viernes, 13 de abril de 2012

Nuevo viaje rumbo a la Luna... de miel. De Félix Pettorino.

Viña del Mar, lunes 07.02.77, día de los cumpleaños de la abuelita Tina, que entera 76 vueltas de vida alrededor del sol, y de nuestra Glorita, que solo cumple 19.
Se avecina el día lunes 14 de febrero, Día de San  Valentín, patrono de los enamorados. Para tan memorable ocasión, Nechia, como con su esposo es costumbre, se dispone a dedicarle unos sencillos versitos de cariño. Pero esta vez ella desea que, además de expresar su romántico afecto, la estrofilla tenga la virtud de abarcar su nombre real, bajo la forma de un acróstico. Los primeros versos los ha encontrado fáciles..., (pero luego, no tanto..., como parecía). A medida que avanza en la composición, la tarea se le va dificultando tanto, que al abordar el penúltimo verso, llega a convertírsele en algo complicadísimo y hasta se siente incapaz de rematarlo de modo satisfactorio... Lo peor está al final: ¡Imposible recordar una palabra iniciada por X! (¡son tan escasas!) y que además le calce a la rima para cerrar la estrofa, como lo mandan Cupido, dios del Amor, y Calíope, diosa de la Poesía.
Y no le queda otra solución que dejar el famoso acróstico sin terminar y da temporalmente por fracasado el intento...
Horas más tarde, reflexiona con amargura: “-¡Qué contratiempo! ¡Y yo, que creía que un acróstico era tan fácil y que todo estaba tan bien planificado!”.
Después de un rato, vuelve a pensar: “Es tonto afligirse por tan poca cosa... Después de todo, se trata del remate final de un simple acróstico dedicado a Félix, como respuesta a los versitos que él mismo acostumbra dedicarme el día de San Valentín. No se trata de algo novedoso. Es solo una ínfima parte de la sorpresa que le tengo preparada...”
Y en contra de su opción por el fracaso del plan, no encuentra mejor solución que recurrir a su esposo, a quien considera como mejor entendido en materia de versificación.
Como era de suponer, no tuvo el menor tropiezo en su petición. El “beneficiario” accedió encantado y, después de una breve conversación, con un abrazote, besos y cariños de  gratitud, y de ciertos reiterados empeños, surgíó ¡por fin! el verso más el fragmento que le faltaba, y el problemático acróstico quedó redactado así:

Feliz, Félix, de haberte encontrado
En este Universo inmenso.
Loca de amor me volví.
Intensa emoción es la que siento
X: perdón, ¡no hallo palabras para ti...!

         El forzado acomodo, que se puede leer en las letras negritas con que está impreso parte del penúltimo verso más el de remate, no resultó muy feliz que digamos. Pero lo importante fue que el acróstico salió y ambos enamorados quedaron “felixes” de haberlo completado. (Y si por casualidad, se hubiera topado esta edición de la Bitácora de viaje con algún lector incrédulo, le rogaría que comprobara la veracidad de lo dicho mirando la escritura de la fotocopia facsimilar inserta en ella).
Bueno, pero “la intención es lo que vale”. Y por otro lado, hay que valorar que “obras son amores”..., y en eso -dice Félix- mi Nechita nunca falla. Después de todo, las palabras no importan tanto..., Y más todavía, cuando ella, además del poemita de marras, le tenía reservada a su Cara Mitad una sorpresa que era más que “cototuda” para aquel luminoso Día del Amor...
         Es el caso que a cuenta de su desahucio por sus 26 años de servicios cumplidos ininterrumpidamente: primero, como inspectora del Liceo de Niñas Nº 8 de Santiago; y después, una vez titulada en la Universidad de Chile, como profesora de Francés en el Liceo de Niñas  Nº 1 de Valparaíso, el pasado lunes 31 de enero, hacía algo así como una semana, había recibido un chequecito, que ella estima como suculento, comparado con la escuálida suma que, a título de sueldo, percibió mes a mes durante todo aquel largo período.
         Lo de los 26 años de labor requiere una explicación, ya que la jubilación normal era por aquellos lejanos tiempos, sin distinción de sexos, después de cumplidos 30 años de servicios, y no de 26. ¿Por qué tanto privilegio? podrá acaso preguntar nuestro lector, que no lo imagino intrusete. pero sí curioso, como son todos los lectores de verdad... Pues, porque uno de los mandatarios de aquel tiempo (que no me atrevo a nombrar, para no verme involucrado en presunciones políticas o en sospechas partidarias), patrocinó y logró que se dictara una ley que premiaba a la mujer trabajadora con el descuento de un año de labor por cada hijo, hasta enterar el límite de cuatro. Y hay que destacar que Nechia, la valerosa mujer defensora de la vida de los seres inocentes que están por nacer, resolvió tener todos los retoños que el Buen Dios quisiera darle..., y su bella y genuina humanidad no le dio más que para llegar a tener ocho (menos uno: el primero, que desgraciadamente murió en el vientre materno antes de nacer). Y creo que no tan “desgraciadamente”, porque al tiempo después de esa triste pérdida, vio la luz el Nonín, el único varón y actual primogénito.
         Y como la “copucha” de nuestro amigo lector puede haber ido en aumento, es posible que se esté preguntando en estos momentos: ¿en que habrá consistido esa sorpresa “cototuda” que Nechia le tenía reservada a su Cara Mitad en aquel luminoso Día del Amor que se celebraba, y todavía se celebra, el 14 de febrero de cada año?
         Pues, aunque usted, averiguador amigo, no lo crea, se trataba de un escape lunar (y meloso) allende los Andes, con todos los gastos pagados por ella, incluyendo obviamente el traslado, alojamiento, alimentación y demases, en dirección a determinados lugares turísticos de nuestros vecinos (“sudacas”, como nosotros), de Argentina y Uruguay.
         Y usted, paciente lector, estoy cierto que debe ser bastante comprensivo. La tentación de Eva ha sido, de Paraíso a Paraíso, tan promisoria como irresistible para la débil carne de nuestro Adán milenario.
         Era un sacrificio de los grandes para una mujer de modestos ingresos, destacada por una abnegación inagotable y dotada de una maternidad a toda prueba... Casi como para que llegara a malograr un tanto su bien ganado prestigio, si hacemos presente el abultado número de hijos y el hecho de que la menor de sus siete retoños, Amelita, la hoy veterinaria y  “microbióloga en alimentos”, era todavía una niña “preadolescente” que contaba apenas con 11 años recién cumplidos...
         Poco tiempo después del mes de noviembre de 1976, período del aniversario de su pololeo iniciado en 1945, se había dado tiempo para reunir a los hijos a fin de preguntarles durante la ausencia de su esposo: ¿Qué les parece, niños, que el papá y yo nos demos una “escapada” por unos cuantos días, aprovechando el comienzo de mi jubilación? Antes de contestar, les advierto que se trata de un período muy breve, de solo 13 días, desde el 13 hasta el 26 de febrero de año que está por llegar... De la decisión unánime de ustedes depende ese viaje...
La respuesta ¡Siiiií! no se dejó esperar (aunque en más de algún caso con cierta “penita”). Prevaleció el gusto que experimentaron al vislumbrar la inédita novedad que significaría en sus vidas el paseo en proyecto y sobre todo, la oportunidad de que sus padres disfrutaran a sus anchas de un viaje tan lleno de dulces promesas... Además, se daba “de yapa” el mayor relajo por unos cuantos días, una mayor tranquilidad, libertad e independencia para relacionarse entre sí y con sus amistades en plena época veraniega, y también, ¿por qué no decirlo?, la novedad que significaba someterse a prueba para administrar el hogar por sí solos durante aquel par de semanas... Vale la pena hacer presente que se trataba de hijos pertenecientes a la viejas generaciones “lolas” de una de las décadas situadas en el tercer cuarto del siglo XX, bien dotadas (como era la norma general en aquel entonces), de un gran sentido de responsabilidad inculcado con la palabra y el buen ejemplo por padres, sacerdotes y maestros...
Bueno. Estando decidido ese histórico peregrinaje, ¡manos a la obra!
Y, entonces: ¡a entregarnos de lleno a los trámites, papeleos y ajetreos de la travesía en avión a Buenos Aires, el día 14 de febrero, incluidos obviamente ropas, maleta, bolso, pasajes, dólares, etc.,  justito un día después de la celebración del 22º aniversario de Nenena, “la niña del centro”, cuyo regalo se lo tuvimos que quedar debiendo hasta el regreso del paseo: El recibo de compostura de los zapatos tan trajinados del papá quedaron en manos de Glorita, quien se encargó de rescatarlos para entregárselos bien reparados a la vuelta del viaje. Los documentos de conducción del Chevrolet 1949 café con leche y bien peinado, incluido el padrón del auto, quedaron en poder y bajo la confiable responsabilidad del Nonín, quien se comprometió a renovar su permiso de conducir a fin de acudir, en buena forma y sin mayores riesgos, a la recepción de los progenitores al aeropuerto de Pudahuel cuando llegara el momento del retorno.
El viaje se haría en la línea Braniff y el avión partiría, como ya se dijo, el día 14, a las 14,15 hrs. Para ello se reservaron los respectivos pasajes y los de Cóndor Bus a las 9 en punto de la mañana, rumbo a la Capital del Reino, aunque con una necesaria bajada al llegar al desvío de la carretera hacia Maipú, donde se tomaría un taxi del paradero allí existente en dirección al citado aeropuerto de Pudahuel, que andando el tiempo se cambió por el nombre del comodoro del aire Dn. Arturo Merino Benítez (1888-1970), en homenaje al hecho de haber sido este ilustre oficial de artillería quien en 1929,. desde su alto cargo de Director General de Aviación, procedió a la creación de la primera línea aeropostal Santiago-Arica, con lo cual dio paso a la iniciación de la aviación comercial en nuestro país.
Es preciso advertir al lector que la pormenorizada relación de la presente Bitácora del viaje ingresará, a partir de ahora, a un ambiente más autobiográfico y, por ello mismo, más personal y familiar durante la descripción y narración de los detalles e incidentes de la empresa en desarrollo.
Mi “media naranja”, tomando muy en serio su responsabilidad de madre, ha estado redactando varias hojas de “instrucciones”, una para cada hijo. No transcribiré íntegramente sus acuciosas advertencias, órdenes de trabajo y consejos, porque de ser así ocuparía, diría yo, más de un vigésimo del espacio destinado a esta Bitácora del viaje y no me cabría el cuaderno de cien páginas que he abierto con el objeto de dejar un recuerdo lo más exacto posible de todas y cada una de las pericias de este periplo, que se torna mucho más complicado de lo que primitivamente hubiera imaginado. He aquí algunos párrafos marcados de los encargos de mamá, hijo por hijo y por estricto orden de edad:

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