lunes, 18 de junio de 2012

Lector: ¿cree Ud. que cabe el ridículo en una charla de Literatura?


Tatarita y Locateli , dos muchachos freaks en un curso de antaño.

(cuento humorístico y meramente imaginativo de Félix Pettorino)

         Rigoberto Monardes y Jacinto Munizaga, pese a la formalidad en que cabe presentar sus identificaciones oficiales, constituían la pareja más estrambótica y a la vez más divertida de ese tercer año de Humanidades en uno de los más prestigiosos establecimientos del norte chileno, donde por allá por los años setenta y tantos, tuve la suerte de cursar felizmente mis estudios con dedicación, compañerismo, disciplina y mucha, pero mucha diversión y alegría.

         Rigoberto, el “Tatarita”, era llamado así porque no podía comunicarse oralmente sino ametrallando las palabras, de modo que  era una real proeza entender al pie de la letra todos sus nerviosos mensajes. Su tartamudez le impedía ser un completo “buen alumno”, aunque sí lograba éxitos impensados, algunos memorables hasta para los mismos profesores cuando se trataba de pruebas y exámenes escritos, porque era un verdadero campeón, un “caperuzo” de la redacción compuesta sobre el papel o de los ejercicios matemáticos resueltos en sus bien ordenados cuadernos, y de desempeño sorprendentemente brillante cuando correspondía escribirlos sobre la pizarra con una rapidez de experto.

         El “Locateli”, que era Jacinto, por su parte, parecía un chiflado o un loco de atar; pero bastaba que llegara la tarea de componer un poema , una descripción, una historia o un cuento en las clases de literatura, para que dejara a todos sus compañeros con la boca abierta, empequeñecidos como enanos y en un estado de estupefacción, no solo por su espíritu creativo y  la riqueza de su vocabulario preciso y oportuno en los más diversos estilos, sino también por su extraordinaria capacidad para el dibujo, el grabado y la pintura, donde –sin ningún asomo de duda- aventajaba con creces hasta al mismo profesor, que tenía fama de haber ganado menciones honrosas en unos cuantos concursos nacionales.

         Milton Olivares, nuestro profesor jefe, solía comentar en tono no exento de evidente ironía dirigida a nuestro curso cada vez que se producía un éxito de envergadura en los trabajos presentados tanto por el Tatarita como por el Locateli: -“Ya lo saben, muchachos: bajo malas capas suelen ocultarse los toreros más famosos. Y al revés: bajo las buenas capas de ustedes, que son el resto del curso, se generan las de menor calidad y rendimiento…” . Así es que: ¡a ponerle el hombro al estudio! Miren que no creo que para ustedes sea tan demasiado difícil superar al “Tatarita” y al “Locateli”, siempre y cuando se propongan hacerlo y lo hagan como suelen realizarlo esos campeones del verbo: con tenacidad y devoción, que son las dos llaves maestras de éxito.

         El contraste se notaba especialmente cuando el Tatarita tenía que hacer una exposición oral frente al curso, lo que sucedía (como es natural y así lo ordena la sabia “pedagogía” de los docentes de verdad). La ocasión crítica se presentó en aquella  memorable sesión en que le correspondió disertar acerca del arte frente a un profesor español, cuyos sesudos trabajos de literatura habían puesto su fama a un nivel envidiable, no solo en la península ibérica, sino también en nuestro más modesto ambiente latinoamericano.

         Al catedrático hispánico, que venía de visita a Chile, le correspondió presenciar las exposiciones de los más destacados alumnos de diversos establecimientos fiscales y particulares de casi todo el país, entre los cuales, gracias a un bien ganado prestigio, se hallaba el establecimiento al que pertenecían Rigoberto Monardes (alias el Tatarita) y Jacinto Munizaga (alias el Locateli), los cuales, el profesor visitante, después de haber seleccionado sus nombres y apellidos como alumnos destacados en los registros oficiales del liceo, los designó para que actuaran en una clase magistral donde él haría a la vez de expositor y director, eso sí que al término del acto que sería cuidadosamente preparado por alumnos y profesores del plantel.

El rector del liceo, no bien supo de la “objetiva” y “oficial” selección del catedrático visitante, puso el grito en el cielo y trató por todos los medios de evitar que el Tatarita y el Locateli fueran los escogidos para la ceremonia. Lamentablemente reaccionó demasiado tarde, cuando estaba ya todo “oleado y sacramentado” por decisión irrevocable del distinguido catedrático español, quien, ante las tímidas objeciones sugeridas por el jefe del establecimiento fiscal, que a él le parecieron ridículas, puso en el tapete de su réplica “el carácter oficial irredargüible” que demostraban tener las brillantes calificaciones de ambos estudiantes en el ramo de la Literatura, y no hubo más remedio que “agachar el moño”, aunque fuese por mera cortesía ante el imperio de la voz demandante de tan distinguida e importante visita.

Hubo que lamentar, además, que recurriendo a un brevísimo sorteo, le correspondió actuar, en primer lugar, al Tatarita. El tema  que los alumnos debían exponer era nada menos que algo un tanto problemático: “¿Cuál es la esencia del arte?

         – Lar-lar-tete –empezó- pro ¡cede cede! del grin-go. Gri gri eee go tejen, tejen, mani, maní, fies fiesta la la  las belle bezas en playa en en ke ke ke se se se ex ex playa un un un auto sí un autoor, pinpinpin totor, mu mu mu si si si coco keke es un bus, caca to-do ro de de lalala be be be llelle zaza…

         – A ver, a ver, ¡un momento! –interrumpió muy serio don Milton Olivares, que era el profesor que debía actuar como conductor de los expositores:

  – ¡Aache! Eche, Eche, acércate vení pa’cá y tra tra tradúz cale el tra trabajo al Loca... Mona, Monardes, pa, para que entendamos un poco mejor de qué se trata con esto del Ar  re te te…

         El Locateli saltó como un canguro desde el asiento de honor que ocupaba y en un dos por tres se dirigió al lugar exacto en que se hallaba exponiendo el Tatarita, le arrebató de un tirón el discurso que se partió en dos por el aire y remedando el grito estridente del Bigote Arrocet, cantante cómico de moda:– "¡Juístete!, -¡Juístete,  pero no gorviste!",  lo empujó obligándolo a sentarse en el suelo, luego cogió la miserable parte del papel que quedaba en sus manos y procedió muy campante a leerla como si fuera una página completa:

         – El arte procede del gringo “tejen” belleza en la playa donde hay un auto que es un bus, busca  la belleza del pim pim…

El auditorio estalló en carcajadas (a pesar de que no estaban en una vulgar sala de clases: estaban en el paraninfo, en el salón de actos del liceo). Daba la impresión de que el Locateli (como era su costumbre) estaba convirtiendo en chacota el escrupuloso trabajo partido en dos del pobre Tatarita.

Y el profesor que actuaba como consultor de la exposición literaria lanzó un imperioso clamor histérico que obligó al Locateli a suspender la exposición en medio de murmullos y risotadas aguantadas a duras penas por el público, compuesto en gran parte de alumnos y unos cuantos profesores de la asignatura. Y en el colmo del paroxismo provocado por el celo académico ante tan grosera tergiversación de lo que es el Arte, chilló frenético de ira:

-¿Qué se ha imaginado usted, Loca, Loca Muni…caga, que me viene usted a hacer esto, es decir, a embarrar la cháchara, digo la charla del Mona,  que arde? ¡Es una espantosa falta de respeto a la autoridad culi…culiteraria visitante aquí presente y no se la voy a aceptar…!

Ante la nerviosa intervención del profe, las risitas contenidas y los ruidos sordos, que ya parecían quejidos, y el notorio aumento de volumen de las expresiones intercambiadas entre los afectados, no hubo más remedio que poner término a espectáculo tan escasamente “culi-toral”.

Ello obligó al señor rector, que era un conocido poeta lírico y cantor de tonadas de la región, a suspender la conferencia, a ofrecer las públicas excusas de caso y a retirarse del lugar con el menor aspaviento posible.

Mas, no bien hubo salido, cuando se dejó sentir una suerte de cosquilleo quejumbroso que terminó explotando en ruidosos pataleos y carcajadas. El cosquilleo quejumbroso era del rector, del catedrático invitado y de los profesores… Y los pataleos y las carcajadas, que retumbaron durante varios minutos por todos los ámbitos del paraninfo, del aparentemente desilusionado y para nada amargado público asistente.

En adelante hubo una severa admonición de parte de rectoría para dejar tanto al Tatarita como al Locateli en calidad de alumnos condicionales, solamente autorizados para desarrollar sus trabajos, pruebas y exposiciones por escrito y sin comentarios orales de ninguna especie.

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