sábado, 25 de febrero de 2012

MI hermano Nancho, músico, pintor y poeta: Félix Pettorino en Responso fúnebre, Parroquia de Viña del Mar, 26.11.07.

Mi hermano Nancho.

Mi hermano Nancho fue siempre conocido como un idealista y un soñador, pero un soñador desde el cual fluían continuamente pinceladas inimaginables y notas divinas de una música inaudita de sugerente textura, donde estaba siempre presente el Hombre, con su constante peregrinación hacia lo eterno y en necesaria armonía con todo lo creado.

Paradojalmente, sin embargo, todo era producto de su insondable soledad. El mundo circundante le era extraño, tanto como que era él realmente un inadaptado permanente dentro de este antro, dicen que “civilizado”, construido sobre la base de la destrucción sistemática de la naturaleza, de la muerte del hermano como único recurso de la sobrevivencia de ciertos egos autoerigidos en semidioses, de la búsqueda enloquecedora del enriquecimiento personal a costa de la miseria de muchos; y del arte, la ciencia y la cultura continuamente prostituidos por el ansia de goces publicitables tan mortales como efímeros.

Por su mente desfilaban a diario, como reencarnados por turno, ciertos héroes muy conocidos en la triste historia espiritual del planeta, como Buda, Confucio, Sócrates, Jesús, San Francisco, Mahatma Gandhi y la madre Teresa de Calcuta. Él disfrutaba con unción la grandeza de los modelos escogidos, pero también experimentaba el sabor amargo de nuestras humanas limitaciones.

Se sabía un hombre de pensamiento, y no de acción, y plasmaba sus meditaciones, no en actividades de orden social o político, sino en producciones de su inagotable talento, por ejemplo, en pinturas sorprendentes, como la de los “Cuatro Elementos” -el Aire, el Agua, la Tierra y el Fuego-, “la Niña de la Estrella”, “El Rayo Quebrado del Progreso”, “la Danza” y muchos otros más que andan vagando por allí y por allá en quién sabe qué manos amigas. También, en la otra lira que sabía pulsar con sinigual maestría, la Música con mayúscula, está su “Tríptico Mistralino” donde palpita el corazón de nuestra Gabriela inigualable, el acendrado apego a la tierra que lo vio nacer, la búsqueda incesante de las raíces andinas que han dado nacimiento a nuestro arte popular, afán este dialogado constantemente con unos jóvenes músicos que posteriormente pasarían a ser los exitosos “Jaivas”, en el tema navideño titulado “La Pascua Campesina” y en tantas otras producciones artísticas que mi pobre memoria y la necesaria brevedad de mis palabras me impiden mencionar.

Y antes que la Ecología, aterrorizada por los desmanes del hombre “civilizado” naciera en el planeta, ahí estaba nuestro querido hermano Nancho arrojando al aire sus panfletos sobre el triste destino que nos espera si seguimos en esta ciega aventura de dilapidar los bienes naturales que Dios nos legó, como si fuera más importante la comodidad que brinda la tecnología, cada día más sofisticada, que el agua cristalina de las fuentes, las bestias de la sabana, el verde aire de nuestros bosques y la vida no solo nuestra, sino que de todos los seres humanos que están naciendo hoy y que deberán venir, por mandato divino, en los siglos venideros...

Nuestro hemano luchó así de modo constante y persistente, por décadas, en pro de la Belleza y de la felicidad del hombre en armónico trato con su ambiente natural. No perseguía otra cosa que llegara alguna vez, como llovido del cielo, el bien espiritual de todos, por puro altruismo soñador, sin importar ganancias ni beneficios, quebrantos ni sacrificios.

En la búsqueda incansable de todos estos altísimos valores, creció, vivió y murió humilde, modesto, silencioso y solitario, sin otra esperanza que algún día lograra adentrarse en el corazón del hombre el fuego de la solidaridad por la naturaleza y por sus semejantes (que son la misma cosa), y ese amor con mayúscula con que a Dios lo golpeteamos continuamente, por lo menos en las letras de las oraciones y de los cantos religiosos, que mientras no dejen de ser solo palabras, no servirán de mucho...

Él amó entrañablemente a su familia. En ella se destacan, en primerísimo lugar, su mujer y sus hijas, todas con nombres simbólicos nacidos de extraños designios por su comunicación con lo Eterno. Violeta –nombre de su mujer- bella flor, más admirable aún por la humildad que hay tras el suave matiz oscuro que fluye de su  exiguo tamaño; Pía- la piedad hacia el Buen Dios y tambien la piedad por nosotros, los humanos; Edenia, el Paraíso Perdido y siempre Esperado; y Estrella, las infinitas maravillas del Universo, el mejor regalo del Altísimo.

¿Y él? –me preguntarán ustedes. Él recreó su segundo y tercer nombre (José Pío), y lo cambió circunstancialmente por el de Josafat, nombre del Valle del Juicio Final, erigiéndose así como el  mudo testigo del la sentencia final que pesará sobre nosotros por lo que hicimos y por lo dejamos de hacer en nuestras vidas...

 Allá nos veremos, querido hermano Nancho. Sólo nos llevas a todos por una delantera a veces menor de la que imaginamos...

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