lunes, 13 de febrero de 2012

Nechia se despide de sus hijos y les pide perdón (al cumplir 80 años)

              

“...Muy cerca de mi ocaso, yo te bendigo vida,
porque nunca me diste ni esperanza fallida
ni pena inmerecida...,

como dijo el poeta Amado Nervo. Pero por sobre todo le doy infinitas gracias a Dios por haberme permitido ser madre y haber podido traer al mundo a siete hijos sanos e inteligentes, por haber puesto en mi camino a un compañero de ruta bueno, inteligente y comprensivo. Ambos mirando juntos hacia el futuro, dirigimos a nuestros hijos por el sendero de la responsabilidad y de la rectitud. Ellos no nos han defraudado, fueron todos muy buenos alumnos y actualmente son eficientes y honestos profesionales y excelentes personas, cariñosas y comprensivas con sus padres y muy buenas madres y padre para sus hijos. Todo lo hicimos pensando en lo mejor para nuestros hijos, los mejores pediatras, los mejores colegios, etc.

Ahora, ¿qué pensarán ellos? Ojalá no sean muy severos con sus críticas. A la mujer nadie le enseña a ser madre, es un sentimiento que una trae al nacer y que se va desarrollando con el paso de los años y las experiencias adquiridas. Además dicen que el tener muchos hijos es un signo de confianza que Dios deposita en uno, quiere decir que Dios la considera capaz de responsabilizarse de tamaña tarea.

Siendo la menor de mi familia, nunca vi una guagua en mi casa, la guagua era yo... No tenía idea de cómo criar a un niño. Por eso me preocupaba, porque yo quería hacer bien mi papel, ser una buena madre. Tampoco existía como hoy esa gran cantidad de libros y folletos para criar y guiar a los hijos.

Dios quiso enviarme los cuatro primeros hijos al hilo, uno tras otro, todos recibidos con mucho amor. Fue casi como criar cuatrillizos, por lo tanto lo urgente era alimentarlos y vestirlos bien y no había mucho tiempo para preocuparse de los matices del carácter de cada uno, para tener una atención personalizada como se dice ahora. Y mientras criaba a los cuatro primeros, fueron llegando tambíén rápido los otros tres...

Fueron años difíciles para mí, porque yo tenía que cumplir como buena madre, buena esposa y buena profesional, por lo tanto era casi imposible repartir adecuadamente el tiempo y de realizarme bien con todo. Además, mi profesión me exigía tareas para la casa, como preparar clases, corregir pruebas, hacer planillas, etc., fuera de las reuniones con apoderados, todo lo cual me quitaba tiempo para la atención de las necesidades materiales y espirituales de mis hijos.

Yo creía que lo había hecho todo bien, aunque ahora me asalta la duda, porque siento que no les di esa cuota de arrumacos que todo niño necesita. En aquellos tiempos era otra la filosofía de la vida familiar. Mi madre, por ejemplo, casi nunca nos hizo “añuñuyes”, pero se sacaba la mugre por nosotros, se preocupaba hasta del último detalle y entonces los cinco hijos que fuimos nos dábamos cuenta de que éramos muy importantes para ella, tal como cada uno de ustedes fue y sigue siendo muy preciado para mí y para su padre.

Ahora, con el correr de los años, he pensado en cuántas veces me habrán necesitado porque estaban pasando por un mal momento y yo no supe o no pude darles el apoyo necesario. Por eso, ahora les pido perdón. Por todas esas cosas que les quedé debiendo, es que ahora rezo mucho por cada uno de ustedes, mis hijos, y por cada uno de mis nietos, y todos los días pido a Dios que los libre de aquellas grandes desgracias o tragedias que a veces aquejan a las familias.

Y creo que he sido escuchada, porque todos han tenido hijos sanos e inteligentes.

Por todo eso me siento feliz y agradecida de Dios, y espero que mis hijos se acuerden mucho más de los momentos felices que pasamos todos en familia, antes que de las inevitables penas juveniles.

Termino estas palabras con aquellas del poeta, que en este acto hago mías:

“Amé, fui amada, el sol acarició mi faz.
Vida, nada me debes. Vida, ¡estamos en paz!

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