viernes, 13 de abril de 2012

Quejas del alma (contra el cuerpo que la aloja) Félix Pettorino


Si me permitieras, Señor, te haría saber una cosa,
que quiero pedirte, aunque ya la sepas:
él ya lleva demasiado tiempo conmigo a cuestas
y aunque soy más liviana que un vello de su piel,
lo noto cansado.

Como bien lo sabes,
él está hecho de una materia que se corrompe fácilmente,
los embates del tiempo ya lo tienen maltrecho,
no resiste muchas horas tu luz ultravioleta,
se cansa muy pronto con cualquier ejercicio,
el golpe más nimio le provoca abatimiento,
las agujas del frío le laceran pecho, pulmón y garganta
y hasta, cuando hay buen clima, se marea con la brisa.

Mucho me cuesta estar siempre morando dentro de él:
Mientras envejece
y se estropea a ojos vistas,
yo me mantengo igual de joven.
¡Es mi predisposición natural para la vida!

En verdad, no sé cómo hiciste
para que, sin darme cuenta,
una noche cualquiera, aterrada,
me encontré ahí dentro.

Dime, Señor:
¿es que nunca yo nací?
A veces, cuando enferma gravemente,
jamás, como él, presiento
que me anda rondando una muerte real.
Y no importa de qué maleficios o catástrofes aquello provenga,
sé que sobreviviré,
aunque no sepa cómo.

Soporto con paciencia sus perversas adicciones.
Ellas suelen incitarme a cometer actos
que me provocan vergüenza de mí misma.
Comprenderás, Señor, que con un ser así
no se puede vivir mucho tiempo en pareja.

Y, aunque retenida en cautiverio
por sólo Tú sabes cuánto tiempo,
¡me da tanto miedo mi liberación inevitable!

Dentro de mis contradicciones y agonías,
te doy las gracias
porque, al menos hasta hoy, no ha pasado gran cosa,
salvo ciertas desazones,
que Tú bien conoces,
los accidentes previsibles,
los quebrantos de todas las horas,
las amenazas de estos tiempos inclementes
poblados de utopías y fantasmas
y la angustia esencial de la existencia, desde luego.

Comprendo que más temprano que tarde
la fatiga del material
me habrá de dejar como náufraga desnuda
a la deriva
de tus leyes celestiales,
cuyo texto en gran parte desconozco.

Te pediría,
si es posible,
que en ese trance
no me dejaras caer en tirabuzón
hacia quién sabe qué agujero negro.
Ni que permitas mi orfandad
a medio camino,
como estatua de sal,
condenada a ser disuelta por el tiempo.

Sólo me atrevería a implorarte una cosa:
¡ten piedad de mí, Señor!

1 comentario:

  1. Muy original es como la otra cara del ser escondido medio parecido a la Conciencia quizas hermana del Alma.
    Bonito, no hay duda.
    Gracias.

    ResponderEliminar