viernes, 17 de febrero de 2012

Primera página de un diario íntimo de Félix Pettorino.

abril 21 de 1943. Hoy en la tarde, niña hermosa, a eso de las 18,45, te he visto por primera vez en una de las aulas de la Universidad Católica de Santiago. Con dos amigas de tu edad (de seguro compañeras de curso) entrabas y salías de la clase que dictaba el Dr. José María Souviron. Me extrañó que el prestigioso profesor de Literatura Española no prestara atención a los raros movimientos y turbulencias de unas presuntas discípulas presentes en su clase. Era -pensaba yo- como para irritar la proverbial impaciencia de que hacen gala ciertos personajes ungidos por la fama que proporciona la cultura elevada al extremo. Pero no. Creció por igual mi admiración por Souviron y mi curiosidad por ti y un poco menos por tus compañeras de diversiones. Parecían tan confiadas, que descartaban la posibilidad de que el maestro que oficiaba de tribuno ex cathedra se saliera de sus casillas: cuchicheaban y reían por lo bajito, como si estuvieran, no en el claustro universitario de la hoy llamada Pontificia, digna del mayor de los respetos, sino en una amplia sala de charlas donde se podía secretear y “chinchosear” al más regalado gusto, sin otra limitación que la de no perturbar notoriamente el clamor tremolante de las sonoras palabras del profesor. Más que un hombre resignado o tolerante, José María era en verdad un real campeón de oratoria intelectual, sobre todo “literaria” y “humanista”, de esos doctores docentes que saborean tanto lo que predican, que disfrutan con su discurso mucho más que el más atento de sus auditores. Y esa era la clave de su aparente desinterés ante las estridencias de algunas de sus oyentes. En ese instante adiviné que tú ya te habías percatado de ese defectillo del eximio catedrático y creció aún más mi curiosidad y admiración por ti. –¿Y por qué no por las otras? –me preguntarás. La respuesta me la guardo, por ahora, esperando que este bichito, que se revuelca dentro del nido de mi pecho entre la novedad y el embeleso, me haga salir de los labios la verdad de aquello que estoy entre develar o mantener callado para siempre...

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