domingo, 15 de abril de 2012

Descubrimiento de Valparaíso


Entre las cosas raras que han sucedido con nuestro Valparaíso, llamado familiarmente "Pancho" o, en lenguaje festivo, "Pancho Gancho", está la casualidad histórica de que se trata de una "ciudad-puerto", que nunca fue fundada en lenguaje estricto, sino más bien descubierta. Someramente, la historia nos cuenta lo siguiente:

Juan de Saavedra [Andalucía, 1490? – 1544]]  es el nombre del conquistador español de origen hidalgo, nacido, entre fines del siglo XV y comienzos del XVI, en una pequeña villa en las cercanías de Sevilla conocida con el nombre de Valparaíso.  Las noticias que se tienen de él son más bien escasas. Se sabe, eso sí, que Diego de Almagro, cuando en 1535 estaba preparando la primera expedición al sur, rumbo a ese país desconocido que los indios peruanos llamaban Chili, o acaso Chiri, ‘lugar frío’) y mientras el conquistador se decidió por expedicionar con el grueso de su gente por el lado de la cordillera andina, a este joven hidalgo le encargó temporalmente el mando de la vanguardia de aquella expedición que acabaría en 1536 con la conquista de nuestro territorio habitado hasta ese momentos por numerosas tribus indígenas, no todas necesariamente mapuches.

Pues bien, en setiembre de ese año, al acceder al caserío indígena de Aconcagua, don Juan de Saavedra, poniendo en ejecución las órdenes de su jefe, se dirigió con una treintena de soldados rumbo a la bella ensenada conocida con el nombre de de Quintíl, a fin de explorar las costas con el deliberado propósito de encontrarse con el barco que debería estar allí anclado y del cual recibiría los bastimentos necesarios para mantener el sustento de los tercios españoles.

Al recorrer por vez primera la playa, sintió en el rostro las gratas brisas marinas de la primavera en cierne, en medio de un paraje de ensoñación, divisó el océano y luego se entregó a contemplar el albo oleaje del inmenso Mar del Sur que tenía enfrente y la caprichosa cadena de colinas boscosas que lo coronaban por el oriente... 

El alma imaginativa del soldado andaluz, que tras una expedición agotadora, acababa de llegar a disfrutar a pleno pulmón de aquel remanso, debe de haberse sobrecogido de emoción. Y seguramente, al experimentar la nostalgia de su terruño, se debe de haber sentido hondamente conmovida por aquel paraje hermoso, de clima tibio, del que emergía, entre el trasfondo de sus cerros, un plácido valle surcado por algunos riachuelos y habitado por unos cuantos pacíficos indios pescadores: los changos.

Y acaso no pudo menos de pronunciar el nombre de su aldea natal: ¡Valparaíso! es decir, “¡Valle del Edén!”.

Había nacido para siempre jamás el imponente nombre de la pintoresca ciudad coronada de cerros caprichosamente poblados que llegaría a ser uno de los más importantes puertos del Pacífico occidental.

Y su nombre quedó sellado en la historia y en la geografía del globo terráqueo y en particular de Chile y de nuestra América.

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