miércoles, 29 de febrero de 2012

A Hernán M. Pettorino, mi abuelo y maestro.


      Innumerables son los recuerdos que conservo junto a él, 
desde los primeros recuerdos que tengo de mi infancia hasta los últimos días de su vida.                      
Aún siento con intensidad el inconmensurable amor y cariño que nos entregó a nosotros:“sus queridos nietos”. Recuerdo siempre el inmenso afecto transmitido durante mi niñez, cuando me enseñaba a dibujar y pintar, o cuando recibía mis primeras lecciones de piano a mis 6 años de edad, o cuando con mis primos salíamos a caminar y él nos sacaba fotografías que luego las conservaba como un tesoro.
Me he sentado nuevamente frente al piano y gracias a lo que él me instruyó, mis manos me han permitido escuchar una vez más el Tríptico mistralino…, retorno a mi infancia y mi abuelo se hace presente, junto con los recuerdos más lúcidos de aquellas arduas jornadas de bella música e incalculable sabiduría que recibí directamente de él, mi más grande maestro.
La música de mi abuelo es muy libre y diversa, en ella convergen distintos estilos y géneros desde la música para piano solo y la música de cámara, hasta la música coral y orquestal; además de las diferentes etapas de su vida, desde sus obras de juventud hasta las obras más maduras de su adultez. 
En síntesis, es un mundo artístico a explorar que aún nadie conoce, solamente él. En mi infancia muchas veces tuve la oportunidad de escuchar sus composiciones en el piano y en el teclado, aún así no logré escucharlas todas, pero las que escuché, siempre permanecen vivas en mi interior como los recuerdos más dulces de un niño.
Sus fuentes de inspiración más recurrentes fueron aquellas cosas modestas de la vida, junto con la naturaleza y la poesía en esencia. Su obra está cargada de una gran modestia y espiritualidad; así como también de aquellas profundas y melancólicas melodías, comunes tanto a un Alfonso Leng como a una Violeta Parra; una especial identidad de la música chilena más intima. Creo que el Tríptico mistralino es una obra que logra una perfecta unión entre su indudable sensibilidad artística y musical, en conjunción con la más bella poesía de nuestro país. Gracias a un especial tratamiento melódico conmovedor y naturalmente disonante que acompaña y es fiel a la emocionalidad propia del texto poético, esta obra es un admirable homenaje a Gabriela Mistral.
Infinito es el conocimiento que adquirí de mi abuelo. Nunca me he olvidado de cómo me enseñó el profundo respeto que merece la naturaleza, en aquellas mágicas excursiones que realizábamos en el interior de un bosque en el que todo era posible; cómo me enseñó el inimaginable valor de un libro, cuando cada noche escudriñaba algún polvoriento documento entre sus estantes, el cual poseía una nueva y asombrosa ciencia para mí y que con todo entusiasmo escuchaba recitar el texto a mi abuelo; cómo me enseñó el mundo oculto tras la música, cuando entre cada libro se intercalaba un disco de vinilo con alguna importante obra perdida en los vaivenes de la historia de la música. ¿Cómo olvidarlo? ¿Cómo olvidar sus palabras sobre los misterios del hombre, del espíritu y de los mundos? ¿Cómo olvidar su más sublime visión del arte y la música que hasta hoy en día sigue siendo parte de mí y que jamás dejará de serlo?
     Todo lo que mi abuelo me entregó, hoy es parte de mí sin duda y no dejo de agradecer hasta siempre la suerte de haber nacido como uno de los nietos de Hernán Morales Pettorino.
Lucas Alvarado Morales, Valparaíso, 2009.

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