sábado, 21 de abril de 2012

ULISES Y LA FARAONA.

De VOLTAIRE CATALÁN JIMÉNEZ.
(un cuento breve y magistral)
(Gentileza de René Acuña  Editor de Revista Alternativa, Nº 22, y p.22).

         Todas las tardes, a la misma hora, salían a pasear por la plaza del pueblo.
         Vivían en las afueras, en enorme morada. Ella se sabía hermosa, bella hasta provocar rabia. Esbelta, joven, de boca encendida y verdes pupilas. De turgentes pechos, apenas disimulados por el pulóver que ya reventaba y cuyas torneadas piernas le daban un caminar ondulante, como serpiente en acecho, causando la admiración y excitando dormidos deseos hasta de los moribundos del miserable hospital.
         Ella paseaba con Ulises, su compañero. Cruzando como una soberana bíblica, etérea cual faraona, por delante de todos. Pasaban por el boliche del bigotudo usurero de la esquina. Por el local del carnicero gordo, satisfecho, con el delantal salpicado de sangre seca y la lascivia corriéndole por la pera hasta bañarle el pecho. Más allá, por la iglesia del cura flacuchento y nervioso, que atisbaba oculto tras los visillos de la sacristía. Pasaban ante la casona del juez de mirar dormilón., flojo, lento, colmado de regalos y coimas. Transitaban orillando la reja de las vecinas, desamarrando el látigo de sus lenguas. Delante del cantor de aldea que cada vez arrancaba inspirados sones a las cuerdas de su guitarra y la de un poeta loco, que solitario en la buhardilla, escribía versos y sonetos para ella, bajando lunas, desbordando riachuelos de flores y pensando en suicidarse.
         -¿Cuándo caminará sola por la calle? ¿Cuándo será el día que Ulises quede solo en casa, se enferme o mejor que se muera y podamos entonces, pronunciar a lo menos, un requiebro al oído de esa diosa que revoluciona el pueblucho hasta el otro lado de sus cerros?- se preguntaban en la cantina, en la botica, en sus madrigueras de adobe, dando rabiosos portazos que estremecían al vecindario. Envidiaban y odiaban a Ulises, tanto como la adoraban a ella.
         Ulises, orgulloso, imponente, de amplio tórax y mirada de águila, caminaba muy junto a la Venus, observando con desdén y disimulada indiferencia su alrededor..
         Sentada en el banco de la plazoleta, bajo un castaño y frente a la fuente de piedra con querubines desnudos, ella daba vuelo a las caricias, a las que Ulises respondía con ternura, con un amor desbordante.
         Era el espectáculo de todas las tardes, sin embargo el pueblo, con masoquismo irracional, esperaba ansioso esa hora bendita para poder contemplar a la bella y desearla aunque fuera con la imaginación, pero la enorme presencia de Ulises, que sólo con desenvainar la espada de sus ojos, enfriaba los suspiros y ponía en fuga cualquier antojo. Cuando la fragua del sol agonizaba por el revés de los volcanes con sus bocas de piedra, los dos muy juntos regresaban a casa. Ella se levantaba del escaño de piedra con aires de reina, destacando el óvalo perfecto de su rostro, la cintura breve y la falda cortita, e íbase, dejando nuevamente tras de si un telar de quimeras.
         -Vamos sin apuro, Ulises, mañana será otro día –murmura musicalmente la joven, dando un tirón a la cadena del rottwailer, que responde con un estruendoso y alegre ladrido.

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