domingo, 26 de agosto de 2012

Ingratitud extrañamente premiada con misericordia. Por Félix Pettorino.

Desmerecimiento.


Sin tener cuerpo, te instalaron huesos;
sin golpear puertas, te entregaron ojos;
cobraste, sin rogar, de Dios el beso:
¡y aún son ciegos tus crepúsculos rojos!

Sin pedirlo, te dieron un alma,
el don de sentir y un lapso de vida.
¿Pesares? Tienes a Dios que te calma:
¡y aún está ciega tu senda perdida!

Quizás qué sed te abrasará mañana
cuando, ajeno al bien que te prodiga,
tengas cielos sin luz y sin campanas

y un huerto yermo, sin mies y sin espigas.
¿Qué don te ha dado Dios, criatura humana
para que, sin merecerlo, Él te bendiga?

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