lunes, 9 de julio de 2012

Félix Pettorino recuerda a la gran maestra que fue Amelia Pettorino [su querida tía Amy]

“Tía Amy”, más que “tía” común y corriente, fue para mí una verdadera 2ª madre, porque -como parece decirlo parte de su dulce nombre- supo “amar” a los hijos de su hermana como si fuéramos los suyos propios.

                        Pero hay un mérito más, que formaba parte de su carismática personalidad, y es que tuvo, guardando las debidas proporciones, una impronta astral muy semejante, a la de su ilustre conterránea, colega y amiga, Gabriela Mistral. Su verdadero nombre fue Amelia Pettorino Villarroel.

                        Como “La Divina Maestra”, nació en el soledoso pueblo de Vicuña, valle de Elqui, a fines del siglo XIX, fue profesora normalista, poetisa y gran amante de los niños. Prueba de ello es este manojo de versos “escolares” que circulan por paralelos torrentes maternales a los de la inacabable ternura mistraliana.

                        Dios tampoco le dio hijos, para que -igual que la inmortal elquina- volcara toda su inagotable capacidad de amar en niños y niñas ajenos, a quienes educó con un entrañable cariño durante más de treinta años.

                        Y también supo ser una notable estudiosa de esa Pedagogía con mayúscula que campeaba por esos años en nuestras admirables Escuelas Normales, bajo la lejana pero no menos certera tutela de grandes guías de educadores, como el Dr. Ovidio Decroly y la inmortal María Montessori, que dieron mucha honra y glorias memorables a esos establecimientos pedagógicos, inigualados crisoles de maestros “primarios”, cuyos efectos perduran todavía, aunque debilitados por el desacertado “úkase” de su extinción y, como un nefasto efecto, por el paso y el peso de los años y -¿por qué no decirlo?- por las cada vez más desatinadas reformas educacionales que se han ido tejiendo y destejiendo a lo largo de los años en nuestra nación aún inmadura para estas lides.

                        De ahí muchos de sus estudios y obras notables sobre los “Centros de Interés”, “Juegos de Aritmética y Castellano”, “Clases desarrolladas” y “Disertaciones sobre el método educativo del Dr. Decroly”, tan celebrados en aquellos gloriosos años de su vida de maestra, en que pudo entregarse, en cuerpo y alma, primero a la formación de las niñas desde la Escuela Anexa a la Normal de La Serena, y después, como formadora de maestras de primera enseñanza. Encarnó así a una de las más preclaras docentes y directoras que recuerda el historial de la Escuela Normal de aquella bella ciudad norteverdina entre las décadas del treinta y del cuarenta completos.

                        Mas, a todos estos atributos solía enlazar, como buena contemporánea de la inigualable Gabriela, una sensibilidad, abnegación y ternura entrañables por nuestra infancia, que supo reflejar maravillosamente en sus poesías “escolares”, cuya sublime inspiración se manifiesta en este aún fragante ramillete selecto de sus poemas infantiles, titulado “Almitas de Niños”, y publicado por primera vez en Santiago, en la Imprenta de Lagunas y Quevedo, durante el año 1932.

                        Han pasado ya más de 80 años y esas notables poesías, algunas de ellas vertidas al “bel canto”, no han perdido nada o casi nada de su primigenia belleza y lozanía.

                        Es mi mayor anhelo que, merced a este esfuerzo cariñoso, este magnífico libro de poemas infantiles repita entre nuestros pequeños lectores la benévola acogida que tuvo hace tantos años. Así sucede con obras como esta, que dentro de su aparente sencillez, ocultan un verdadero tesoro de valor tan profundo como perdurable.

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