sábado, 25 de agosto de 2012

Fernando Cuadra, uno de los grandes dramaturgos chilenos. De Félix Pettorino.


1927: Fernando Cuadra [Rancagua, 25.11.1927]. Lo conocí en 1945, cuando él era apenas un novel estudiante en el Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile en Santiago. Era un muchachito fino, más bien pequeño y bastante delgado que, a despecho de su aparente corta edad, simulada por la  menudencia de su cuerpo de niño, bastaba oírlo hablar para que uno se diera cuenta de que estaba en presencia de una personalidad madura, fuertemente idealista y plena de proyectos espirituales e intelectuales de insólita trayectoria para quienes ingenuamente nos considerábamos aún bastante “aterrizados” en las actualidades mundanales. Cuando ingresó a mi pieza del pensionado (todavía lo recuerdo), traía como un regalo para el alma  un fajo enrollado de hojas sueltas con los productos dramático-literarios de su  mente juvenil, bocetos de una tragedia griega original de él, con lo que estimé una osadía de quien era apenas un bisoño estudiante de primer año que venía supuestamente a consultar algo... Pero el contenido de su trabajo  me dejó realmente impresionado... Y yo (¡necio de mí!), viendo que se trataba de algo que estaba bastante alejado de mis zozobras lingüísticas, traté de desentenderme del tema, sin dejar, eso sí, de sentirme admirado por la calidad de su trabajo y de fantasear sobre el hecho bien real de que acababa de estar en presencia de uno de aquellos jóvenes universitarios de un futuro más que promisorio... Pero urgido (como siempre) por el tiempo, facilité la despedida, manteniendo siempre mi fascinación por los tesoros que aquel muchachito desconocido me acababa de mostrar...
En honor a la verdad, jamás he olvidado aquellos instantes de deleite poético-filosófico que su breve permanencia en mi habitación de estudiante me hizo experimentar. Años más tarde, cuando él ya era un alumno de un curso más avanzado y yo, un “cuasi” estudiante  en vías de despedirme de las tan amadas aulas de Mariano Latorre, Rodolfo Oroz y Claudio Rosales, lo divisé muy afanado trajinando dentro de un baúl, entre títeres o marionetas, preparando un acto del CADIP (sigla del Conjunto Artístico del Instituto Pedagógico fundado en 1934 por Pedro de la Barra) y no me atreví a interrumpir sus entusiastas ajetreos. Y a pesar de que nuestras vidas se habían bifurcado sin remedio por senderos similares, pero disímiles, retornó a mi espíritu el recuerdo de aquel primer encuentro y se renovó en mí la espontánea admiración por su  persona y por su talento. Al darme cuenta de que Cuadra tendría que haber reincidido una y mil veces en el mismo afán, me percaté de que se trataba de un hombre certero, auténtico y de gran futuro.
En efecto: sé desde hace tiempo que mi ex compañero Fernando Cuadra es hoy un dramaturgo hecho y derecho, cuya creatividad y calidad artística de real profundidad, como lo sostienen sus críticos,  “ofrece las más diversas facetas temáticas: la poético-simbólica, la histórico-costumbrista y la de crítica social”. Y “es autor de clásicos como “Las Murallas de Jericó” y “La Familia de Marta Mardones”, montajes adaptados por decenas de compañías en todo Chile, aspectos del proceso creativo que implica el desarrollo de un texto teatral”. Y no puedo menos que volverlo a admirar por advertir cómo aquel gran talento dramático suyo ha ido creciendo, creciendo hasta el consagrado artista chileno que es hoy.
 Entre sus obras más exitosas se hallan: Cinco lagartos (1943), Las Medeas (1948), (Premio Concurso Anual de Obras Teatrales, del Teatro Experimental de la Universidad de Chile), Las murallas de Jericó (1950), (Premio Concurso Anual de Obras Teatrales, del mismo Teatro Experimental), Elisa (1953), La desconocida (1954), La vuelta al hogar (1956), Doña Tierra (1957), El Diablo está en Machalí (1958), Rancagua 1814 (1960), La niña en la palomera (1968), Chilean love (1975) y La familia de Marta Mardones (1976). En esta somera lista merece especial mención, La niña en la palomera (1968), obra que reproduce con gran dramatismo no exento de reflexión, un episodio real, fundado en el secuestro de que fue víctima una adolescente en Santiago, que en su momento causó gran expectación, drama que se hizo acreedor a los Premios Municipal de Santiago y Gabriela Mistral (2009) y Primavera (2010).
Entre otros premios que ha obtenido a lo largo de su dilatada trayectoria, se encuentran, además, los siguientes: Carlos Cariola, de la Sociedad de Autores Teatrales; Cincuentenario de la Sociedad de Autores Teatrales de Chile; Pedro de Oña, de la Municipalidad de Ñuñoa; de la Universidad de Concepción y de CRAV (Compañía Refinería de Azúcar de Viña del Mar); etc..
Cuadra, como alma noble dotada de profundos sentimientos, nunca ha perdido las añoranzas que constantemente le demanda Rancagua, su ciudad natal.  Para él la ida a la “Capital  del Reino” ha sido el producto de una necesidad derivada del “centralismo” que nos agobia, pues es prácticamente el único centro poblado de Chile que ofrece todo lo bueno o lo malo que tú necesites para vivir o sobrevivir según tus propios designios. Y confiesa con convicción, no exenta de algún pesar: “Fue Santiago, bella,  pero envenenada ciudad, la que me consumió. Así y todo, Cuadra se ha desempeñado como profesor universitario, miembro de número de la Academia Chilena de Bellas Artes, además de fundador y director del Instituto Profesional de Teatro y La Casa en Santiago, frutos de la pasión de su vida y de la responsabilidad que ha sabido desempeñar siempre con gran hidalguía. Y más allá de todo eso, tal como él mismo se define, es “un guerrillero, un francotirador, un rebelde del teatro”.
Y declara paladinamente: “tuve la opción de estudiar medicina, pero decidí que en vez de curar los cuerpos, me dedicaría a sanar el alma, (...) la incredulidad de una tía que me dijo que eso era una carrera para los pobres. Por ello, cada villana de mis obras lleva el nombre de ella”..
La nobleza de corazón que lo anima en todos sus actos cotidianos y en los instantes en que siente la necesidad de desnudar su espítitu, lo obliga a declarar: que “no he nacido para entregar odio, sino que para entregar amor. Pues bien, yo amo profundamente lo que hago”.
Y, por último una gran verdad que ha sido la luz que ha guiado su aparente frágil existencia: “una vida sin pasión es un ejercicio muy triste. Sin embargo, una vida sin responsabilidad es un ejercicio totalmente equivocado. Esa es la base de mi trabajo. Es lo que les digo a los alumnos que entran a mi instituto, si usted no tiene pasión, no sirve para este reino”...

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