse el centralísimo componente de las lenguas, el léxico, y, de este modo, de la aprehensión lingüística de la realidad, de su organización humana, de su segmentación, de su categorización. Sin  más, de la delicada operación aristotélica del onomázein. Esta no es sólo faena de dioses, en las teogonías ancestrales de la religiones, ni sólo ocupación de hombres originarios, de un Adán y Eva primordiales, y no sólo de los denominadores de las ciencias y las tecnología, ni sólo de los astrónomos con sus Big Bangs y sus supernovas y hoyos negros, sino de cada uno de nosotros, cotidianamente, en el día a día de la faena lingüística. Nada menos que de eso se trata en un diccionario monolingüe, semasiológico, diferencial, como el DECh y el NDECh.
En mi trabajo de 1998, “Períodos en la lexicografía diferencial del español de Chile”, editado por la Real Academia Española, discierno tres grandes módulos históricos en la historia lexicográfica nuestra: el primero, de tipo técnico, impresionista, en manos de eminentes legos, ad náuseam, predominantemente normativo (Z. Rodríguez 1875, C. Ortúzar 1893, A. Echeverría y Reyes 1900, M. A Román 1901-1919, J.T. Medina 1928 y J.M. Irarrázaval 1945); el segundo, de transición, a cargo de académicos de la lengua, grupo siempre heterogéneo, aunque ya  con el aporte de filólogos y lingüistas y el resultado de una obra mixta, descriptivo- normativa (Academia Chilena 1978); y el tercero, con enorme salto cualitativo, decididamente científico-tecnológico, bajo el cuidado de lingüistas científicos, y representado, hasta ahora, única y exclusivamente por el monumental DECh, Morales Pettorino 1983-1987, suplementado en 1998 con un quinto volumen, y luego, su ultimísima edición NDECh 2006, que ahora saludamos, conjuntamente con su nuevo suplemento, los tomos IV y V del NDCh, correspondientes a los volúmnes IX y X del DECh. “Nuevo suplemento” lo llaman sus autores y creo que pecan de modestia. Cosa o accidente que se añade a otra cosa para hacerla íntegra o perfecta”, reza, en su defectuosa definición, el diccionario oficial académico, y aquí no se trata de meros añadidos. La operación que realizan los autores representa un esfuerzo por poner en sintonía el diccionario con los movimientos de una lengua viva – y cuán viva y en ebullición – y con los pulsos de la historia. Su propósito fundamental es, como afirman ellos: “corregir, adicionar, actualizar y suplementar el DECh y el NDECh”, solo que esto, que parece tan simple, se traduce en una faena ardua, larga y compleja, de rigorosa paciencia y delicada orfebrería. Entre muchos otros aportes de este “nuevo suplemento”, vale recordar los siguientes: un afinamiento en los criterios de una diferencialidad inteligente, que supera la tradicional dicotomía maniquea “España (-) – Chile (+)”, para considerar también la frecuencia de uso de las voces que pueden ocurrir diatópicamente en ambos espacios contrastados; un enriquecimiento de la nomenclatura con lexías correspondientes a las nuevas tecnologías (especialmente de la computación) y los nuevos usos y costumbres de una sociedad en progresiva globalización; un enfoque lexicográfico que se adelanta a los cambios, en momentos de aceleración de las modificaciones en las pautas culturales, asumiendo el riesgo de inventariar lo efímero, imprevisible; una enmienda sustancial de definiciones y acepciones; una renovada representación fonológica de  expresiones de estructura extranjera; todas mejoras intrínsecas que tienen como único y auténtico fin atender al compromiso ético de servir sumisamente al destinatario ideal del diccionario, dueño y señor, lector in fabula“que, también en materia lexicográfica, “siempre tiene la razón”. Hago sinceros votos por que este “suplemento” sea realmente un “modelo futurista”, como dicen sus progenitores, y que pronto se emprenda la anhelada refundición del DECh con el NDECh en lo que constituirá un magno tesoro lexicográfico de nuestro ser histórico. Así, “dando por soñado lo vivido”, se realizará el sueño de los autores y, sin duda, el de los destinatarios.
El gran Samuel Johnson escribía en el siglo XVIII: “Los diccionarios son como los relojes, el peor es mejor que ninguno; y del mejor tampoco se espera que sea exacto”. Y qué bueno que así sea, porque el diccionario, el verdadero, el realista (el del realismo platónico), no puede ser de otro modo si quiere cabalmente “decir las cosas como son” puesto que intenta representar la complejísima realidad de la lengua, objeto histórico que nunca se detiene, que está permanentemente haciéndose en la actividad de los hablantes. Por eso, al igual que las lenguas, un diccionario de uso no está nunca definitivamente terminado sino que se está configurando al seguir los latidos de la historia, que representan el humano constituirse. Y aunque el DECh y el NDECh no sean del todo exactos (nunca, ningún diccionario lo ha sido, ni podrá serlo, dado que recubre esa realidad movediza de la lengua, esto es, siempre se le mueve el piso, por lo cual nunca llega, nunca alcanza, nunca satisface completamente, es sobrepasado por la enérgeia y el universal de la creatividad), aunque el DECh no sea del todo exacto, digo, exhibe unos quilates de excelencia que lo hacen obra lexicográfica señera de la lingüística chilena e incluso de la lingüística hispánica sin más. Monumental, en lo cuantitativo; moderna, solvente, rigorosa, fundada, en lo cualitativo. Celebro, por ejemplo, la riqueza y adecuación semántica de sus definiciones, piedra de toque de toda lexicografía; la excelencia en la concepción, en la metodología y en los resultados; la sólida base del sistema conceptual subyacente que recubre los principales sectores de la realidad nombrada; aplaudo la estricta consistencia interna de sus exploraciones (lexicogénesica, semasiológica: acepciones, y onomasiológica: sinonimia); me admiro de la riqueza del contenido proposicional de sus artículos, especialmente en la categorización sistémica (gramatical) y en su cuidada marcación variacionista.
Y, por todo esto, y mucho más, que el rigor del espacio me fuerza a callar, en nombre de la Academia Chilena de la Lengua, felicito hondamente  a D. Félix Morales Pettorino, lingüista y maestro de la lexicografía chilena, autor y alma mater de esta magna empresa, y al equipo del DECh, así como a la Universidad de Playa Ancha, especialmente en la persona de su ex Rector, D. Óscar Quiroz, lingüista y lexicógrafo de vasta trayectoria, y a la Editorial Puntángeles de la Universidad de Playa Ancha,  a cargo de una cuidada y pulcra edición, por esta obra mayor de las letras nacionales, definitiva para los estudios lexicológicos chilenos, que ya ha pasado a pertenecer, con plenos derechos, a la bibliografía clásica chilena.
El 10 de marzo de 1750, don Juan de Yriarte, en su discurso “Sobre la imperfección de los diccionarios”, leído en la Real Academia Española, decía: “Siempre que considero, Excelentísimo Señor, por una parte la suma importancia de los Diccionarios, y por ótra el atraso en que se hallan, aun después de tanto como se ha trabajado en su perfección, no puedo menos de extrañar la lentitud de sus progresos, y lamentarme de la desgracia de las lenguas, que ni por antiguas, ni por modernas, ni por muertas, ni por vivas han podido lograr hasta ahora un Diccionario completo: como si fuese destino ó fatal propiedad suya el necesitarse de más siglos para la colección de sus vocablos, que para la formación de ellas mismas”. Esta magnífica nueva edición del DECh nos muestra, con su excelencia y  nobleza, que -como dice el proverbio oriental- “el camino es la meta”. O más exactamente, como sostenía el gran Goethe: “Que no puedas llegar nunca, eso es lo que te hace grande”.

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