viernes, 24 de febrero de 2012

Una amiga llora la muerte de mi Nechia


Querido y buen amigo Félix:
                                      No te puedes imaginar el terrible impacto que fue para mí la triste noticia de ayer en la mañana, cuando una de tus hijas me anunció la partida de nuestra querida Inés. Yo andaba todavía en bata, porque me había despertado tarde, y respondí convencida de que era un llamado de mi hija Ghislaine que me apuraba, porque teníamos hora al otorrino. Fue parecido al impacto que sentí cuando me caí, el 15 de octubre.  No atiné a nada.  Tu hija me dijo que tú estabas allí al lado, y no se me ocurrió hablar contigo, sólo sentía una ola inmensa de angustia y lágrimas que me ahogaban.  Cuando ya reaccioné, ya había cortado el teléfono y corrí a avisarle a Ghislaine la mala noticia.

                Félix, lloré y lloré y no atiné a volver a llamar para hablar contigo, para expresarte toda mi pena, mi soledad, porque las amigas y amigos tan queridos, son un refugio cálido que te desorienta totalmente si de repente te das cuenta que te falta.

            Es que son tantos los recuerdos...  Cierro los ojos y veo a la Inés de los veinte años, con sus lindos y risueños ojos verdes, con sus negras pestañas como abanicos, con su dulzura y bondad. Eramos, con la Toya Soto, un trío de ingenuas lolitas, formadas por nuestros padres con tantos austeros valores, que no sabíamos  enfrentar ese nuevo mundo al que ingresábamos, y al que mirábamos con fascinación y algún temor.

           Ayer en la tarde era el show de fin de año en la Alianza Francesa, del curso de mi pequeña biznieta Valentina, y me costó un gran esfuerzo asistir, porque no podía defraudar a la niña, que deseaba tanto mostrarnos sus habilidades. Antes de salir intenté llamar a tu departamento, aunque suponía, lógicamente, que no contestaría nadie. Llamé muchas veces. Si tu teléfono tiene la tecnología de registro de las llamadas, estará mi número muchas veces.

            Cuando regresé, después de las ocho de la noche, volví a llamar.  Lamentablemente, nunca se me ocurrió antes preguntar a Inés los teléfonos de sus hijos e hijas.  Ni siquiera sé el nombre de los maridos, intenté a través de los números del 107 y del 103 de las compañías de teléfonos, tampoco conseguí nada.  De tu hijo, recuerdo el nombre familiar de "Nono", pero no recuerdo el nombre.  Descubri, finalmente que yo había anotado en un cuaderno de esos "pense-bête" que todos tenemos, los nombres de Magaly, Amy, Manena, Gloria y Patty pero, aunque di esos nombres en Informaciones de Teléfonos, con el apellido Morales Hernández, no pude conseguir ningún teléfono.  A través de El Mercurio, supe que la Misa era a las 12.30  en la Parroquia de Los Carmelitas. En El Mercurio de Santiago no había mingún parte.
   No te pregunto nada sobre los últimos momentos  que nos arrebataron a Inés. Guardo la esperanza de verte, de hablar contigo.  Si tu corazón te lo dice, podremos hablar cuando tú lo decidas.  Sí te digo que este doloroso instante me pilló a mí también muy mal.  Tanto, que por primera vez había hablado con mi hija sobre la necesidad de ver un psiquiatra, porque desde el día de mi accidente, vengo despeñándome en una penosa depresión.
               Gran amigo, tú quedas para mí como una amistad heredada de Inés, porque estoy segura de que has sido siempre tan gentil y bondadoso, tan amistoso y cercano, por ser yo una fiel amiga de Inés, porque yo no tengo ningún mérito especial que me ganara tu bella amistad.
Me siento infinitamente honrada por esa amistad, siento un lazo muy fuerte con tu familia, por el cariño que yo tenía hacia Inés,  la compañerita de los días más felices de mi juventud, cuando todo era para nosotros una promesa de un futuro incógnito pero luminoso.
              Quiero expresarte a ti y a toda tu familia  cuánto comparto el pesar que los aflige, que es también mío, porque yo he perdido ese tesoro irreemplazable que es una amiga como Inés, con quien compartí minutos tan hermosos como las risas, la alegría, los temores e ilusiones de los veinte años.  Y como  siempre ocurre, uno viene a comprender todo lo que una persona significaba para uno, cuando ella se va en el gran viaje hacia Dios.

    No digo de Inés " que en paz descanse,"  porque estoy cierta de que ella ya está entre los ángeles del Señor, y  de que ella vive ahora en la gloria, la paz y la alegría de los bienaventurados.  Ella será una amiga, una hermana, una noble protectora que nos acompañará desde allá hasta el fin del camino.

       Cuídate, tienes la misión ahora de ser la roca firme para tu familia. Para nosotros, tus amigos, eres el árbol cuya sombra siempre nos cobijará.
         Con todo cariño. Gladys Belvderessi


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