martes, 19 de junio de 2012

La vida en pareja es a veces más peligrosa que el matrimonio. De Félix Pettorino

Salvada providencial.

Esta era una chica dotada de tan grande experiencia sexo-amatoria, que para ella lo más natural de mundo era que cualquiera de sus numerosas parejas, normalmente sucesivas, no le durase más allá de unos dos o tres años, para no recurrir a una estadística más precisa que convertiría en ridículamente formal esta liviana historia.

Fue así como al mes siguiente de haber despedido a uno de sus incontables galanes, le tocó (no diré la suerte) sino la oportunidad de conocer a un caballero cincuentón muy bien vestido que andaba preguntando por el lugar donde estaba situado el Banco de Chile, ya que tenía apuro en ir a cobrar un cheque. Y la hora apremiaba, porque faltaban escasos veinte minutos para las 2 de la tarde, hora del cierre de todos los bancos.

Ante la pregunta del desconocido, la dama se apresuró a contestar:

– Muy sencillo y a la vez bastante cerca, por la calle Valparaíso, unos pocos pasos antes de llegar a la Plaza Vergara. (En esta parte debo informarle al lector que ambos transeúntes se hallaban justo caminando por esa calle de la ciudad de Viña del Mar).

– ¿Y dónde queda esa plaza, señora o señorita …, cuánto?

– ¡Señorita Marisol Urzúa, para servirle!  Pero no se preocupe usted, señor…

– Y yo, ¡Juan González Collipulli! – siempre a sus órdenes!

– ¿Collipulli? ¿No es el nombre de una ciudad sureña?

– ¿Por supuesto, señorita Mari… Queda en la región de Araucanía, a unos cuantos kilómetros al sur de Angol y Mulchén, entre ambos pueblos, como formando un triángulo. ¡De ahí es mi familia! Estoy de paso por negocios en esta ciudad…

– Don Juan: ¡Recuerde usted que mi nombre es Marisol!

–¡Sí, si! ¡Marisol Urzúa! El hombre se anduvo “achunchando un poco” ante olvido tan poco digno de un caballero que se precie de ser atento con las damas. Pero, por suerte se reivindicó por el solo mérito de haber recordado el apellido de la “señorita”…

– Mire, don Juan – interrumpió Marisol. Ambos vamos caminando en este momento por la calle Valparaíso de Viña del Mar. Nos faltarían sólo tres cuadras: Villanelo, Etchevers y Quinta para estar a un paso de su Banco. No nos demoraremos ni cinco minutos en llegar, aunque vayamos conversando tranquilamente, como lo estamos haciendo ahora…

–¡Nunca sabré cómo agradecer su gentileza, señorita Marisol Urzúa…, ¿no ve que ahora sí que le recuerdo muy bien su nombre y apellido?

Y mientras hacía esto la miraba fijamente y luego la remiraba por todos los contornos. No cabía dudas que estaba feliz de haberse topado con una dama de tan bello rostro: cutis terso de un blanco algo sonrosado, ojos grandes de pupilas verdes, lindo cuerpecito guitarroide y piernas muy bien torneadas, realmente deliciosas… “A ojo de buen varón”, representaría a lo sumo unos 45 años…

Marisol sonreía coquetamente, agrandando las pupilas con sus negras pestañas encrespadas, de sobra adiestradas en el galanteo con varones bien “entaquillados”, que como ella estaba temporalmente libre de compromisos amatorios, encontraba muy oportuno intentarlos, sobre todo en estas circunstancias, en que se topaba, después de un largo quinteto de semanas, con un más que posible “Don Juan de sus amores”.

Y así charlando, charlando, a los diez minutos estaban ambos en las mismas puertas del banco. Y antes de que Marisol pronunciara una sola sílaba, ahí estaba el tal Juan González Collipulli, poniéndole a Marisol, en su linda boquita, el índice de su mano derecha para silenciarla, a la vez que le decía:

– Le suplico, por favor, señorita Marisol, que me espere muy sentadita en el banco de aquí al lado. Se ve que hay pocas colas, yo vengo solamente a cobrar un cheque por dos millones de pesos por la venta de una camioneta y en reconocimiento a su gentileza, ¿qué le parece? ¡la invito a tomarnos un cafecito, un aperitivo o lo que Ud. guste y luego la llevaré con todo agrado a su casita…! Para ello basta que Ud. me indique donde está su domicilio…, ¡y la dejaré en la misma puerta!

Como es de suponer, Marisol aceptó apenas con un leve guiño tan galante ofrecimiento y se dispuso a esperar al caballero muy sentada en los cómodos sillones del hall principal del banco que, por otra parte, estaban muy cercanos y a la vista.

Lo demás, amigo lector, para usted será fácil colegirlo. Así es que me ahorrará palabras: Don Juan cobró su cheque (¡era por los dos “guatones”! Y condujo en su BMV a la bella Marisol  hasta su propio departamento en el 6º piso de un edificio en el cerro Recreo. Ella misma lo invitó en la seguridad de que sus chicos almorzarían en la Universidad y no habría testigo alguno del triunfal inicio de una vida en pareja que, al tenor de sus cálculos, auguraba al menos un año de duración.

Saltándonos los detalles íntimos del caso para evitar sonrojos, aseguraremos que todo sucedió como lo esperado por Marisol y, según también supongo, por el propio don Juan, de modo que quedaron ambos comprometidos a reanudar la cita con redoblado esfuerzo para el próximo jueves, a solo unos tres días de la primera cita y a la misma hora, esto es, en la entrada del Banco de Chile, a las 2 de la tarde. De allí Don Juan transportaría en su BMV a Marisol rumbo a su departamento de Recreo…

Mas, hubo solamente un detalle que inevitablemente se le escapó a Marisol, nuestra heroína (si así cabe llamarla). Y es que para ese mismo día jueves estaba programada la suspensión de clases como consecuencia de una reunión de estudiantes universitarios que se hallaban programando una nueva huelga general por denegación gubernamental de sus justas peticiones. Y como todo se programó en una situación de emergencia, los estudiantes, después de una prolongada sesión que duró hasta las 13 horas, se retiraron a sus respectivos domicilios.

Así fue como Marisol Urzúa y Juan González ingresaron al departamento pocos minutos después de haber llegado hasta dicho lugar los tres hijos de aquella. Y sin saberlo, se encerraron en el dormitorio ex matrimonial para disfrutar plenamente del pacto acordado solo hacía tres o cuatro días.

La zafacoca que se produjo casi no es para narrarla. Resumámosla:


Al sentir ruidos más que sospechosos en el dormitorio de su madre, se levantaron los tres provistos de sendos garrotes, que eran nada menos que un bate de béisbol, un sopapo del WC y un escobillón.. Abrieron la puerta del dormitorio a golpes y al ver a un hombre macizote, aunque ya algo entrado en años, haciéndole algo malo a su madre, que apenas se divisaba perdida bajo el corpachón del que presumieron era un asaltante, no encontraron nada mejor que correr hasta donde él estaba y golpearlo con todas sus fuerzas a garrotazo limpio.

Don Juan, como pudo, se libró de las graves heridas que pudieron haberle inferido los muchachos, gracias a las frazadas y cubrecamas con que se protegió; pero hasta ahí no más llegaron las cosas, porque el novel candidato a convertirse en una nueva pareja de Mirasol, tuvo el tino de huir de aquel infierno de golpes, en paños menores y como alma que lleva el diablo. Por suerte su BMV lo esperaba en uno de los estacionamientos subterráneos del edificio.

Y he aquí las tiernas palabras que  Marisol, todavía asustada, pronunció ante sus tres retoños:

– ¡Gracias, hijos míos queridos! ¡Me libraron de una buena!… ¿cuál?

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