domingo, 3 de junio de 2012

¿Quieres leer dos muestras ejemplares de una poetisa sublime? Comenta Félix Petorino

Teresa Barros Rothkegel, poeta de la 5ª Región.


“Lo por muy sabido se calla y por callado se olvida”: “Chile es un país de poetas”. Un feminista recalcaría: “y también de poetisas”, ignorando acaso que “poeta”, como sustantivo de género común terminado en –a, ni más ni menos que artista, cuentista, relativos a seres dotados de sexo, como todos los humanos, abarca también a las mujeres, a raíz de lo cual se ha creado un femenino doble:  la poetisa y la poeta.
Y nuestra Teresa Barros lo es, ¡la vemos poeta y también poetisa de las grandes!, sea lo uno o lo otro, pero de marca mayor.
Pruebas al canto. Tengo en mis manos a “Huellas”, edición del 2009 que recibí como un preciado regalo en mayo del 2011, con una más que modesta dedicatoria: “Para mi amigo Félix de una aprendiz de poeta”. –¿Qué seré yo entonces? –llegué a preguntarme cuando terminé de disfrutar de aquel hermoso libro sin ningún número de página y casi sin puntuación, cosas ambas absolutamente superfluas para una poeta de la talla de Teresa.. Y lo digo con sinceridad, por que estoy a años luz (como muchos otros que nos creemos poetas), pero que casi siempre versificamos con excesiva transparencia, ya que ejercemos un realismo crudo, y no las áureas cadenas metafóricas que conforman un mundo inéditamente creado, características esenciales de los grandes vates (msculinos o femeninos) que pueblan  el privilegiado olimpo de la lírica.
Para una mejor información, me tomaré la libertad de escoger un par de poemas breves, ¡la mayoría!, ya que Teresa es una artista intensa o no extensa, y no dilapida su estro con largas elucubraciones, por lo común inútiles para el genio creativo característico en los poetas auténticos:

Retorno.

Como un río donde se esconden las estrellas
tu mente guarda los recuerdos de ayer
son reflejos de lunas o soles
que un día brillaron en ti.
hoy te sientes como si la nieve
fuera tu única compañía
quieres ignorar todo aquello
que un día te hizo feliz
pero el pasado insiste en su presencia
y te hechiza con su luz
como los ojos de un gato
cuando busca su presa en las sombras.

Es la tragedia del hombre. El ignorar la bondad y la belleza del amor otorgado gratuitamente por la vida. Aún más profundamente: es el grito quejoso de una amante que vislumbra, a lo largo del tiempo compartido, que su compañero no ha sabido apreciar los dones de la vida y vive sumergido en vanos momentos de mediocridad, tan fríos y monótonos como la yerta blancura de un páramo nevado, que le impide valorar aquella felicidad que debiera haberle dado ese amor otorgado con tanta entrega y generosidad por su pareja.
 Y el muy necio vaga a ciegas por la vida, sin siquiera sentirse  hechizado por los ojos felinos del amor auténtico, que irremediablemente ya no son para él.

Veamos el otro modelo:

Apatía.

Ni las flores cuando llegan las abejas
ni las piedras cuando las moja el río
ni los árboles cuando está amaneciendo
ni los insectos en busca de la noche
y las dunas quemadas por el sol
y los espejos imitando al mundo
tampoco el tiempo llevándose los años
ni las calles escondiendo las sombras
ni las olas esperando la luna
sienten en sus vidas esa apatía
que predomina en los hombres
cuando su alma está muerta.

         He aquí otra muestra amarga de la oscura monotonía como buena parte de los humanos arrastramos nuestras vacuas existencias. Es un hecho que para describir esta desalentadora situación no bastaría una docena de breves líneas (como lo hace Teresa), sino todo un concienzudo “paper” o hasta un tratado de  sociología sicológica. Pero aquí es donde está el poder del poeta verdadero, o mejor, de nuestra poeta excelsa, a quien le bastaron doce versos para decirlo todo. Y en una forma potente insistente y más eficaz que cien sermones o tratados, va emanando un aroma lírico infinitamente más asimilable. ¡Ese y no otro es el rol del artista y, en especial del poeta!
Nótese que la mayor parte de los elementos que le sirven de comparación a Teresa, salvo los tan poco apreciados insectos, son elementos inanimados sin capacidad de traslación, considerados como inertes o con muy escasa o lerda actividad, como las flores cuando llegan las abejas, las piedras cuando las moja el río, los árboles cuando está amaneciendo, los insectos en busca de la noche, las dunas quemadas por el sol, los espejos imitando al mundo, el tiempo llevándose los años, la calle escondiéndose en las sombras, las olas esperando la luna… Todos, todos, dotados de una existencia “que tiene sentido”, contrapuesta a aquellos hombres (la mayor parte acaso varones) que parecen seguir viviendo cuando en verdad su pasar por este mundo ya está más que vacío, ¡definitivamente muerto!

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