martes, 6 de marzo de 2012

Hernán Morales, el artista magistral.

[De Emilio, esposo de Silvia Morales.].

Escribir sobre la vida y obra de mi querido hermano, no de sangre, sino de melodías, no es una tarea fácil, porque inevitablemente hay que acudir a su arte, a su creatividad, y en particular a su inimitable talento, temas de muy compleja apreciación y además, de una subjetividad difícil de penetrar.
Hernán (Nancho, como todos cariñosamente lo llamábamos) era, sin asomo de duda, un artista nato, poseedor de un enorme talento natural que derramaba por doquier manifestándose a diario en la soltura y fineza de sus dibujos, en la pintura y en la cerámica, sin contar la inspiración en lo musical, además de su capacidad congénita para la poesía.
El estudio del piano, que inició desde cuando era un niño de seis a siete años, lo acompañó durante toda la vida. La vena creativa era su característica principal en todo orden de cosas. De naturaleza tranquila, reposada y analítica, cuando algún tema despertaba su atención, lo meditaba elaborando su propio y siempre original enfoque.
Su producción artística, no muy numerosa es, sin embargo, de notable calidad, dado el gran esmero que ponía en cada trazo, pincelada o nota musical, caracterizados por su acendrada perfección en la línea del dibujo y en su fino oído para la armonía y lo melódico.
En el terreno de lo musical, cabe recordar que inicia sus estudios de ejecución pianística gracias al ejemplo de su hermana, quien a la sazón (1941) cursaba niveles avanzados en el Conservatorio Juan Sebastián Bach de Antofagasta, de modo que en 1949, cuando yo tuve la suerte de conocerlo en la ciudad de Quiillota, Nancho, adolescente de 16 años, impresionaba interpretando las polonesas de F. Chopin. Fue entonces cuando logró hacer amistad con el violinista Leonardo Vergara, con quien compartía alegremente la música y las charlas salpicadas de humor juvenil.
Posteriormente su familia se radica en la vecina ciudad de Viña del Mar donde nuestro pianista ingresa al Conservatorio Municipal iniciando sus clases con la profesora Victoria Lavarello. De aquella época datan programas que lo muestran en recitales de piano solo, en que se incluyen algunas de sus primeras composiciones. Escucharlo era un deleite, sabía extraerle óptimo sonido al piano e imprimirle expresión y madurez a la obra, siempre  interpretada con gran soltura y maestría.
Pero no se limitó a la interpretación. Su talento pedía más. Más que pedir, su estro musical le requería crear, componer música en el piano. Así nació “El cuervo y la paloma”, basada  -como se sabe- en una antigua leyenda en que esta ave, al ser atrapada, le extrae el corazón a su perseguidor. Después vino la “Pascua Campesina”, obra musical con variados temas de raíz folclórica chilena creados por nuestro compositor.
En los inicios de la década del cincuenta, en una nueva obra titulada “Monodías para flauta sola”, experimenta en música dodecafónica (series de doce sonidos que se repiten, aunque con diversos ritmos).
Años más tarde, motivado por la excelsa poesía de nuestra inmortal Gabriela, escribe en el pentagrama “Tríptico Mistralino”, tres poemas musicalizados en piano para voz de soprano, que posteriormente arregló para coro a cuatro voces.
Cabe tener presente, además, que dedicaba buena parte de su tiempo a la improvisación musical, que habría sido interesante haber registrado de alguna manera; pero lamentablemente de ella no nos ha quedado ninguna obra.
En la danza tuvo una poderosa motivación porque su hermana Silvia estudiaba ballet con la eximia bailarina Daisy Cordero en Viña del Mar, donde esta dirigía una Academia de prestigio. Posteriormente y una vez terminados sus estudios en dicho establecimiento, Silvia organizó cursos de ballet con niñas de las Escuelas Primarias de Valparaíso y para ellas nuestro artista escribió un ballet infantil basado en rondas tradicionales que fue presentado en el Teatro Velarde (hoy con el rango de Municipal) en dicho Puerto).
Con Wilfredo (Tito), su hermano menor, que llegó a ser un tenor de calidad en Milán, acompañado por Nancho al piano, formaban un excelente dúo en arias de ópera y temas religiosos, como el “Panis Angelicus” de César Frank. Finalmente recuerdo que con mi cuñado y amigo Nancho tocábamos una memorable interpretación del “Andante” para flauta y piano de W. A. Mozart, que tuvimos el honor de presentar en la capilla de la Universidad Católica de Valparaíso con ocasión de una ceremonia académica.
Podemos concluir que Nancho, sin lugar a dudas, era un músico de excelente formación académica, un intérprete de calidad y un compositor muy inspirado.
De su creación pictórica me remito a la oncena de óleos que ha podido rescatar para esta publicación su hermano Félix, a fin de darlas a conocer a nuestro público chileno. Opino que ellas son parte importante, aunque no mayoritaria, de este Morales Pettorino, que permiten vislumbrar la originalidad y maestría de nuestro multifacético artista.
Vaya, pues, este justo, aunque algo tardío reconocimiento a lo realizado por Hernán en su fructífera vida, como un aporte al esfuerzo que Félix, su hermano mayor, junto a toda su familia hacen para dejar un testimonio susceptible de ser conocido por las generaciones venideras.
Emilio Matta Chávez.
En Viña del Mar, a 24 de julio de 2009.

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