viernes, 24 de agosto de 2012

Carlos Pezoa Véliz, grande e infortunado poeta chileno del siglo pasado.

1879: Carlos Pezoa Véliz [21.07.1879 – Santiago, 21.04.1908]. Nació y murió en el abandono. Siendo hijo ilegítimo de un tal Moyano, inmigrante español, y de Elvira Jaña, una costurera, fue adoptado por José María Pezoa y doña Emerenciana Véliz, un matrimonio modesto de edad madura, que no tenía hijos. Sublevado a veces por el cruel anonimato de sus ascendientes, solía autobautizarse como Juan Mauro Bio-Bio.
            La niñez y adolescencia del muchacho Carlos Pezoa distó mucho de ser feliz. Se cuenta que hubo un tiempo que para ayudar a sus padres adoptivos tuvo que oficiar de zapatero remendón y más tarde acarrear frutas y calar sandías en una feria próxima a su casa, en un barrio pobre de la capital. Así y todo pudo hacer sus estudios secundarios en el Liceo San Agustín, época en que llegó a ser alumno particular del poeta Enrique Oportus. Sin embargo, hubo de suspender sus estudios, porque sus padres adoptivos carecían de medios para financiarlos. Más tarde, sobreponiéndose a la adversidad, se decidió reanudarlos de modo concentrado, como lo narra el poeta D’Halmar, que había llegado a conocerlo: “Le vimos estudiar embrutecedoramente y rendir en un año tres exámenes que le faltaban para un bachillerato dejado de mano quién sabe desde cuándo, seguramente por las necesidades de la vida diaria”.
            No obstante, las cosas no se dieron como él las tenía planeadas. En 1898, a raíz de un hipotético peligro de guerra con países vecinos que algunos exaltados hacían vibrar por los aires, tuvo la mala ocurrencia de enrolarse como voluntario en el cuartel de la 3ª Línea del Ejército, donde hubo un amargo momento en que sobrecogido de lástima ante el cruel castigo a que fue sometido un recluta desertor, escribe su primer soneto. Es la primera manifestación de un estro poético de amargas resonancias, que lo acompañará a través de su brevísima existencia:

Formado el batallón, rígido humilla
al pobre desertor aprehendido
que sobre el patio del cuartel tendido
siente el roce brutal de la varilla.

Sobre sus carnes ulceradas brilla
rojiza mancha. Escúchase un aullido.
Cada brazo da en el aire un chasquido
que las entrañas del soldado trilla.

El sol que sale en el nevado quicio,
irónico sonríe ante el suplicio...
Y mientras que vertiendo vibraciones,

la banda el patio de soldados llena,
una estatua cubierta de galones
mira impasible la salvaje escena.

La iniciación como poeta fue en La Lira Popular, donde gozosamente tuvo la oportunidad de compartir su oficio con diversos otros “puetas” y payadores populares. Pero fue el Ateneo Obrero de Santiago quien lo consagró como promisorio poeta juvenil el día 6 de agosto de 1899 después de haber escuchado atentamente sus poemas “Libertaria” e “Hijo del pueblo”.
La única manera de dar a conocer su poesía de modo gratuito era la prensa popular que circulaba profusamente por las calles de Santiago y otras ciudades importantes del país. Así es como Pezoa Véliz lanza a la circulación sus primeros versos, en diarios, tabloides y revistas de Santiago, como Luz y sombra, Pluma y lápiz, La lira chilena; El Obrero, La LeyCampaña; en Valparaíso, a través de La Voz del Pueblo y en Viña del Mar, de La Comedia Humana. Ningún libro editado por él. No había dinero para tanto.
En 1902 se mudó a Valparaíso, donde colaboró con el diario, y posteriormente con La Comedia Humana, de Viña del Mar.
Su situación económica era tan desastrosa que, según se ha dicho, “pasaba días enteros sin comer”. En su desesperación, aceptó la posibilidad de ejercer un cargo administrativo en el “Escuadrón de la Escolta”, mas no pasa medio año cuando es despedido desdeñosamente “por incompetencia para llevar la documentación”.
En vista de tantos contratiempos, Pezoa se traslada a Viña del Mar en busca de mejores horizontes. Y al principio tiene suerte porque consigue allí un puesto como profesor en el Instituto Inglés. Además, el popular diario El Chileno le brinda la posibilidad de contratar avisos  para su cotidiana publicidad. Alcanzó a ejercer la labor de reportero. Sus trabajos más importantes, impresos en el diario La Voz del Pueblo, son dos: un conjunto de artículos y reportajes sobre la región del salitre (1905); y el del fusilamiento de Dubois, publicado en El Chileno de Valparaiso (1907).
Pero esta bonanza  será pasajera. La fatalidad lo doblega definitivamente cuando a raíz de la elección del presidente Pedro Montt, este, en retribución de la actividad del poeta durante la campaña, lo designa secretario de la Municipalidad de Viña del Mar. Y encontrándose nuestro buen poeta en pleno ejercicio de tal menester, el 6 de agosto de 1906, sobreviene un espantoso terremoto que lo deja inválido de ambas piernas, mal del que, pese a los prolijos cuidados que almas compasivas le prodigaron, no logrará recuperarse jamás. Hay una herida rebelde, que persiste en no cicatrizar. Y como el poeta carece de los medios económicos para mejorarse..., su muerte se ve como inminente.
He aquí el vívido testimonio estampado por puño y letra del célebre doctor Eugenio Cienfuegos, que vivió la angustia de presenciar los últimos momentos del poeta junto a su lecho de enfermo: “Su soledad, durante el tiempo que estuvo recluido en el hospital fue horrible... Su agonía duró cinco días, durante los cuales vivió en un estado de sopor y letargo.. Falleció, acompañado sólo por mí, una mañana como a eso de las 9, en otoño”.
De su estancia final en el Hospital Alemán del Cerro Alegre conocemos su poema “Tarde en el Hospital”, publicado en 1907. Helo aquí:

     Sobre el campo el agua mustia
cae fina, grácil, leve;
con el agua cae angustia:
llueve...

     Y pues, solo en amplia pieza
yazgo en cama, yazgo enfermo,
para espantar la tristeza,
duermo.

     Pero el agua ha lloriqueado
junto a mí, cansada, leve;
despierto sobresaltado:
llueve...

    Entonces, muerto de angustia,
ante el panorama inmenso,
mientras cae el agua mustia, pienso.

He aquí las principales obras de este infortunado poeta publicadas después de su muerte: Alma Chilena, 1912 (poesía); Las Campanas de Oro, 1920 (cuentos); Poesías y prosas completas, 1927 (por Armando Donoso); Antología de Carlos Pezoa Véliz, 1957; y Obras completas (por Raúl Silva Castro), 1964.

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