miércoles, 29 de febrero de 2012

La tela de Penélope, una clase magistral de Félix Pettorino.

Penélope en el vocalismo criollo.
(tejer y destejer, hacer y deshacer).

(Clase magistral a propósito del lanzamiento de la 4ª edición del “Manual de Fonología Española”, año 2000).


   Antes que nada, una breve historia, aunque algo elaborada, como esas anécdotas o “chascarros” que se cuentan para captar, en la medida de lo posible, el interés de los discípulos que, según la creencia más generalizada, se estiman por lo común (no siempre) muy “ávidos de saber”...

   Vamos al cuento.

   Cómodamente arrellanado en una sala, en su hora de “Lingüística”, hace casi un siglo, allá por entre los años 1902 a 1904, un estudiante como ustedes, le “sacaba apuntes” a un catedrático ginebrino, un tal Saussure, cuando de repente le pareció oír, por lo que decía su célebre profesor, que el lenguaje, entre muchas otras cosas, era algo parecido a “la tela de Penélope”... Así es que en esta parte de la clase, “paró la oreja”.

   Al efecto, el viejo maestro les hizo recordar a sus alumnos el noble afán de esa brava y bella mujer griega abandonada temporalmente por su aventurero cónyuge Ulises... No bien se hubieron esfumado en el horizonte las velas de sus naves, cuando un verdadero enjambre de pretendientes (de su belleza y corona), cuál de todos ellos más ilusionado en que el tal monarca aventurero no regresaría nunca, se aprestaron a acosarla día a día para que contrajera las sagradas nupcias con el que fuera más de su gusto... Y ella, esperanzada (pero de mentira), no tuvo más remedio que prometerles que en cuanto diera remate a la tela que estaba hilando, se casaría con aquel de ellos que resultara ser más galano en el ejercicio del arco. Pero, como además de hermosa, era astuta, deshacía en la noche buena parte del tejido que había hilado durante el día que acababa de extinguirse...

   -¿La tela de Penélope? ¡Cosa más rara! ¿O sea, que el lenguaje, además de asemejarse a un torrente, como me lo enseñó el profe del curso anterior, es como una marea que alternadamente está mojando lo seco y secando lo mojado?- se preguntó para sus adentros nuestro héroe. Y al ratificar con un rotundo la afirmación del maestro, surgió en el interior de su cerebro un grito análogo al del resonante eco del ¡Eureka! de Arquímedes. El sesudo estudiante era nada menos Charles Bally, aprovechado y ¡mateo! como el que más.

  Unos años más tarde se haría, (¡por supuesto, no millonario!), sino muy famoso, cuando a Ferdinando, su estimado y celebérrimo profe ya fallecido, se atrevió a publicarle como un sentido homenaje los apuntitos de la clase (naturalmente que a nombre del gran maestro) con el modesto titulo de “Curso de Lingüística General”, libro que en 1916 (¡en plena Primera Guerra Mundial!) (y como muy pronto lo verán en sus siempre amenas clases de Ciencias de la Comunicación), revolucionó desde sus mismos cimientos a toda la Lingüística del siglo XX...

   ¿Y cómo es aquello de “la tela de Penélope”?- me preguntarán ustedes. Muy simple. Ese oleaje desbordante, que es cualquier lengua, está constantemente cambiando (igual que el tejido de la leyenda), o sea, haciendo y deshaciendo, atando y desatando, y desatando y luego atando hasta ... ¡vaya uno a saber cuándo! (-¡Hasta cuando regrese Ulises! -gritó al fondo un alumno despabilado...).

   Lo importante para el lingüista parece ser que es el mantenerse con habilidad de buen surfista, en la cresta de la ola del lenguaje, y no permitir que ella lo revuelque como a un vulgar novato...Aunque eso suele pasar (suele pasarnos a todos), de chincol a jote, (perdonen: iba a decir de capitán a paje), aún a los más avezados en el arte del surfing lingüístico.

   Para muestra de esta marea idiomática incesante, vayan un par  de botoncillos a título de ejemplo:

   El cambio fonético de la o acentuada del nombre latino móvilem da en el español muéble, (por ser la o acentuada se transforma en ); pero se mantiene la o cuando es inacentuada, como en mobiliario, amoblar, movible, etc. Y el verbo se escinde, su conjugación se parte en dos, de la siguiente manera:

   1)  las formas con tema fuerte, que naturalmente llevan el diptongo : amueblo, amueblas, amuebla, amueblan, etc.; y

    2)  las formas con tema débil, donde la o se conserva por ser átona: amoblamos, amobláis, amoblaremos, amoblábamos, etc.

   Sin embargo..., los usuarios no se quedan para nada conformes con esta partición y, en un segundo momento, resurge la fuerza amalgamadora, y como por arte de birlibirloque, toda la conjugación del verbo amoblar aparece con diptongo: amueblo, amueblas amuebla, amueblamos, amuebláis. amueblan. Y  ya no hay más amoblar, sino únicamente amueblar, amueblando, amueblado, amueblaremos, etc.

   Idéntica “voluntad unificadora” podemos observar en verbos fraccionados, como apretar, que la e se diptonga en ié cuando es tónica: yo aprieto tú aprietas. él aprieta, etc.; pero no al revés, en que la e, siendo átona, se mantiene: apretamos, apretaremos, apretaban, apretases, etc. Pero el vulgo no quiere saber nada con estas divisiones y apreta con e por todas partes, diciendo: yo apreto, tú apretas, él apreta, etc. Así le ocurrió a don Francisco, cuando en la tele ordenaba: ¡Aprete tan pronto como pueda! Más de algún chilenito salió arrancando rumbo a la salida...

  Otro caso: cierto es que hay dos conjugaciones muy distintas: rabiar y sapear: “Este gallo rabia cuando alguien sapea”; y nunca, al revés: “Este gallo rabea cuando alguien sapia”. Pero..., ¿porqué no fusionarlas, aunque sea parcialmente, en las formas con tema fuerte “Este gallo rabea cuando alguien sapea?” O de otro modo, totalmente fundidas: “Este gallo rabiaba cuando alguien sapiaba?”

   Tarea para la casa (si es que en una clase magistral se puede dar una): ¿qué sucede con la conjugación de los verbos cuyo infinitivo termina en –ear y en –iar en nuestra habla popular criolla? ¿Se ensamblan ambas conjugaciones o se mantienen separadas, como suele suceder en el habla más culta?

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