sábado, 25 de agosto de 2012

09-10.07.1882, Gesta heroica de Chile con 77 mártires. Por Félix Pettorino.

Combate de La Concepción.

Franja roja bajo blanco,
una estrella en fondo azul,
el gallardete de Chile
flamea radiando luz.

Ignacio Carrera Pinto,
mozo de gran rectitud,
comanda la Compañía
secundado por Luis Cruz,
Julio Montt y Pérez Canto
de las florestas del sur.
Sexto de Línea lo llaman
en las sierras de Perú,
Chacabuco por enseña
y por divisa la virtud.

Setenta y siete valientes
todos flor de juventud,
entre ellos ocho enfermos.
Cuidan de su salud
tres mujeres valerosas,
una presta a dar a luz.

La tarde se ve serena...
Nadie ha reparado aún
en el polvo rojo que trae
zigzagueando un blanco alud.
Viene la muerte bajando
con su aliento de simún.

Voces de guerra se anuncian
en torno a La Concepción,
tambores ponen espanto
cien leguas alrededor.

Quinientos cholos armados,
mil indios del interior
portan lanzas y fusiles
y la enseña bicolor.
Al mando cabalga severo
el comandante Gastó,
el cerco lo extiende de acero
en torno a La Concepción.

Fieras rezan las proclamas
del comandante Gastó:
“-No habrá clemencia ni tregua
para el guerrero invasor,
que así lo ordenó Cáceres
sin aceptar dilación”.

Sólo consiente la entrega
total y sin dilación:
“-Chilenos, debéis rendiros
a una fuerza superior,
veinte a uno no es batalla
que prestigie al vencedor,
os haremos prisioneros,
prisioneros con honor,
si el Perú da la palabra,
es verdad de corazón,
si no lo hacéis en el acto,
más tarde no habrá perdón”.
Así habló el enviado
del comandante Gastó.

Ignacio Carrera Pinto,
mozo de mucho valer,
no se detiene un instante
en lo que ha de responder:
“-El chileno no se rinde
por su Patria defender:
¡muere junto a la bandera
y cumple con su deber!”

La respuesta es muy altiva
hace a Gastó disponer
que se alisten mil fusiles
y sin demora acometer,
que tan sañuda descarga
gran miedo habrá de traer.

Ya comienza la batalla,
fuego y furor por doquier,
tíñense en sangre los pechos,
vense los cuerpos caer.

Los azules no se arredran,
cada uno vale cien,
disparan entre las brumas
de indios a todo correr,
explotan bombas de luma,
la mecha a medio encender.
Muy caras venden sus vidas,
¡muerden el polvo a sus pies!

No cejan en la contienda,
ven la tarde anochecer
y siguen en la brega
sin dar tregua ni cuartel.
Guerrean toda la noche
del día nueve hasta el diez.

Al alba gimen las aves
en lo alto de un ciprés.

Ha nacido un bello niño
y nadie lo viene a ver,
la madre llora en el lecho
y no lo puede creer:
¡un día de vida espera
al fruto de su querer!
Se asoma a la ventana
y ve el sol amanecer.
La madre contempla al hijo
y no lo puede creer:
¡un solo día de vida
para ese su dulce ser!
El buen padre yace muerto
y no lo podrá conocer.

Gastó reúne a su gente
para la iglesia incendiar.
Lanzan trapos inflamados
cogidos desde un pajar.
¡Ay! por los cuatro costados
arde de pórtico a altar.
Llantos de recién nacido
van muriendo entre el hogar
de llamas que se levantan
y nadie puede apagar...

Afuera sigue la lucha,
es una brega hasta el fin,
las nueve del día llegan,
¡fue abatido el adalid!
El turno le toca a Julio,
luego a Pérez Canto y Luis,
el niño-soldado sabe
conducir muy bien la lid,
pero sólo quedan catorce
y no podrán resistir...

Gastó reúne a su gente
cansada ya de luchar,
merced ofrece a los mozos:
“-Clemencia, por caridad,
si os rendís, con honores
os daré la libertad.
De mi tropa ha muerto un ciento:
¿a qué matar por matar?
Volveos al regimiento,
os lo pido por piedad,
os perdonaré la vida
si esa bandera arribáis.
No es bueno que haya más muertos,
¡rendíos por caridad!”

Pero el novel comandante
a su pabellón es leal,
no se detiene un instante
en lo que ha de contestar:
“-El chileno no se rinde
por su emblema resguardar,
¡brinda la vida por ella
y batalla hasta el final!”

A bayoneta calada
manda a cargar a los diez,
él al frente, a calacuerda,
arrremeten en tropel
y van cayendo uno a uno,
por chileno mueren tres,
hasta no quedar ninguno,
¡lucharon sin dar cuartel!

Silencio de camposanto,
cae la tarde otra vez.

Entra el coronel Del Canto
a la sierra del Perú.
La Concepción tras el humo
no puede verse al trasluz.

Reina un silencio de muerte
en la sierra del Perú.
¡Qué tarde llegaron tropas
a socorrer a Luis Cruz!

¡Setenta y siete chilenos
en la sierra del Perú
yacen muertos por la Patria
en flor de su juventud!

Sólo hay algo que se agita
en lo alto, a contraluz,
y se yergue tremolante
en la sierra del Perú:

Franja roja bajo blanco,
una estrella en el azul,
flameando enhiesto a la tarde
en la torre de la cruz.

¡Es la bandera de Chile
que fulge plena de luz!


               

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