Oda a la Expedición Libertadora.
Chile,
fértil provincia,
señalada en las proezas de la historia,
hoy quiero cantar la gesta
de la Expedición Libertadora.
Fue en una mañana de azul
de febrero
empavesado
y rumoroso,
festejando la juventud
de una naciente independencia,
cuando revivió por ti la llama
de la confraternidad,
pues aún quedaban hacia el norte,
otros pueblos
hermanos de sangre y epopeya
afrentosamente uncidos al carro rechinante
de un corro de desdeñosos cortesanos.
Se paseaba ostentoso y altanero,
aunque pequeño,
entre incaicos peñones colosales,
don Joaquín de Pezuela,
Virrey del Perú.
Oculto y pálido,
dormitando bajo esos muros
junto a imponentes terrazas vegetales,
apenas amparado por el zumbido incesante
de reverentes huincas, mestizos y mulatos,
protegidos en sus caparazones
de coleópteros,
sobre sus suaves terciopelos de lacayos,
pero con rojos aguijones
y fauces de monstruos que amenazan,
aguardaban cautelosamente
con la tensa vigilia del halcón y la sierpe
el inquietante aluvión
de conjurados e insurrectos
desbordando hacia el océano
desde la pétrea arteria
de la cordillera andina.
O’Higgins y la ciudad de Santiago,
ritmo y sangre del mismo corazón,
en un gesto que ya grabó el calendario,
auspician una gran erogación.
Acumulando de real a centavo,
el pueblo, con fraternal devoción,
sacrifica chinganas y saraos
y va armando una audaz expedición,
magna, por el coraje acumulado
y por la fe en la unidad de la Nación.
La llaman “Libertadora”
en medio de una canción,
caravana salvadora
de una ya larga opresión
y lápida selladora
del gran poder español.
Se va levantando tabla a tabla,
vela a vela,
cañón a cañón.
Un noble escocés la comanda,
gran maestre de abordajes
y para pelear, ¡un león!,
pues de naves adversarias
es experto cazador.
Lord Cochrane se llama
y es el más osado almirante
que el Mar del Sur conoció,
escoltado por mauchos y chilotes,
no se le pueden escapar
bergantines, goletas ni fragatas
ni el más artillado galeón
de las Españas.
Las tropas se van reclutando
hombre por hombre, fusil por fusil,
el pueblo en masa se enrola,
chilenos son cuatro mil
con seiscientos argentinos
al mando de San Martín,
que otra vez cruzará el Ande
a la voz del adalid.
Veinte de agosto, en la rada,
del animado Valparaíso,
loco vaivén de quebradas
perladas de rancheríos,
balcones, velas al viento,
en banderas florecido.
Siete barcas de madera
se mecen cual albos lirios
sobre el césped ondulante
del mudable mar Pacífico.
Hermanados en la empresa
van chilenos y argentinos
bajo el emblema de Chile.
San Martín así lo quiso,
pues consultádose al pueblo
eso fue lo que se dijo.
O’Higgins desde los cerros
contempla con regocijo
la escuadra: “¡Son cuatro tablas
que zanjarán los destinos
de nuestra América en armas!”
Sin ellas no habrá camino
hacia un mañana libre
de los hijos de sus hijos.
Reza a la Virgen del Carmen
que soplen sures propicios
y que haya independencia
en este continente unido.
Antes que corra un año,
todo un rosario de gestas:
es cogida de sorpresa
por el Lord y sus corsarios.
Con catorce cañoneras
empieza a bloquear los puertos.
Arenales va a la sierra
y conquista el Cerro Pasco
con una división chilena.
Se ganan Huara y Trujillo
a pesar de la epidemia.
El Virrey está abatido,
¡cómo se angustia Pezuela!
Las tropas entran a Lima
y sellan la independencia
en un 28 de julio
que todo el Perú celebra.
Expedición Libertadora,
bullente catarata de vertientes reunidas,
caravana de delfines por el tiempo dispersados,
estela de mar en tintes de espuma convertida,
clara campana de cristal de nuestras glorias,
la deslumbrante luz de tu estrella
¡alumbró diez nuevas Patrias
en la más fraternal epopeya
de la Historia !
Expedición Libertadora:
entre todas las hazañas,
¡eres valor, unión y gloria!
Gran hazaña de nuestros héroes magníficamente versada. A Lord Cochrane tengo en alta estima y también en un poema. Felicitacionesw
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